España atraviesa una crisis demográfica sin precedentes, con la tasa de natalidad más baja de Europa y más perros que niños en sus hogares. Entre el abandono de la fe católica, el individualismo y la humanización de las mascotas, la nación que alguna vez fue bastión de la Cristiandad se enfrenta a un vacío generacional que amenaza su propia supervivencia.
Ciertamente que España como Madre Patria es un emblema de la civilización cristiana, no sólo por el nacimiento de Occidente, sino también por su ocaso. No es ningún secreto que España atraviesa una de las peores crisis demográficas de su historia. La tasa de fertilidad, según los últimos datos de 2023, se ha desplomado hasta el 1,12 hijos por mujer, la más baja de toda Europa. Para ponerlo en perspectiva, en 1960 la cifra rondaba los 3 hijos por mujer. El descenso comenzó de forma pronunciada a mediados de los años setenta, en plena Transición, coincidiendo con profundos cambios culturales y legislativos que transformaron el modelo familiar.
Desde entonces, los hogares españoles se han ido vaciando, las familias encogiéndose y la población envejeciendo a un ritmo alarmante. Las consecuencias no son una simple cuestión económica ya que se trata de un lento suicidio demográfico que compromete la continuidad misma de la nación. No es casual que, en esta España que da la espalda a la natalidad, haya más animales de compañía que niños. En 2023 había alrededor de 9 millones de perros y casi 6 millones de gatos, frente a solo 6,6 millones de menores de 14 años. La comparación es aún más chocante con los más pequeños considerando que por cada niño menor de 4 años, apenas 1,8 millones en total, hay cinco perros.
Durante la pandemia, esta tendencia se hizo aún más visible. Mientras las restricciones impedían salir de casa salvo por motivos esenciales como trabajar, abastecerse o acudir al médico, pasear al perro se convirtió en una de las pocas actividades permitidas. Las calles, vacías de niños jugando, se llenaron de perros acompañados de sus dueños.
En la España actual, el perro o el gato han sustituido, de manera cada vez más evidente, al niño. Un artículo de la cadena pública suiza RTS lo describe con claridad al recolectar testimonios, entre los cuales destaca Ainhoa, refiriéndose a sus caniches: “Basta con echar un vistazo a las redes sociale para constatar el nuevo lugar que ocupan las mascotas… Son como mis bebés, mis hijos. Me ocupo de ellos todo el tiempo. Intento viajar con ellos”. Otro testimonio, el de Luis, confirma la misma tendencia al decir sobre su perro Cardu: “Lo tratamos como a un miembro más de la familia. Duerme con nosotros y tiene sus cosas específicas para él. Nos preocupamos por él igual que por nuestras hijas”. Pero quizá el caso más revelador sigue siendo el de la propia Ainhoa quien, en su cuenta de Instagram, tiene una sección que se titula “El embarazo”. En la primera publicación anuncia con entusiasmo “Ya está confirmado, estoy esperando bebés”; sin embargo, no se refiere a hijos humanos, sino a uno de sus caniches y a sus cachorros. Ainhoa, conviene subrayarlo, no tiene hijos reales.
Varios medios de comunicación españoles han insistido en señalar una correlación entre tener una “mascota” —término habitual para designar a los animales de compañía— y no tener hijos. Según informa la cadena RTS, estos medios repiten con frecuencia que en España hay más perros que niños, como si ello explicara por sí mismo el desplome de la natalidad.
Sin embargo, la pregunta está mal formulada. La relación de causa y efecto es, en realidad, la inversa. No es que tener un perro impida tener hijos, sino que la ausencia de hijos ,debida en gran parte a la descristianización de una sociedad española que ha perdido su alma católica, y por otras razones secundarias, conduce a buscar un sustituto para el afecto natural que antes se volcaba en la familia. Ese vacío afectivo se canaliza ahora hacia los animales de compañía.
El propio artículo lo ilustra con claridad: “Se percibe un fenómeno de humanización del perro: “He visto perros en cochecitos o abrigados cuando hace frío. […] Se está desarrollando todo un sector y un montón de actividades en torno a los perros”, explica la corresponsal de la RTS en España. La magnitud del fenómeno queda reflejada en las cifras de la Asociación Española de la Industria y el Comercio del Sector de los Animales de Compañía (AEDPAC): este sector mueve casi 3.000 millones de euros al año en España, cifra que confirma que el reemplazo simbólico del hijo por la mascota es, además, un negocio floreciente.
Las leyes no permanecen ajenas a esta transformación cultural. En 2021, el Congreso de los Diputados aprobó una norma que excluye a los animales de la categoría de objetos. «La relación con los animales de compañía ha evolucionado. Ya no son un objeto más en la casa, como un mueble. El animal se parece, sin serlo realmente, a un miembro de la familia», afirmaba Ana Fernández, del Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Madrid.
Los tribunales también se han adaptado a esta mentalidad. En casos de separación, ha surgido la figura de la custodia compartida del animal. Los animales aparecen mencionados en testamentos, se han multiplicado los crematorios para mascotas y las guarderías caninas abundan en todas las ciudades. Incluso surgen negocios insólitos, como heladerías donde los perros pueden “degustar” sus propios postres.
En un país cuya grandeza histórica se ha forjado en el marco del catolicismo, el perro o el gato han pasado a ocupar el lugar que antes pertenecía al principal tesoro de la sociedad que los hijos. Conviene recordar la advertencia de Jean Bodin: “La única riqueza son los hombres”. Pero España no solo ha descuidado esa riqueza humana. Ha relegado también su riqueza suprema que era la fe católica y la eternidad bienaventurada que esta promete. En su lugar, ha abrazado una visión materialista y hedonista que, de no revertirse, amenaza con llevar a la nación, antiguo baluarte de la Cristiandad, hacia una extinción demográfica tan silenciosa como poco gloriosa, en este siglo y en el siguiente.