La Administración Trump ha dejado en claro que el narcotráfico no es solo un problema criminal, sino una amenaza directa a la vida de millones de personas y a la seguridad de los Estados Unidos. En un comunicado contundente, el Departamento de Estado acusó al dictador venezolano Nicolás Maduro de liderar una de las redes de cocaína más grandes del planeta, y denunció que el presidente colombiano Gustavo Petro ha fracasado rotundamente en la lucha antidrogas.
Trump no se anduvo con rodeos. Llamó al régimen de Caracas un “régimen criminal” y prometió llevar a Maduro y a su círculo ante la justicia. Este anuncio no fue solo retórico: horas antes, las Fuerzas Armadas estadounidenses habían hundido en aguas internacionales una lancha cargada de drogas, vinculada a narcoterroristas venezolanos. La operación dejó tres tripulantes muertos y envió un mensaje inequívoco a los cárteles: “Estamos cazándolos”.
Esta acción es más que un golpe militar: es un acto de legítima defensa de una nación que ve envenenadas a sus comunidades por la cocaína que sale de las dictaduras socialistas. Trump ha convertido la seguridad fronteriza y el combate al crimen organizado en un pilar de su presidencia, y la guerra contra el narcotráfico es parte de esa visión.
El comunicado también fue directo contra el presidente Gustavo Petro. Bajo su gobierno, el cultivo de coca y la producción de cocaína alcanzaron niveles históricos, mientras el Estado fracasaba en sus propios objetivos de erradicación. Peor aún, Petro insistió en dialogar con grupos narcoterroristas, lo que, lejos de pacificar el país, fortaleció su poder.
El Departamento de Estado fue claro: “El fracaso de Colombia en cumplir con sus obligaciones de control de drogas durante el último año recae únicamente en su liderazgo político”. Trump advirtió que reconsiderará esta dura designación si Colombia toma medidas firmes y coopera para llevar a los cabecillas criminales ante la justicia.
No se trata solo de geopolítica ni de seguridad. Estamos ante una batalla moral. Las drogas no son un problema abstracto: destruyen familias, envenenan a los jóvenes y sostienen regímenes que oprimen a sus pueblos. Cuando Trump ordena operaciones para neutralizar a estos grupos, está defendiendo el derecho a la vida y la dignidad de millones de inocentes.
Mientras tanto, el silencio cómplice de líderes como Maduro y la complacencia de Petro solo profundizan el sufrimiento en la región. El socialismo ha demostrado ser incapaz de proteger a sus ciudadanos y, en muchos casos, se ha convertido en su verdugo.
El mensaje de Trump es un llamado a América Latina: no se puede negociar con el mal. Los cárteles, el narcotráfico y los regímenes que los protegen deben ser enfrentados con decisión. Solo así podrá garantizarse un futuro libre para las nuevas generaciones.
Lo que está en juego no es solo el control territorial o la política exterior, sino el alma misma de nuestras naciones. Y en esta guerra, la tibieza no es una opción.