El domingo 27 de abril de 2025, la Plaza de San Pedro se llenó de una extraordinaria mezcla de dolor y energía juvenil mientras el cardenal Pietro Parolin, ex Secretario de Estado del Vaticano, presidía una Misa que originalmente estaba destinada a ser la Misa de canonización del Beato Carlo Acutis y el punto culminante del primer Jubileo de los Adolescentes.
En cambio, la liturgia se convirtió en la segunda Misa de los Novemdiales, los nueve días de luto por el difunto Papa Francisco, lo que requirió que el Cardenal Parolin abordara tanto el dolor de la Iglesia como las esperanzas de decenas de miles de adolescentes reunidos de todo el mundo.
La repentina muerte del papa Francisco, pocos días antes de las celebraciones previstas, obligó al Vaticano a suspender la canonización de Carlo Acutis, ya que las canonizaciones solo pueden ser realizadas por un papa en ejercicio. A pesar de ello, el Jubileo de los Adolescentes comenzó, atrayendo a más de 80.000 jóvenes de todos los continentes, principalmente de Europa y Estados Unidos.
La presencia de tantos adolescentes, reunidos para un Jubileo que se había gestado durante años, dio a la liturgia un carácter único: uno en el que el duelo y la esperanza se entrelazaron en el corazón del mundo católico.
Dolor y resurrección
En su homilía, el cardenal Parolin –cuyo título actual es “ex Secretario de Estado” hasta que sea confirmado por el próximo Pontífice– trazó un conmovedor paralelo entre el sentimiento de pérdida de los apóstoles después de la muerte de Jesús y el duelo de la Iglesia por el Papa Francisco.
Jesús resucitado se aparece a sus discípulos mientras están en el Cenáculo, donde se han encerrado por miedo, con las puertas cerradas —comenzó—. Su estado de ánimo está perturbado y sus corazones llenos de tristeza, porque el Maestro y Pastor a quien habían seguido, dejándolo todo atrás, ha sido clavado en la cruz. Experimentaron cosas terribles y se sienten huérfanos, solos, perdidos, amenazados e indefensos.
La imagen inicial que nos ofrece el Evangelio este domingo también puede representar bien el estado de ánimo de todos nosotros, de la Iglesia y del mundo entero. El pastor que el Señor dio a su pueblo, el papa Francisco, ha terminado su vida terrenal y nos ha dejado —continuó el cardenal—. El dolor por su partida, la tristeza que nos invade, la turbación que sentimos en nuestros corazones, el desconcierto: todo esto lo estamos experimentando, como los apóstoles lamentaron la muerte de Jesús.
Sin embargo, el cardenal Parolin recordó a los fieles que «es precisamente en estos momentos de oscuridad que el Señor viene a nosotros con la luz de la resurrección, para iluminar nuestros corazones». Recordó el propio énfasis del papa Francisco en la alegría del Evangelio, citando la Evangelii Gaudium : «Con Cristo la alegría renace constantemente».
Dirigiéndose a los adolescentes, que constituían la gran mayoría de la congregación, el cardenal Parolin ofreció un mensaje de aliento: «La alegría de la Pascua, que nos sostiene en este tiempo de prueba y tristeza, es algo que casi se puede palpar hoy en esta plaza; la podéis ver grabada sobre todo en vuestros rostros, queridos niños y jóvenes que habéis venido de todo el mundo para celebrar el Jubileo».
Expresó el cariño del difunto Papa por los jóvenes: “Os dirijo un saludo especial, con el deseo de haceros sentir el abrazo de la Iglesia y el cariño del Papa Francisco, que hubiera querido conoceros, miraros a los ojos y pasar entre vosotros para saludaros”.
El cardenal Parolin instó a los jóvenes a afrontar los desafíos de su época, incluyendo la tecnología y la inteligencia artificial, alimentando sus vidas con la esperanza en Cristo: «¡Con él nada será demasiado grande ni demasiado desafiante! Con él nunca estarán solos ni abandonados, ni siquiera en los peores momentos. Él viene a su encuentro donde estén, para darles la valentía de vivir, para compartir sus experiencias, sus pensamientos, sus dones y sus sueños».
La Misa coincidió con el Domingo de la Divina Misericordia, fiesta instituida por el Papa San Juan Pablo II y celebrada el día de la Octava de Pascua, enfatizando la misericordia ilimitada de Dios.
El cardenal Parolin destacó cómo la misericordia fue el eje central del papado del papa Francisco: «Es precisamente la misericordia del Padre, que es mayor que nuestras limitaciones y cálculos, lo que caracterizó el magisterio del papa Francisco y su intensa actividad apostólica. Asimismo, el afán por proclamar y compartir la misericordia de Dios con todos… fue el tema principal de su pontificado».
El cardenal instó a los fieles a continuar ese legado: «Es importante acoger como un tesoro precioso este principio en el que tanto insistió el Papa Francisco. Y —permítanme decir— nuestro afecto por él, que se manifiesta en estos tiempos, no debe quedar en una mera emoción del momento; debemos acoger su legado e integrarlo en nuestras vidas, abriéndonos a la misericordia de Dios y siendo también misericordiosos unos con otros».
El cardenal Parolin concluyó encomendando la Iglesia y el mundo a la Virgen María, recordando la devoción del papa Francisco hacia ella y su deseo de ser enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor: «Que ella nos proteja, interceda por nosotros, vele por la Iglesia y apoye el camino de la humanidad en paz y fraternidad. Amén».
Mientras la Iglesia continúa con los Novemdiales, cardenales de todo el mundo seguirán llegando para participar en las congregaciones generales, el conjunto de discusiones confidenciales que preceden al cónclave que elegirá al próximo Papa.