En sus primeros cien días, Donald Trump no solo enfrentó desafíos políticos, sino una campaña mediática de desinformación. La Casa Blanca respondió revelando una lista de mentiras promovidas por la prensa, exponiendo cómo se intenta manipular la verdad para socavar a un presidente incómodo para el establishment.
Cuando Donald J. Trump asumió la presidencia de los Estados Unidos el 20 de enero de 2017, no solo heredó una nación profundamente dividida, sino que también se convirtió en el blanco preferido de una maquinaria mediática decidida a deslegitimar su mandato desde el primer minuto. Cien días después, la Casa Blanca publicó un informe detallado de los principales hoaxes —engaños y noticias falsas— promovidos por medios nacionales e internacionales. El mensaje era claro: frente a la mentira institucionalizada, la administración Trump respondería con hechos.
Una de las falsedades más emblemáticas fue la difundida por un periodista de Time, quien aseguró que Trump había retirado el busto de Martin Luther King Jr. del Despacho Oval, sugiriendo un gesto simbólicamente racista por parte del nuevo presidente. Horas después, el propio reportero se vio obligado a retractarse y pedir disculpas. Sin embargo, como suele ocurrir en el ecosistema digital, el daño ya estaba hecho. La imagen del “Trump racista” se seguía replicando sin el menor esfuerzo por verificar la verdad.
“Los medios de comunicación son el partido de oposición”, declaró Trump durante una entrevista con CBN News. “Tienen una agenda muy clara. No les interesa la verdad, les interesa destruir a quienes no se someten a su narrativa”.
Durante esos primeros cien días, no fue la única manipulación. Se habló insistentemente de una supuesta “prohibición musulmana” (Muslim ban), cuando en realidad la orden ejecutiva firmada por el presidente limitaba temporalmente el ingreso a Estados Unidos desde siete países previamente designados por la administración Obama como focos de terrorismo. Aun así, titulares como “Trump prohíbe el Islam” se repitieron en portales y noticieros, alimentando una narrativa de odio completamente desconectada de los hechos.
La Casa Blanca también desmintió la historia de que se había eliminado la palabra “LGBTQ” del sitio oficial del gobierno. En realidad, la plataforma había sido reiniciada, como ocurre en cada nueva administración, y la información estaba en proceso de migración. Pero la acusación —que pretendía pintar a Trump como enemigo de los derechos civiles— se difundió de manera masiva.
A estos ejemplos se sumaron rumores sobre el uso de la flota aérea del gobierno para viajes personales, supuestos conflictos de interés con hoteles de su propiedad, y la ya célebre controversia sobre el tamaño de la multitud en su inauguración. “Nunca pensé que tendríamos que discutir cuánta gente vino a mi juramentación. Pero mintieron, descaradamente”, afirmó Trump. “Las cámaras mostraron una cosa, los medios reportaron otra. Es una guerra contra la realidad”.
Lejos de retractarse, muchas cadenas optaron por el silencio cuando se comprobaba su error. Y en ese silencio, el daño se profundizaba. Porque el objetivo nunca fue solo Trump, sino el nuevo movimiento conservador que él representaba: una coalición de trabajadores, creyentes, patriotas y ciudadanos comunes que se atrevieron a desafiar el establishment político y cultural de Washington.
Estos cien días dejaron al descubierto no solo la estrategia de la administración para combatir las mentiras, sino también la debilidad ética de una parte del periodismo contemporáneo. La publicación de esta lista de hoaxes fue, en palabras del entonces portavoz Sean Spicer, “un llamado de atención para que los medios recuperen la responsabilidad y la verdad como pilares de su profesión”.
Trump, por su parte, se mantuvo firme: “Yo no vine aquí a complacer a los medios. Vine a devolverle el poder al pueblo estadounidense”.
En un país que se enfrenta a desafíos culturales, económicos y geopolíticos sin precedentes, el derecho a conocer la verdad es más valioso que nunca. Y si algo demostraron los primeros cien días de Trump en la Casa Blanca, es que esa verdad está bajo ataque. Pero también que, cuando se defiende con valentía, puede resistir cualquier mentira.