Monseñor Vera "concelebrando" con una "sacerdotisa"
El 26 de agosto de 2025 se consumó en Saltillo un hecho gravísimo que ningún católico fiel a la Tradición puede pasar por alto; se trata pues de un obispo emérito de la Iglesia, Monseñor Raúl Vera, quien permitió que una mujer anglicana, Emilie Teresa Smith, pronunciara partes del canon de la Santa Misa y elevara el cáliz. En verdad no se trata de un simple desorden disciplinar, como pretende justificar el propio prelado, sino de lo que propiamente es una profanación del augusto Sacrificio Eucarístico.
El canon romano, transmitido sin interrupción desde los tiempos apostólicos, es el corazón mismo de la Misa. Permitir que lo pronuncie una persona que no sólo no es sacerdote, sino que ni siquiera pertenece a la Iglesia Católica, constituye un atentado directo contra la fe, contra la liturgia y contra la misma unidad visible de la Iglesia fundada por Jesucristo. Llamar a esto una «falta de disciplina» es minimizar lo que es, en realidad, un sacrilegio.
El modernismo, condenado con claridad profética por San Pío X en Pascendi dominici gregis, ha abierto de par en par las puertas a estas confusiones; hoy se ve esa idea de que todas las religiones son más o menos equivalentes, que la liturgia puede adaptarse a la sensibilidad de los tiempos y que el ecumenismo justifica cualquier concesión. Todo fiel bien formado entiende que la Iglesia Católica no puede aceptar el sincretismo como si se tratase de una virtud; en ese sentido, la Misa no es un teatro ecuménico, sino el sacrificio incruento de Cristo en el Calvario.
Que un obispo católico, formado en Roma y revestido durante décadas de la plenitud del sacerdocio, haya permitido semejante ultraje es un escándalo atroz. El Código de Derecho Canónico es claro respecto a que la “communicatio in sacris” con herejes y cismáticos está prohibida, y la usurpación de funciones sacerdotales acarrea las penas más graves, incluida la excomunión. Y aquí la gravedad se duplica, pues el propio obispo facilitó y promovió la participación activa de una mujer anglicana en el sacrificio eucarístico.
Quizás sea necesario reafirmar como laico que Roma no puede permanecer indiferente por cuanto que, cuando un obispo está implicado, el juicio compete directamente al Romano Pontífice. Se espera una reacción acorde no sólo por la reparación debida a Dios, sino también por la edificación del pueblo fiel, hoy confundido y escandalizado. La Iglesia no necesita palabras de justificación ni pretextos ecuménicos; necesita pastores que guarden celosamente el depósito de la fe y la sacralidad de los sacramentos.
San Pío X enseñó que el modernismo es “la síntesis de todas las herejías” y hoy más que nunca se observa cómo, lo advertido hace un siglo, se vuelve palpable en el interior de la Iglesia. Lo que ocurrió en Saltillo no es un accidente aislado, sino el fruto maduro de esa infiltración modernista que pretende convertir a la Iglesia en una mera ONG espiritual, sin dogma, sin disciplina y sin sacralidad. El acto de Saltillo exige una condena ejemplar. Que se restituya el honor del Santo Sacrificio, que se repare el escándalo y que se discipline a quienes, revestidos de autoridad eclesial, se han convertido en instrumentos de confusión. Sólo así la Iglesia podrá purificarse del yugo modernista que la desfigura y volver a resplandecer en la fidelidad a la Santa Tradición.