Tras décadas de huidas por Israel, EE.UU., Canadá, México y Guatemala, las autoridades rescataron a 160 niños de esta comunidad radical acusada de violaciones, matrimonios forzados y control sectario. Fundada por un rabino condenado por secuestro, la secta se presenta como defensora de la fe, pero enfrenta denuncias por prácticas extremas, manipulación y abuso sistemático.
Por más de tres décadas, la secta judía ultraortodoxa Lev Tahor ha recorrido el mundo en busca de refugio, huyendo sistemáticamente del escrutinio legal y de las acusaciones de abuso, explotación y violencia sistemática. Desde Israel hasta Canadá, pasando por Estados Unidos, México y Guatemala, esta comunidad cerrada, de entre 250 y 500 integrantes, ha generado preocupación internacional por sus prácticas religiosas extremas y por los delitos que se le imputan.
El episodio más reciente de esta historia alarmante tuvo lugar en Guatemala, donde las autoridades rescataron el pasado viernes a 160 niños del asentamiento de la secta en la localidad de Oratorio, en el departamento de Santa Rosa, a unos 60 km de la capital. La operación se llevó a cabo tras la huida de cuatro menores, quienes denunciaron ante las autoridades las condiciones de abuso, violencia sexual y control coercitivo dentro de la comunidad.
Según el Ministerio Público guatemalteco, la investigación se fundamenta en delitos como trata de personas en la modalidad de embarazo forzado, maltrato a menores y violación. En la propiedad también fueron halladas osamentas humanas dentro de cajas, lo que eleva el nivel de alarma sobre lo que podría tratarse de muertes no reportadas o rituales clandestinos, aunque aún se esperan los resultados forenses para confirmar los hechos.
Lev Tahor, que en hebreo significa “corazón puro”, niega todas las acusaciones y alega que es víctima de una “persecución religiosa”.
Fundada en Jerusalén en 1988 por el rabino Shlomo Helbrans, Lev Tahor adoptó desde el inicio una interpretación extremadamente estricta del judaísmo jasídico. Helbrans se trasladó con sus seguidores a Estados Unidos en 1990, donde estableció una escuela religiosa en Brooklyn. En 1993, fue arrestado y condenado por el secuestro de un adolescente, a quien supuestamente intentaba adoctrinar para separarlo de su familia.
Tras cumplir condena, fue deportado a Israel, pero pronto se trasladó a Canadá, donde las autoridades de Quebec lo acusaron de negligencia infantil y problemas de salud e higiene entre los menores del grupo. A raíz de estas denuncias, la comunidad emigró a Guatemala, donde nuevamente se enfrentaron al rechazo local, especialmente en San Juan La Laguna, un pueblo indígena que los expulsó por negarse a interactuar con la población y por temor a que intentaran imponer su religión.
Después de instalarse en Oratorio, Guatemala, en 2016, el rabino Shlomo Helbrans falleció en circunstancias sospechosas durante un ritual en un río de Chiapas, México, y fue sucedido por su hijo Nachman Helbrans, aún más radical.
En 2018, un caso de secuestro sacudió a la comunidad: dos menores fueron raptados y llevados a Nueva York, luego de que su madre escapara de la secta con ellos. El suceso terminó con nueve miembros de Lev Tahor acusados, y cuatro —incluido Nachman Helbrans— condenados a prisión.
Ese mismo año, el grupo intentó buscar asilo en Irán, llegando incluso a jurar lealtad al ayatolá Alí Jamenei, líder supremo del régimen islámico, como una forma de declarar su oposición al Estado de Israel, cuya existencia consideran ilegítima desde una visión teológica antisionista.
Además, intentaron establecerse en países como Rumanía, Macedonia y Turquía, pero en todos los casos fueron deportados.
Lev Tahor promueve un estilo de vida que sus propios miembros consideran “austero”, pero que ha sido calificado por medios como “talibán judío” por su rigidez y prácticas autoritarias. Las mujeres deben vestir completamente de negro, cubriendo todo el cuerpo excepto el rostro. Los hombres llevan ropa negra, barba larga y sombreros tradicionales. Todos los aspectos de su vida están regidos por una estricta interpretación de la Halajá (ley judía), incluyendo una dieta restrictiva donde no se consumen alimentos procesados, ni arroz ni vegetales con hojas, por temor a los insectos.
Solo beben leche de vacas que ordeñan ellos mismos y fabrican su propio vino. La tecnología está prácticamente prohibida: no hay televisores, radios, computadoras ni fotografías.
Las acusaciones más graves no provienen solo de autoridades, sino también de exmiembros de la secta y familiares de quienes aún permanecen dentro. Denuncian castigos corporales a menores, matrimonios forzados entre niñas y hombres adultos, coerción psicológica y aislamiento total del mundo exterior.
En 2019, un portavoz del grupo negó las acusaciones, asegurando que los matrimonios tempranos eran “una decisión personal”, aunque las edades en que se casan las jóvenes dentro de la comunidad han generado alarma entre los defensores de los derechos humanos.
La periodista israelí Shay Fogelman, quien pasó cinco días dentro de Lev Tahor, relató que el objetivo esencial de la secta es “venerar a Dios con cada segundo de su vida”. Pero también observó un ambiente sofocante, sin espacio para la educación secular, el pensamiento crítico ni la individualidad. “No existe el tiempo libre ni el desarrollo personal”, escribió. Todo está supeditado a la obediencia.
El caso de Lev Tahor plantea preguntas difíciles sobre los límites entre la libertad religiosa y la protección de los derechos humanos, especialmente de los menores. Aunque sus miembros afirman vivir de acuerdo a la fe judía, los múltiples episodios de abusos, secuestros, maltrato infantil y evasión de la justicia dibujan el perfil de una organización sectaria y peligrosa, que ha logrado ocultarse durante décadas tras el velo de la religión.
Hoy, con el rescate de 160 niños en Guatemala, el mundo vuelve a poner la lupa sobre una comunidad que ha demostrado estar dispuesta a todo —incluido desafiar las leyes de múltiples países— con tal de preservar un estilo de vida extremo que ha dejado a su paso un rastro de víctimas.