Durante su audiencia general del 10 de septiembre en la Plaza de San Pedro, el Papa León XIV reflexionó sobre los momentos finales de Cristo en la cruz, centrándose en el fuerte grito que marcó su muerte.
Continuando su serie de catequesis para el Año Jubilar de la Esperanza, el Santo Padre dirigió la atención de los fieles al grito final de Jesús, un momento que encapsula tanto la agonía como la profunda entrega del Hijo de Dios.
“Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró”, citó el Papa del Evangelio de Marcos (15,37), subrayando el significado de ese grito como algo más que un colapso corporal.
“Ese grito lo contiene todo: dolor, abandono, fe, ofrenda”, dijo. “No es solo la voz de un cuerpo que cede, sino la señal final de una vida que se entrega”.
El Papa León reconoció el misterio y el peso de las palabras precedentes de Cristo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, la primera línea del Salmo 22. Explicó que Jesús, aunque en el abismo del aparente abandono después de haber vivido en “íntima comunión con el Padre”, no estaba desesperado.
«No es una crisis de fe —dijo el Papa—, sino la etapa final de un amor entregado hasta el final. El grito de Jesús no es desesperación, sino sinceridad, verdad llevada hasta el límite, confianza que perdura incluso en el silencio».
Mientras los Evangelios relatan el cielo que se oscureció y el velo del templo rasgado, el Papa León dijo que estos signos no son sólo simbólicos.
“Es como si la creación misma participara de ese dolor y al mismo tiempo revelara algo nuevo”, señaló.
En ese momento, Dios ya no estaba velado; Su presencia se hizo visible en el cuerpo sufriente de Cristo.
El Santo Padre también llamó la atención sobre la respuesta del centurión romano que presenció la muerte de Jesús: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39).
El Papa León describió ésta como la primera confesión de fe posterior a la Crucifixión, motivada por la cruda y poderosa realidad de los momentos finales de Jesús.
“Aprendiendo del Centurión, que nuestros gritos de fe, unidos a la voz de Cristo, sean signo de esperanza y confianza en un Padre celestial que escucha el clamor de sus hijos”, afirmó.
El Papa León desafió las nociones contemporáneas de restricción emocional, afirmando que llorar puede ser profundamente humano y espiritual.
«El Evangelio confiere un inmenso valor a nuestro clamor», explicó, «recordándonos que puede ser una invocación, una protesta, un deseo, una entrega. Incluso puede ser la forma extrema de la oración, cuando ya no quedan palabras».
Lejos de la desesperación, el último grito de Jesús fue un profundo acto de confianza, según el Pontífice.
«Jesús no clamó contra el Padre, sino a él», afirmó.
Incluso en silencio, Jesús seguía convencido de que el Padre estaba cerca: «Y de este modo», dijo el Papa León, «nos mostró que nuestra esperanza puede gritar, incluso cuando todo parece perdido».