En un tiempo en el que el amor ha sido reducido a emoción pasajera y el sacrificio es visto como opresión o locura, la fe católica nos recuerda que no hay verdadero amor sin cruz. Como mujer que intenta vivir conforme a la verdad, he aprendido que el amor auténtico —ese que salva, que edifica, que purifica— es inseparable del sacrificio. Y eso, en nuestros días, resulta escandaloso.
En la Cruz, Cristo no nos amó con palabras dulces, sino con su cuerpo lacerado, con su sangre derramada, con su alma angustiada. Nos amó hasta el extremo. Y esa es la vara con la que debemos medir el amor. No viene nada bueno sin sacrificio, se aplica a todos los tipos de amor, pero sobre todo cuando se ama a alguien para entregarle la vida.
Hoy se nos dice que el amor es legítimo mientras no duela, mientras no exija renuncias, mientras no pida más de lo que nos hace “felices”. Pero eso no es amor, es autoafirmación disfrazada de afecto. El amor, si es real, tiene que pasar por el crisol del sacrificio. Tiene que costar.
Esto no significa buscar el sufrimiento por el sufrimiento, sino comprender que la entrega, la renuncia, la paciencia, el perdón, la fidelidad silenciosa… son formas concretas del amor maduro. Amar de verdad es estar dispuesto a cargar con el otro, a morir un poco cada día por su bien.
Lo dijo con claridad el Papa Benedicto XVI: “El amor auténtico es precisamente darse al otro. No es buscarse a uno mismo, es salir de sí para darse, para entregarse al otro. El amor es, por tanto, una renuncia, pero una renuncia fecunda” (Homilía en la Vigilia Pascual, 2007).
En el fondo, el sacrificio cristiano no es un acto de pérdida, sino de fecundidad. San Juan Pablo II lo expresó con fuerza: “El hombre no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo a los demás”. El sacrificio no nos destruye, nos revela. Nos configura con Cristo.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma en el n. 2346 que “la caridad es el don de uno mismo y se expresa especialmente en el sacrificio.” Es decir, el verdadero amor cristiano —ya sea en el matrimonio, en la consagración, en la vida laical— se manifiesta en el sacrificio cotidiano, ofrecido con libertad y con alegría. Si este amor no tiene un proceso de sacrificio, de dolor (a veces en exceso), se llena de virtud. El sobrellevar las adversidades, por más fuertes que parezcan, nos llenan de mortificación y santidad, se valora además mucho más el fin: en el caso del matrimonio, impulsa la fidelidad al haber costado tanto llegar al altar; en el caso de la consagración, llegar a portar el hábito o al sacerdocio, como símbolo de liderazgo en nuestra Iglesia Santa. Es una recompensa, una meta espiritual que solo tiene como fin el cielo.
No todos estamos llamados a la misma forma de entrega, pero todos estamos llamados al mismo amor. En la vida cotidiana, el sacrificio se manifiesta en actos concretos: callar antes que herir, perdonar cuando cuesta, perseverar cuando nadie aplaude. Amar es dar la vida —sí—, pero también es dar tiempo, atención, esfuerzo, escucha y contención. Cada uno, desde su lugar, está invitado a vivir este amor oblativo que se convierte en ofrenda.
Y cuando parece que nadie ve ese sacrificio, que nadie lo agradece o que todo es inútil, la fe nos sostiene. Porque sabemos que lo que se hace con amor, nunca se pierde. Como decía santa Teresa de Jesús: “El amor no cansa, pero da fuerzas.”
No hay redención sin cruz, ni hay cruz sin amor. Y es desde ese misterio profundo que podemos comprender por qué el sacrificio cristiano no es absurdo, sino glorioso. El mundo necesita volver a mirar la Cruz, no como símbolo de fracaso, sino como la más sublime manifestación del amor.
A nosotros, los católicos, no nos basta con hablar de amor. Tenemos que vivirlo, en carne viva, como lo vivió Cristo. El amor que no se entrega, que no se inmola por el bien del otro, es solo una sombra. Pero el amor que se sacrifica, aunque duela, aunque canse, aunque el mundo no lo entienda… ese amor transforma, salva y da vida.
Así hagamos eso, como decía la Madre Teresa de Calcuta: “amar hasta que duela”.