En un mundo que celebra el Día del Padre pero olvida las condiciones para que haya padres, este mensaje invita a mirar con claridad, valentía y esperanza el inicio de la vida familiar. No es una oda al pasado, sino un llamado a redescubrir el valor de formar una familia joven, en el momento justo, cuando cuerpo, mente y alma están más listos para abrazar la aventura de ser madre y padre. Porque el amor no espera… y la vida tampoco.
Por: Horacio Giusto
En diversas naciones, el tercer domingo de junio se celebra el Día del Padre. Como bien explicara Faustino Cuomo, “el origen del Día del Padre se remonta a 1909 en Spokane, Estados Unidos. La iniciativa partió de Sonora Smart Dodd, quien, después de escuchar un sermón del Día de la Madre, propuso a las autoridades eclesiásticas dedicar un día a los padres. Dodd buscaba rendir homenaje a su padre, William Smart, un veterano de la Guerra Civil que asumió la crianza de sus hijos en solitario tras la muerte de su esposa. Aunque inicialmente propuso el 6 de junio, día del natalicio de Smart, la celebración fue postergada al 19 de junio para facilitar los preparativos, instaurándose entonces el tercer domingo de junio como la fecha oficial. La efeméride alcanzó reconocimiento nacional poco después, consolidándose en 1966, cuando el presidente Lyndon B. Johnson la declaró fiesta nacional. Posteriormente, en 1972, su sucesor, Richard Nixon, proclamó oficialmente el Día del Padre como una celebración nacional permanente en Estados Unidos, impulsando su extensión a otros países del mundo”.
Lo llamativo es que han pasado las décadas y cada vez hay menos hombres que puedan festejar este día, principalmente porque no hay padre sin hijo, y no hay hijo sin madre. Ya una nota de Infobae exponía que “la disminución de la natalidad en Europa y Estados Unidos ha generado “desiertos de bebés” en varias regiones, poniendo en alerta a gobiernos por el riesgo de una crisis económica futura. Con tasas de fertilidad históricamente bajas, países como Reino Unido y Francia destinan recursos a políticas pronatalistas, pero el éxito de estos programas ha sido modesto. Los factores detrás de esta tendencia incluyen altos costos de vida, el rol laboral de la mujer y problemas de salud masculina, como señala un informe de la OCDE. Aunque la inmigración podría cubrir estas carencias, se teme que la baja natalidad se vuelva global y reduzca esta opción”.
Por ello resulta interesante pensar que el guion de vida moderno para las mujeres sugiere que deben estudiar, trabajar, viajar y lograr estabilidad económica antes de tener hijos. Sin embargo, este enfoque retrasa y reduce sus posibilidades de formar una familia. Muchos millennials culpan a este guión desordenado —y a malas políticas públicas como Obamacare en EEUU— por la brecha entre su fuerte deseo de tener hijos (solo el 6% no los quiere) y la baja natalidad real. Las deudas estudiantiles y un mercado laboral débil también han complicado las cosas. En otras palabras, la sociedad ha ofrecido malos consejos y malas condiciones, perjudicando tanto a las mujeres como al bienestar general. Es necesario cambiar el guion; en lugar de postergar la maternidad, se debería alentar a las mujeres a tener hijos en el momento más favorable biológicamente, que suele ser en los veintes. Luego, podrían estudiar o trabajar a tiempo parcial si lo desean, sin sentirse culpables por querer una vida familiar. Además, debemos facilitar este cambio reduciendo las deudas universitarias (sin más programas sociales), fomentando caminos alternativos al título universitario de cuatro años, y mejorando el crecimiento económico. También ayudaría limitar la cultura de las relaciones sexuales sin compromiso. En resumen, si quieres tener hijos —y la mayoría lo quiere— lo mejor es empezar antes de los 30.
Por ello, me parece interesante pensar en algunas razones por las cuales un matrimonio podría empezar su vida reproductiva en la juventud:
1) Tener hijos en los veinte años es ideal desde el punto de vista biológico, ya que esa es la etapa de máximo rendimiento físico y reproductivo para una mujer. El cuerpo está en su mejor momento para afrontar el enorme esfuerzo que implica el embarazo, el parto y la lactancia. La fertilidad femenina alcanza su punto más alto a principios de los veinte, con óvulos de mejor calidad y un riesgo significativamente menor de aborto espontáneo, complicaciones durante el embarazo o defectos congénitos. Además, la recuperación postparto suele ser más rápida y efectiva, lo que permite a la madre cuidar mejor de su bebé. Dado que se trata del momento más favorable para concebir y criar desde el punto de vista físico, resulta sensato que se informe claramente a las mujeres sobre estas ventajas biológicas, para que puedan tomar decisiones informadas y evitar sufrimientos físicos y emocionales innecesarios que muchas veces acompañan a la maternidad tardía.
2) A medida que hombres y mujeres envejecen, la calidad de sus óvulos y espermatozoides disminuye, lo que incrementa el riesgo de concebir hijos con problemas de salud, incluidos defectos congénitos y trastornos como el autismo. Diversos estudios, como uno reciente realizado sobre más de 5,7 millones de niños en cinco países, han confirmado que la edad avanzada de los padres está fuertemente asociada con mayores tasas de autismo: un 66 % más en hijos de padres mayores de 50 años, un 15 % más en hijos de madres de entre 40 y 49, e incluso un 18 % más en hijos de madres adolescentes, en comparación con madres entre los 20 y 30 años. Además, las madres de 35 años o más enfrentan un riesgo significativamente mayor de partos prematuros, síndrome de Down y otras complicaciones. También se ha vinculado la edad paterna avanzada con enfermedades como la esquizofrenia y diversos trastornos genéticos derivados de nuevas mutaciones. La infertilidad y los abortos espontáneos son mucho más frecuentes en padres mayores, lo que ha alimentado el auge de costosos tratamientos de fertilidad como la fecundación in vitro (FIV), sin contar el enorme costo emocional que conllevan estos procesos. Si bien toda vida humana es valiosa y los padres mayores no deberían ser condenados ni desalentados por sus elecciones, resulta poco ético que la sociedad promueva o normalice un modelo que, por sus consecuencias biológicas, aumenta el sufrimiento evitable de muchas familias. Al igual que se desalienta enviar mensajes de texto mientras se conduce por el peligro que implica, también deberíamos advertir sobre los riesgos de postergar la maternidad y paternidad, e incentivar, en la medida de lo posible, la formación de familias durante los años reproductivos más seguros y saludables.
3) Contrario al estereotipo de que los hijos drenan tiempo y dinero, muchas familias descubren que tener hijos las hace más eficientes en ambas áreas. La presión constante de criar hijos obliga a los padres a gestionar mejor sus finanzas y su tiempo, eliminando gastos innecesarios y hábitos poco sostenibles, como viajes frecuentes o compras impulsivas. Esta realidad se refleja en estudios que muestran que tanto hombres como mujeres con hijos suelen tener mayores logros profesionales y salarios más altos que sus pares sin hijos. Por ejemplo, los hombres con hijos ganan significativamente más —hasta un 40 % más según un estudio del Centro de Posgrado de la Universidad de la Ciudad de Nueva York—, y las madres también superan económicamente a las mujeres sin hijos. Tener hijos no solo motiva a trabajar más y con mayor constancia (los padres tienen más probabilidades de mantener empleos a tiempo completo), sino que también mejora la productividad: se aprovecha mejor el tiempo laboral, se reduce la procrastinación y se optimizan las tareas. En el caso de las madres, además, diversos estudios muestran que la maternidad mejora la capacidad mental y la habilidad para realizar múltiples tareas con eficacia. Así, aunque criar hijos conlleva sacrificios, también puede ser un poderoso estímulo para madurar, ordenar prioridades y avanzar profesionalmente.
4) Tener hijos en los veinte años permite una recuperación posparto mucho más rápida y eficaz, tanto externa como internamente, debido a que el cuerpo femenino aún cuenta con altos niveles de elastina, colágeno y una salud general más óptima. A esa edad, la piel se adapta y vuelve a su forma con mayor facilidad tras los cambios físicos del embarazo, lo que facilita recuperar la figura. Además, las mujeres jóvenes tienen menos riesgo de complicaciones durante el parto, como cesáreas, partos prolongados o mala posición fetal, todo lo cual influye en una recuperación más rápida y menos traumática. La experiencia personal de muchas madres jóvenes confirma esta diferencia, incluso sin regímenes estrictos de ejercicio o dieta, lo que demuestra que la edad biológica sigue siendo un factor clave en el bienestar posnatal.
5) Tener hijos a una edad más joven, especialmente en los veinte, implica contar con más energía y agilidad para jugar, cargar, correr y convivir activamente con ellos durante su infancia. Aunque no se suele considerar a las personas de treinta y tantos como “viejas”, muchas notan cambios físicos importantes después de los 35, como fatiga más rápida o molestias al realizar actividades simples como sentarse en el suelo. Esto no solo afecta la crianza diaria, sino que también sugiere mayores desafíos físicos durante el embarazo y el parto a edades más avanzadas. Por eso, tener hijos jóvenes no solo beneficia la salud materna, sino que permite disfrutar más plenamente la vida activa que implica criar niños pequeños.
6) Postergar la maternidad y la paternidad hasta los 30 o 40 años ha contribuido a la aparición de la llamada “generación sándwich”, compuesta por adultos que, en plena edad productiva, deben cuidar simultáneamente de sus hijos pequeños y de sus padres ancianos. Este fenómeno es una consecuencia directa de la cronología generacional: si una persona tiene hijos a los 35 y sus hijos repiten ese patrón, se generará una situación en la que los cuidadores estarán atrapados entre niños que requieren atención constante y padres mayores con crecientes necesidades de salud y dependencia. Por el contrario, formar una familia en los veinte permite que los abuelos lleguen a los cincuenta cuando nacen los nietos, una edad en la que aún pueden ofrecer apoyo en lugar de requerirlo. Esta diferencia no solo mejora la dinámica familiar y el bienestar de cada generación, sino que también alivia la presión económica sobre las familias y sobre el sistema de bienestar público, ya que la carga fiscal recae principalmente sobre los adultos activos que deben sostener, mediante impuestos, a una población creciente de dependientes jóvenes y mayores. Si no se revierte esta tendencia, los próximos años verán una proporción aún más elevada de personas que requieren apoyo frente a quienes lo pueden brindar, como refleja la proyección del Censo: de 59 dependientes por cada 100 adultos activos en 2010 a 76 por cada 100 en 2030, intensificando así las tensiones sociales, económicas y personales sobre quienes están en el medio.
7) Retrasar la maternidad hasta los 35 años limita significativamente el número de hijos que una mujer puede tener antes de que su fertilidad decline, lo que en la práctica impide alcanzar el tamaño familiar deseado por muchas —alrededor de tres hijos— y pone en riesgo la tasa de reemplazo poblacional necesaria para mantener estable a una sociedad, que es de al menos 2,1 hijos por mujer. Esta caída en la natalidad no solo afecta deseos personales, sino que tiene consecuencias sociales y económicas profundas: ciudades despobladas, aumento en los costos del cuidado de los ancianos, menor inversión y consumo por parte de una población envejecida, menos emprendimiento y una fuerza laboral decreciente que no puede sostener las crecientes cargas fiscales del sistema de bienestar. Si no se revierte esta tendencia —ya visible en países como Japón y varios europeos—, el futuro económico y social de la nación se debilita. Aunque la inmigración puede suplir parte de la caída poblacional, su impacto está limitado y muchas veces acompañado de tensiones culturales. Por ello, si una mujer desea tener tres o más hijos y contribuir a la estabilidad futura del país, debe empezar a formar su familia cerca de los 25 años, ya que biológicamente tomará cerca de una década hacerlo. Es, simplemente, una cuestión de matemática demográfica.
8) El enfoque moderno de vida promovido por el feminismo —educarse durante años, construir una carrera, y posponer el matrimonio y la maternidad hasta los treinta o más— puede funcionar para quienes no desean tener hijos, pero es perjudicial para la mayoría de las mujeres que sí los quieren. Esta secuencia retrasa tanto la formación familiar que muchas terminan enfrentando dificultades físicas y emocionales para lograrlo justo cuando sus carreras comienzan a despegar. En cambio, si una mujer tiene hijos en sus veinte, cuando aún no ha invertido profundamente en su carrera profesional, puede criarlos durante la primera década adulta y luego retomar la formación académica o laboral en sus treintas, cuando sus hijos ya son mayores. Esto le permite tener una larga etapa profesional sin interrupciones posteriores, lo que alinea mejor su biología con sus metas personales y profesionales. Esta estrategia, conocida como “secuenciación”, ofrece una forma más realista y equilibrada para alcanzar tanto la maternidad como el éxito laboral.
9) El reloj biológico femenino no se detiene ni se adapta a los planes profesionales o personales, y la fertilidad no es una garantía perpetua. Muchas jóvenes, confiadas en la facilidad con la que son fértiles en sus veintes y engañadas por la idea moderna de que la reproducción puede ser controlada a voluntad mediante anticonceptivos y planificación, postergan la maternidad con la esperanza de formar una familia cuando “estén listas”. Sin embargo, lo que muchas no ven venir es que el deseo de tener hijos puede llegar con fuerza en una etapa en la que la capacidad biológica para concebir ya ha disminuido drásticamente, y entonces descubren con dolor que sus opciones son limitadas o inexistentes. A esto se suma la desilusión que puede traer el mundo laboral, que a menudo no cumple las expectativas inspiradoras vendidas por los medios, las universidades o la cultura popular, y que se muestra en cambio como una rutina pesada, competitiva y muchas veces deshumanizante. Lejos de la promesa de éxito y realización, muchas mujeres terminan experimentando soledad y vacío incluso después de alcanzar logros profesionales, especialmente cuando esos logros han llegado al precio de sacrificar una familia que deseaban tener. Por eso es crucial que las mujeres jóvenes entiendan que una carrera no es necesariamente una fuente interminable de satisfacción, ni una meta que deba perseguirse al margen de su biología. En lugar de aspirar a ser una más en una estructura corporativa que fácilmente puede prescindir de ellas, pueden elegir ser el centro insustituible del mundo de sus hijos, quienes las verán como figuras heroicas, líderes, referentes y celebridades. Mientras que un jefe puede reemplazarlas sin dudar, sus hijos no podrán hacerlo jamás. En última instancia, para muchas, formar una familia a tiempo no solo puede ser una experiencia más significativa y gratificante, sino también una afirmación de identidad y propósito que ninguna oficina de alguna multinacional.
10) Los tratamientos de fertilidad, como la congelación de óvulos y la fecundación in vitro (FIV), son frecuentemente promovidos por empresas y medios como soluciones accesibles y relativamente simples para posponer la maternidad, pero en realidad presentan múltiples complicaciones y limitaciones significativas. Estos procedimientos conllevan efectos secundarios adversos para la salud de las mujeres, son costosos, éticamente controvertidos y no garantizan el éxito reproductivo, con tasas de eficacia que varían y que muchas veces decepcionan a quienes los utilizan. Además, se ha observado que los bebés concebidos mediante FIV pueden tener un mayor riesgo de defectos congénitos, lo que añade una dimensión adicional de preocupación médica y ética. La congelación de óvulos, a pesar de su creciente popularidad, no es una garantía de fertilidad futura y puede resultar en experiencias emocionalmente traumáticas, tal como relatan numerosas mujeres. Es importante considerar que el reloj biológico femenino empieza a declinar alrededor de los 27 años, lo que implica que las mejores probabilidades para concebir de manera natural ocurren antes de esa edad. Por ende, el consejo más racional y fundamentado es alinear las decisiones reproductivas con la biología natural del cuerpo, en lugar de depender exclusivamente de la tecnología reproductiva. Sin embargo, en el contexto sociocultural actual, donde la revolución sexual y cambios en las estructuras familiares han llevado a que muchos hombres sean menos propensos a comprometerse formalmente mediante el matrimonio —y donde el divorcio sin culpa ha generado incertidumbres adicionales—, formar una familia tempranamente puede ser un desafío significativo. A pesar de estas dificultades, es fundamental que las mujeres no se dejen vencer por un discurso derrotista ni dependan ciegamente de las soluciones tecnológicas; por el contrario, deben adoptar una postura activa y emprendedora en la construcción de una cultura que valore y facilite la maternidad temprana. Apuntar a tener hijos dentro del período óptimo de fertilidad, aunque no garantice un resultado perfecto, maximiza considerablemente las probabilidades de éxito y bienestar tanto para la madre como para el niño, siendo esta estrategia la más sensata desde un punto de vista biológico, social y psicológico.