Donald Trump, en el marco de su campaña presidencial de 2024, ha propuesto una serie de medidas arancelarias que han generado tanto entusiasmo como preocupación. Su propuesta estrella: imponer un arancel general del 10% a todas las importaciones, acompañado de un arancel del 60% específicamente dirigido a los productos provenientes de China. Según Trump, estas políticas traerán consigo un “auge bursátil” y fortalecerán la economía estadounidense.
“La bolsa se disparará como nunca antes”, aseguró el expresidente, señalando que los ingresos generados por los aranceles permitirán reducir los impuestos a los trabajadores y revitalizar la producción nacional. No es la primera vez que Trump defiende el proteccionismo económico. Durante su primer mandato, impuso aranceles a productos de China, la Unión Europea, México y Canadá, lo que generó tensiones comerciales a nivel global.
Varios economistas advierten que un aumento generalizado de aranceles podría tener el efecto contrario al prometido. Según un estudio del Peterson Institute for International Economics, las tarifas impuestas durante el gobierno de Trump entre 2018 y 2019 redujeron el PIB estadounidense en 0.3% y aumentaron los costos para los consumidores. A pesar de la intención de proteger la industria local, muchas empresas estadounidenses trasladaron los sobrecostos a los consumidores, elevando los precios de bienes cotidianos como electrodomésticos, ropa y alimentos.
El Fondo Monetario Internacional también ha expresado preocupación por el resurgimiento del proteccionismo. En su informe de perspectivas económicas de 2024, el FMI advierte que una escalada en las guerras comerciales podría reducir el comercio mundial en un 2% y frenar el crecimiento global.
El arancel del 60% contra China responde a una estrategia más política que económica. Trump ha acusado reiteradamente al país asiático de prácticas comerciales desleales y de “robar empleos” a los estadounidenses. Sin embargo, economistas como Paul Krugman alertan que medidas tan agresivas podrían provocar represalias por parte del gobierno chino, afectando a exportadores clave como los productores agrícolas del medio oeste estadounidense —una base electoral crucial para Trump.
En 2018, cuando entraron en vigor los aranceles de Trump, China respondió con tarifas a productos agrícolas como la soja, el maíz y la carne de cerdo, impactando directamente a los agricultores estadounidenses. El gobierno tuvo que implementar un plan de subsidios de emergencia de más de 28 mil millones de dólares para mitigar las pérdidas.
Aunque Trump afirma que sus políticas provocarán un auge en Wall Street, la realidad podría ser más volátil. Los mercados financieros reaccionan con sensibilidad a la incertidumbre. El anuncio de aranceles suele traducirse en caídas inmediatas en las bolsas debido al temor de contracciones en el comercio global.
No obstante, algunos sectores podrían verse beneficiados, como la industria siderúrgica o textil estadounidense. Según un informe del U.S. Trade Representative, las importaciones chinas de acero disminuyeron drásticamente con los aranceles, favoreciendo a productores locales. Aun así, el efecto positivo fue limitado y no se tradujo en una creación de empleos sostenida.
Las políticas arancelarias de Trump siguen una lógica nacionalista y proteccionista que puede generar beneficios a corto plazo para ciertos sectores industriales, pero con riesgos importantes para la economía general y el comercio global. Si bien su discurso puede resultar atractivo para una base electoral que ha sentido el golpe de la globalización, las consecuencias económicas podrían ser más complejas de lo que sugiere la promesa de un “auge bursátil”.