La clausura temporal de la sede diplomática estadounidense en Israel marca un nuevo capítulo en la escalada entre Washington, Tel Aviv y Teherán. Misiles, amenazas de “rendición incondicional” y llamados a un cambio de régimen sacuden el tablero geopolítico de Medio Oriente.
Este miércoles, el Departamento de Estado de Estados Unidos anunció el cierre temporal de su embajada en Jerusalén y de las secciones consulares en Tel Aviv. La medida, que se mantendrá vigente hasta el viernes, responde directamente al deterioro de la situación de seguridad en la región tras los ataques lanzados por Irán contra territorio israelí.
Siguiendo las directrices del Mando del Frente Doméstico del Ejército israelí, la embajada comunicó que no se ofrecerán servicios consulares durante estos días, incluyendo la tramitación de pasaportes o informes consulares de nacimiento. Además, se ha ordenado que todo el personal diplomático estadounidense y sus familias permanezcan refugiados en sus hogares hasta nuevo aviso. No se han anunciado todavía operaciones específicas para evacuar a ciudadanos estadounidenses, aunque se alienta su inscripción en el Programa de Viajeros Inteligentes (STEP).
Este anuncio se produce apenas un día después de que la sucursal de la embajada estadounidense en Tel Aviv sufriera daños menores como consecuencia de un ataque con misiles en una zona cercana, lanzado por Irán como parte de su ofensiva contra Israel.
En los últimos días, Irán ha lanzado más de 400 misiles balísticos y decenas de drones suicidas contra Israel, causando al menos 24 muertos y cientos de heridos. Se trata del ataque directo más grave del régimen de los ayatolás contra el Estado judío desde la revolución islámica de 1979.
A través de sus canales oficiales, la República Islámica ha reiterado que no tiene intención de cesar las hostilidades y que considerará cualquier intervención directa de Estados Unidos como un acto de guerra. El líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, fue enfático:
“La nación iraní nunca se rendirá a los dictados de nadie. Nos oponemos tanto a una guerra impuesta como a una paz impuesta. Si Estados Unidos interviene, sufrirá daños irreparables”.
Desde la Casa Blanca, el presidente Donald Trump no ha descartado una intervención militar directa. Mientras supervisaba una ceremonia en los jardines de la residencia presidencial, dejó entrever que las opciones están sobre la mesa, pero sin confirmar una decisión concreta.
“Puede que lo haga, puede que no. Es decir, nadie sabe qué voy a hacer. Lo que sí les puedo decir es que Irán quiere negociar”.
Trump afirmó que Irán ha enviado señales de querer retomar conversaciones nucleares e incluso habría sugerido el envío de funcionarios a la Casa Blanca. Sin embargo, el mandatario estadounidense respondió con frialdad: “Quizás nos reunamos. Hay una gran diferencia entre ahora y hace una semana. Pero es muy tarde”.
Además, exigió públicamente la “¡rendición incondicional!” del régimen iraní y dejó clara su postura sobre el uso de la fuerza:
“Vamos y destruimos todo el material nuclear que hay por todas partes. Estoy harto”.
En paralelo, líderes cristianos conservadores en Estados Unidos han instado a Trump a adoptar una postura más agresiva. Un grupo de influyentes pastores evangélicos pidió al presidente impedir a toda costa que Irán obtenga armas nucleares y a “ayudar al pueblo iraní a liberarse del yugo de los ayatolás”.
Sam Brownback, exsenador y actual embajador de la Change Iran Coalition, lanzó una campaña pública para promover un cambio de régimen en Teherán.
“Esta teocracia ilegítima oprime a su pueblo, amenaza a cristianos y judíos, y es el principal Estado patrocinador del terrorismo. Estados Unidos no puede quedarse de brazos cruzados”.
Según reportes internos del Pentágono, Trump evalúa el uso de bombarderos furtivos B-2 para destruir el búnker nuclear de Fordow, ubicado a gran profundidad en el centro de Irán. Esta acción implicaría el uso de la temida “bomba rompe-búnkeres” de 30.000 libras, diseñada precisamente para misiones de este tipo.
La clausura de la embajada estadounidense en Jerusalén no es un simple gesto diplomático: es una señal alarmante de que la guerra entre Israel e Irán puede extenderse e involucrar directamente a Estados Unidos. La amenaza de un enfrentamiento directo entre Washington y Teherán reaviva los temores de una guerra regional con consecuencias incalculables.
Mientras tanto, las poblaciones civiles tanto en Israel como en Irán se enfrentan a una situación extremadamente volátil. Las alertas rojas, las órdenes de refugio y los bombardeos son ya parte del día a día.
El mundo observa con tensión si este conflicto será contenido por la vía diplomática o si, como muchos temen, estamos ante el preludio de una guerra abierta en el corazón de Medio Oriente.
La guerra entre Israel e Irán ya ha dejado de ser una amenaza lejana para Estados Unidos. Con su embajada cerrada, su presidente exigiendo la rendición de los ayatolás y los evangélicos clamando por una intervención divina y militar, la pregunta ya no es si el conflicto escalará, sino cuándo.