Tras la polémica generada por la publicidad de Sydney Sweeney con American Eagle, muchos católicos parecen conformes con vender hipersexualización y no llamar la atención de la sociedad por el hecho de que estamos tan acostumbrados a ello, que se nos ha vuelto cotidiano, paisaje. Jean Carlo Portillo reflexiona sobre este fenómeno y nos llama a la coherencia.
Este artículo tomará inspiración de las más recientes controversias que se dieron en medios, televisión y redes sociales durante la semana. No solo aquella en la que se vio envuelto Javier, el Chicharito Hernández, o la que protagonizaron American Eagle y Syndey Sweeney, sino también la que desató Eduardo Verástegui, compañero y amigo, con más de un post a través de la plataforma de X, antes Twitter. Y es que hubo un día, específicamente el 30 de Julio pasado, en el que, al abrir las redes sociales, me percaté de un fenómeno que no sucedía por primera vez. La polémica, la adrenalina de las redes sociales, esa necesidad de hacer llorar progres, cegaron a (y correré el riesgo de afirmarlo de esta manera) la mayoría de la derecha twittera.
Cuando la tendencia llega, los bandos se dividen, la sangre hierve, llega al cerebro y muchas veces nos impide pensar con claridad o siquiera pensar. Hace algunos años, fui parte, incentivé e incluso inicié una ola de insultos, memes, burlas y hashtags en contra de una persona que en su momento se había convertido en el saco de boxeo de la derecha que en ese entonces era mucho más liberal que ahora. La emoción de ver a un amigo ganar un debate con tanta precisión, facilidad y, después del suspenso y expectativa que se habían generado para entonces, echaron a andar mi imaginación, creatividad y atiné más de un post que llegó a decenas de miles de personas, quizá a cientos de miles y provocó que muchas más personas crearan sus propios contenidos similares. El debate del cuál hablo es el que se dio un 21 de febrero del año 2021 entre Agustín Laje y Gloria Álvarez.
¿Fue emocionante? Mentiría si les digo que no. ¿Me reí con los memes? Volvería a mentir si les dijera que no. ¿Valió la pena? Bueno, mentiría si les digo que sí. No entendí el problema en ese entonces. Era un chico libertario inclinado al paleolibertarismo (la rama conservadora de los libertarios) que apenas se estaba alejando de la ética objetivista de Ayn Rand y no tenía la fe que tengo ahora. Ni siquiera me terminaba de definir como algo en cuestiones de fe. Apenas leía algunas cosas sobre el cristianismo y el catolicismo aún se veía muy alejado para mí. Poco tiempo después, pasó…
Corría el año 2023, Gloria había anunciado una conferencia en CDMX donde tocarían el tema del feminismo liberal y algunos referentes a la sexualidad que no serán relevantes para este artículo. El feminismo liberal comenzaba a hacer cierto ruido en los círculos liberales y ya habían transcurrido dos años desde aquel debate. Me interesé en ir porque quería escuchar por qué ese círculo creía que podía existir un feminismo bueno, un feminismo liberal. Así que fui, asistí, apenas había escuchado 20 minutos de conferencia y ya había hecho un post en contra de las conferencistas, utilizando adjetivos negativos que para la naturaleza del entonces Twitter resultarían chistosos. Noté a Gloria incómoda con mi presencia, no solo me ubicaba porque desde el año 2018 yo había sido uno de los principales jóvenes que habían apoyado su trabajo. Desde el día en que se publicó El engaño populista, pasando por Cómo hablar con un progre y terminando con Cómo hablar con un Conservador. Justo el día en que presentó este último libro en el Hotel Sevilla de la Ciudad de México, no había suficientes ejemplares para todas las personas que se habían reunido allí. Calculo que en el lugar habían más de 500 personas y apenas unos 30 libros. Salí en medio de una tormenta y a pie del hotel, recorrí tres librerías Gandhi y compré con mi dinero y un poco que me había dado un familiar, todos los libros disponibles. Conseguí unos 20 más, pero conseguí. Así que ya podrán hacerse una idea de qué tanto me reconocía el día que asistí después de tantos años a una de sus conferencias. Pero no solo estaba incómoda por eso, estaba molesta porque yo había tuiteado algo más o menos así: «Aquí escuchando lo que tienen que decir las feministas liberales. No son iguales a las femibolches pero están igual de locas». Palabras más, palabras menos.
La charla terminó, me levanté de la silla dispuesto a irme y Gloria exclamó en medio del público: «¿Te gustó o sigues creyendo que estamos locas?». Salí del edificio, me dirigí a mi auto y emprendí el camino a casa. Mientras caminaba hacia el estacionamiento pensé: «¿Qué hice?». No me refería al tuit, sino qué hice cuando participé en esas campañas de memes, burlas y chistes que se salieron de control. Y fue ese momento y gracias a su grito, que tuve uno de muchos momentos de cambio de chip.
En mis épocas de bachillerato, un día, me había quedado sin dinero para pagar el camión de regreso a casa. Había pedido que me llevaran sin pagar a un par de choferes y ninguno me ayudó. Caminé durante dos horas a casa y apenas había recorrido la mitad del camino. Pasaban las nueve de la noche y mientras caminaba hambriento y desesperado por estar solo en la calle de noche, solo podía pensar que todo podía ponerse peor si salía corriendo una rata y, aunque no me lo crean, pisé una rata muerta unos segundos después. Pedí ayuda a Dios, yo, un chico entonces ateo. Pasaron pocos minutos más y una señora se paró en un taxi, había empezado a llover y me preguntó si sabía dónde quedaba el Centro Cristiano de Calacoaya. Mi mente explotó. Ese Centro quedaba a escasos tres minutos de mi casa y eso le expresé. Me ofreció llevarme y me dejó a unas cuadras de mi casa. Dios me había ayudado.
Esa misma sensación fue la que sentí cuando salí de la conferencia y me dirigía a mi auto. Algo había iluminado mi mente. Algo había tocado mi corazón tan profundamente que aún ahora, mientras escribo esto, siento el dolor y el arrepentimiento que sentí aquella vez. Dejé de pensar en Gloria la liberprogre y volví a pensar en Gloria, la liberal que me acercó al liberalismo y a la batalla que hoy llamamos cultural pero entonces denominábamos «batalla de las ideas». Ya no vi el meme, vi a la persona. Entonces, tomé mi teléfono, abrí whatsapp, busqué: Gloria Álvarez, pedí perdón y al poco tiempo, respondió.
No sé por qué, pero respondió de una manera que no me esperaba, como si mis disculpas le hubiesen sonado sinceras. Como si por un momento hubiera visto de nuevo a un joven entusiasmado por la batalla de las ideas que en aquel 2018 intentaba atraer a más gente a las ideas de la libertad (que hoy considero erradas y contrarias a mi fe). Me dijo algo que hasta el día de hoy tomo como regla y que jamás voy a olvidar. «La disculpa tiene que ser igual o mayor que la ofensa». ¿Qué quería decir? Quería decir que, si yo genuinamente estaba arrepentido, tenía que pedirle disculpas públicas, y así lo hice. Cuando lo hice, varios amigos, incluso influencers del medio me escribieron desconcertados preguntando por qué lo había hecho. «¿Qué te pasa? ¡Es Gloria! ¡Está loca!» Y yo solo podía pensar: Porque es lo correcto.
¿Valió la pena tanta burla y tanto meme? No. Hasta hoy me pregunto cuántas personas heridas, lastimadas, dañadas, resentidas y con profundos traumas están en el espectro contrario a nuestros valores y principios y nuestras burlas, nuestros tuits, nuestra forma de comunicar y necesidad de ser virales, abren esas heridas, lastiman aún más, dañan de manera más profunda y multiplican el resentimiento. Ahora, el Jean Carlo Portillo católico, el padre de familia y esposo de una sola mujer, se pregunta: ¿A cuántos ayudé cuando me subí al tren de la tendencia? ¿Cuántas almas ayudé a salvar? ¿Cuántos corazones herí? ¿Había alguna feminista que solo necesitaba un abrazo, un café y dos horas de charla para cambiar de opinión en lugar de un meme y un comentario ofensivo? ¿Y si en lugar de llamarle a la feminista de twitter, femibolche, femiorca, feministérica, liberprogre, etc; le hubiera escrito un mensaje reconfortante, un pasaje bíblico, un mensaje de apoyo, un mensaje de ayuda o simplemente ignorarla en lugar de herirla aún más? Hoy me gustaría que te lo preguntes. Cuando lo hagas, dime si valió la pena.
La polémica en torno a Sydney, el Chicharito y Eduardo Verástegui me mostró algo más que la tendencia. Había hablado con la mujer de mis ojos y con un par de amigos más sobre el tema. Noté que las redes estaban llenas de feministas quejándose porque una rubia atractiva había hecho una campaña para una empresa que, entre otras cosas, se dedica a hacer ropa de mezclilla. También noté que la derecha se había salido a burlar de todas estas feministas, zurdos y progres porque eso los hacía llorar aún más. La polémica se partió en dos bandos, pero había un tercero que la tendencia nubló para muchos. Con tal de hacer llorar progres, la derecha conservadora (por llamarle de alguna manera) había empezado a compartir las fotos de la modelo, sus videos, desde las fotos más sencillas hasta las más provocativas con mensajes tipo: «Le tienen envidia a una mujer guapa», «miren el tamaño de esos senos», «las feministas odian la belleza de Sydney». Comerciales que comienzan con la modelo subiéndose el cierre del pantalón de una manera evidentemente hecha para atraer, por no decir, provocar sensaciones en los clientes; hasta videos de la modelo con minishorts, gestos provocativos y resaltando el escote. Eso me lo esperaría de los liberales, pero ¿de los conservadores?, peor aún, ¿de los católicos?
Con tal de subirse a la tendencia, gente autodenominada cristiana compartía, adulaba, resaltaba la belleza sexual de una mujer que estaba siendo el ícono de una mera campaña de marketing. No tuvo que pasar mucho tiempo para que más marcas usaran la misma estrategia. La misma empresa Nike publicó recientemente una imagen del campeón mundial de golf como papá, acompañado de su bebé con la frase «You alredy won» (Ya ganaste), dando un mensaje bastante favorable para la familia y los padres, sobre todo en estos nuevos tiempos, pero… ¿Será que estamos ganando la batalla o que el mercado simplemente está apuntando para otro lado? Ojo, no es lo mismo dar un paso al frente en la batalla cultural que simplemente ahora ser el target de la publicidad de las empresas. Quizá lo woke esté pasando de moda y la familia tradicional se convierta en la moda, pero solo es eso, moda. ¿Cuál «ganamos»? ¿Dónde está la virtud en publicar y compartir fotos de una modelo provocativa solo porque hizo llorar progres? Reforzando el mensaje que Eduardo Verástegui compartió en redes sociales:
A raíz de la reciente campaña que hizo Sydney Sweeney para American Eagle, muchos de un lado la han atacado y otros, del otro lado, la han aplaudido.
— Eduardo Verástegui (@EVerastegui) July 31, 2025
Unos la critican por perpetuar estereotipos y cuerpos “heteronormados”, y otros la celebran como símbolo de “libertad” que hizo…
Como yo lo veo, los dos caminos existentes no son ni el de los progres que ven rubias atractivas y se enojan, ni el de los conservadores que buscan las fotos más provocativas de Sydney para hacerlos llorar más; la realidad es muy diferente y, sinceramente, siempre ha sido la misma, virtud o vicio, bien o mal, olvidar a Dios o tenerlo presente. ¿Vale la pena caer con tal de ser virales? No perdamos de vista lo esencial, la verdad, la caridad y la virtud no son simples opciones, estamos llamados a ejercerlas. Como católicos estamos llamados a predicar con el ejemplo. Los tuits no sirven de nada si nuestra vida no refleja lo que expresamos ahí. ¿En qué momento cambiamos la cruz por la tendencia? «Quien siembre su vida de apetitos desordenados, de ellos mismos cosechará corrupción; en cambio, quien siembre según el Espíritu, del mismo Espíritu cosechará vida eterna»
(Gálatas 6,8).
No seamos soldados de la tendencia, sino apóstoles de la verdad. Que no nos importe ganar una discusión si perdemos un alma. Que la próxima vez que abramos X, lo hagamos preguntándonos no qué bando tiene razón, sino qué alma puedo tocar hoy con la verdad en caridad. No nos olvidemos: «Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).