Una activista woke que promueve la Agenda 2030, el separatismo catalán, el aborto y demás delirios globalistas desde el área de la gastronomía, publicó una columna en el Diario El País argumentando que habría que “replantearse” el canibalismo: “La medida acabaría de raíz con la ingesta de azúcar, no sólo por el hecho de proporcionar una alternativa alimentaria a los caramelos, sino por hacer desaparecer una parte del grueso principal de su masa de consumidores habituales”.
Citaremos las líneas que escribió María Nicolau:
Tengo una propuesta que podría solucionar todos estos problemas de golpe: esta noche, comámonos a los niños.
Antes de saltar de la silla y llamar a las autoridades párense un momento a reflexionar. La medida acabaría de raíz con la ingesta de azúcar, no sólo por el hecho de proporcionar una alternativa alimentaria a los caramelos, sino por hacer desaparecer una parte del grueso principal de su masa de consumidores habituales.
Además, la introducción de este tipo de carne en el menú desplazaría una parte del consumo de carne que habitualmente recae sobre otras especies, léase ternera, cerdo o pollo, cuyo consumo desbocado se ha demostrado que es dañino para el medio ambiente; y sería lógico esperar que también desplazase el consumo de gambas, que son las reinas de las fiestas porque el resto del año las vemos poco. Si la veda de comer niños se levanta sólo una vez al año, el factor festivo de esa opción gastronómica gana por goleada al marisco.
Las buenas noticias no terminan aquí: Un estudio reciente sobre el valor nutricional de la carne humana demuestra que, en comparación con otros animales, los humanos no tenemos un contenido calórico especialmente alto. Un mamut muerto puede alimentar a 25 neandertales hambrientos durante un mes, pero comerse a un humano solo proporciona un tercio de la ingesta diaria de calorías recomendada por los nutricionistas. Según las estimaciones de la comunidad científica, jabalíes y castores, por ejemplo, contienen aproximadamente 4.000 calorías por kilo de carne, frente a las míseras 1.400 calorías por kilo de un humano moderno.
Es de suponer, además, que una parte de los retoños ingeridos cada noche de Reyes eliminaría de base unos cuantos de los adultos que tienen el vicio de criticar platos y cuerpos ajenos. Tengamos presente que esos adultos, en algún momento pasado, fueron niños. Como colofón final a mi argumentación, añado que los niños, por norma general, vienen sin envoltorio de plástico.
Hace un par de días terminé de leer ¿Y si nos replanteamos el canibalismo?, publicado por Libros del Zorro Rojo, donde su autor, Albert Pijuan, desgrana una idea factible y un plan mercantil viable para restablecer la armonía en el planeta. Se inspira en el ataque indignado que Jonathan Swift publicó en 1729, coincidiendo con el primer día del calendario escolar, bajo el título de A Modest Proposal for Preventing the Children of the Poor People in Ireland from Being a Burden to their Parents or Country, and for Making Them Beneficial to Their Public. El texto es un alegato contra la pobreza de los irlandeses bajo el yugo del gobierno inglés. La suya era una propuesta para hacer útiles a la patria a los hijos de los pobres, vendiéndolos como alimento a los ricos.
María Nicolau para El País
Saquen sus propias conclusiones, pero no digan que no se les advirtió de qué va el control demográfico de la Agenda 2030 y el activismo progresista.