Un nuevo proyecto de ley ha reavivado el debate migratorio en Estados Unidos. La “Ley de Dignidad” —una iniciativa bipartidista impulsada por la congresista republicana María Elvira Salazar junto con demócratas y otros republicanos moderados— busca reformar el sistema de inmigración con un enfoque que, según sus autores, equilibra humanidad con legalidad. Pero para sus críticos, la propuesta no es más que una amnistía disfrazada.
El texto del proyecto plantea cuatro pilares: seguridad fronteriza, dignidad para los inmigrantes indocumentados, fortalecimiento de la economía estadounidense y cumplimiento de la ley.
Entre sus medidas más polémicas está la creación del “Programa de Dignidad”, que permitiría a inmigrantes ilegales permanecer en el país por un periodo de siete años sin ser deportados, a cambio del pago de una contribución anual (unos $5,000 dólares) y el cumplimiento de ciertos requisitos como no tener antecedentes penales. Este programa no otorga ciudadanía, pero abre la puerta a una vía legal para millones de personas que se encuentran actualmente en situación irregular.
Una vez completado ese primer periodo, los beneficiarios podrían optar por un segundo programa, llamado “Camino a la Redención”, que sí abriría la posibilidad de solicitar la residencia permanente, siempre que continúen pagando cuotas y cumpliendo con requisitos adicionales, como aprender inglés y participar en actividades comunitarias.
Para Salazar, de origen cubanoamericano y representante del distrito 27 de Florida, esta propuesta “restaura la dignidad humana” y responde a un “problema que lleva décadas sin resolverse”. Argumenta que el plan es realista, compasivo y, sobre todo, viable en el Congreso.
Sin embargo, numerosos sectores del Partido Republicano han reaccionado con fuerza contra la propuesta, acusándola de legalizar a millones de inmigrantes ilegales sin garantizar un control efectivo de la frontera. “Es una amnistía por cuotas”, denuncian voces conservadoras, advirtiendo que la medida solo incentivaría una nueva ola migratoria.
A su vez, algunos defensores de los derechos de los inmigrantes consideran que los requisitos financieros y las condiciones impuestas perpetúan la desigualdad y podrían dejar fuera a los más vulnerables. A pesar de ello, organizaciones como el Foro Nacional de Inmigración han mostrado apoyo condicionado al proyecto.
La presentación de esta ley ocurre en un contexto donde el debate migratorio es uno de los temas más candentes del ciclo electoral. Con el expresidente Trump presionando por una política de “cero tolerancia” y el actual gobierno dividido entre el pragmatismo y la presión de sus bases, el margen de acción legislativo es estrecho.
A nivel estatal y local, las tensiones aumentan: Texas ha implementado medidas unilaterales de control fronterizo, y en ciudades santuario, el conflicto entre autoridades locales y federales escala cada vez más.
La “Ley de Dignidad” parece ser, en parte, un intento de generar una narrativa alternativa al discurso polarizante de los extremos. Pero el tiempo dirá si se trata de una genuina apuesta por la reforma o de un gesto simbólico en medio de una contienda política marcada por la radicalización.
Por ahora, el proyecto está en comisión y deberá sortear múltiples obstáculos para ser debatido y aprobado. Pero su sola existencia reabre preguntas profundas sobre la identidad, la justicia y el futuro de la nación más poderosa del mundo.