Alguna vez, Blancanieves fue un clásico imperecedero: un cuento de hadas que hablaba de virtud, belleza interior y la lucha entre el bien y el mal. Pero en 2024, Disney decidió reinventar el relato… y el resultado fue un fracaso estrepitoso.
La nueva versión en acción real, protagonizada por Rachel Zegler, no solo modificó visualmente a su icónica protagonista, sino que también eliminó todo rastro del mensaje original. Lo que debía ser una celebración de la inocencia terminó siendo un panfleto cargado de ideología, donde hasta los Siete Enanitos fueron reemplazados por un grupo aleatorio sin sentido ni coherencia con la historia. La productora se jactó de “modernizar” el relato, pero el público respondió con claridad: no fue eso lo que pidió.
La película costó más de 330 millones de dólares (producción y marketing incluidos), pero apenas recuperó una fracción en taquilla. En su primer fin de semana, recaudó tan solo 36 millones, siendo ampliamente superada por producciones con presupuestos mucho menores. Disney intentó justificar el fracaso culpando a “campañas de odio en redes”, pero no hay campaña más efectiva que la de millones de personas decidiendo simplemente no ver algo que no quieren.
Rachel Zegler, lejos de asumir el rol con humildad, atacó abiertamente al clásico original, burlándose del príncipe y ridiculizando la idea del “amor verdadero”. Su desprecio por el cuento que debía honrar quedó registrado en múltiples entrevistas. “Esta no es una película de 1937”, decía con sorna, como si el problema fuera la fecha y no la falta de alma.
Para una audiencia que valora la belleza objetiva, la verdad y la transmisión de valores atemporales, lo que Disney ha hecho con Snow White no es solo una mala decisión artística: es un síntoma de algo más profundo. Cuando se deforma lo bello para servir una agenda, se pierde la magia… y el público lo sabe.
El cine puede ser un espacio de creatividad, sí, pero no de destrucción cultural. Blancanieves no necesitaba ser “arreglada”. Necesitaba ser respetada. Y eso es algo que ni todo el dinero del mundo puede comprar.