¿Se acuerdan del Sínodo de la Amazonía, allá por 2019, con el Papa Francisco? Ese momento que parecía una novedad cultural, terminó siendo, para muchos fieles, una piedra de tropiezo. Aquella escena de las “Pachamamas” en el mismísimo Vaticano dejó a la gente confundida. Unos lo llamaron inculturación, otros lo llamaron idolatría disfrazada. La línea era fina, demasiado fina.
Miren, lo que pasa es que la Iglesia, desde siempre, ha sido clara.
El evangelio de Mateo es claro al respecto: Al Señor tu Dios adorarás, y solo a Él darás culto”
Y sin embargo, aquel gesto dio la impresión de que la creación podía ponerse en el centro, como si rendirle gestos reverenciales a una figura pagana fuera compatible con el Evangelio. No, no lo es.
Hoy, con León XIV, Roma comienza a sonar distinto, muy distinto respecto a los últimos años.
Hace apenas unos días, en un telegrama enviado a los obispos de la Amazonía, el Sumo Pontífice puso las cartas sobre la mesa con una precisión doctrinal impecable:
“Que nadie destruya irresponsablemente los bienes naturales que hablan de la bondad y belleza del Creador, ni, tanto menos, se someta a ellos como esclavo o adorador de la naturaleza, ya que las cosas nos han sido dadas para conseguir nuestro fin de alabar a Dios y obtener así la salvación de nuestras almas.”
El Papa León XIV reafirma tres cosas fundamentales:
Esta es amigos, simplemente la fe de siempre. Recordemos lo que dice San Pablo en Romanos 1,25:
“A ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén.”
(Biblia de Jerusalén)
Exactamente eso: el riesgo de poner a la creación en el lugar del Creador es tan viejo como el paganismo.
San Ireneo de Lyon, allá por el siglo II, dijo para la Iglesia Universal:
“La gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”.
No en venerar los árboles, ni las montañas, ni las fuerzas naturales. Todo lo creado es bello, sí, pero es un signo, no un fin.
El Catecismo de la Iglesia Católica lo refuerza en el n. 2112:
“El primer mandamiento condena el politeísmo. Exige al hombre no adorar a otras divinidades que no sean el único Dios… Se prohíbe adorar a la criatura en lugar del Creador, ya sea a los ángeles, a los espíritus, a los astros, a cualquier criatura viviente o cualquier otra cosa creada.”
Entonces, lo de León XIV no es “nuevo”; es un acto de continuidad con toda la Tradición. Es recordarle al mundo que la misión de la Iglesia no es dialogar a costa de diluir la fe.
El diálogo y ecumenísmo verdadero ilumina, convierte a la fe verdadera y no confunde.
Como decía San Atanasio, “el Verbo se hizo hombre para que nosotros fuéramos divinizados”. No se hizo hombre para mezclarnos con ritos paganos.
Francisco intentó tender puentes con culturas periféricas, pero las formas fueron torpes. Y en esas formas se filtró el escándalo. León XIV, con este telegrama, hace lo que corresponde a un Papa: confirma a los hermanos en la fe, labor principal de un Sumo Pontífice dejando claro que la naturaleza se cuida, se agradece, se respeta; pero no se adora.
En tiempos donde hasta dentro de la Iglesia algunos prefieren lo políticamente correcto a la verdad del Evangelio, escuchar al Vicario de Cristo hablar así de claro es un respiro. Es volver a escuchar la voz de Pedro diciendo con firmeza: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” Y desde ahí, toda la creación encuentra su lugar: hermosa, buena, útil… pero jamás objeto de culto.
Y ahora nos toca a nosotros. El Sumo Pontífice ha hecho su labor al confirmarnos en la fe una vez más al recordarnos que sólo Dios es meritorio de toda adoración y Alabanza.
A nosotros nos toca volver a Dios y solo a Él adorar. Y eso implica vivir en caridad y coherencia a la Doctrina.