Aunque suele pasar desapercibido o disfrazarse de negociación, el chantaje constituye una grave inmoralidad desde todas las perspectivas filosóficas, jurídicas y religiosas. Este artículo examina sus raíces éticas y su impacto destructivo, mostrando cómo esta práctica pervierte la voluntad, instrumentaliza a las personas y contradice la caridad cristiana. Especial atención merece cuando quienes lo ejercen se dicen católicos y usan el pecado ajeno como moneda de poder.
Por: Horacio Giusto
Dado los tiempos que corren resulta prudente evidenciar lo que es el chantaje, una práctica tan común en tantos sectores que muchas personas normalizan esta lamentable acción. Vale pues mencionar que el chantaje es una práctica extendida a lo largo de la historia humana, presente tanto en relaciones personales como en contextos políticos, sociales y económicos. Aunque suele condenarse desde un punto de vista jurídico y moral, es necesario examinar en profundidad qué es lo que lo convierte en una acción moralmente reprobable. En términos filosóficos, el chantaje puede analizarse desde distintas perspectivas éticas para comprender tanto su estructura como su censura moral.
El chantaje puede definirse como una forma de coacción mediante la cual un individuo amenaza con divulgar información o causar un daño si no se cumplen determinadas exigencias, tal como podría ser el caso de una amante que exige dádivas (como viajes, salidas o privilegios) cual prostituta a cambio de no revelar las infidelidades de alguien que cometió el error de ver a aquel ser. A diferencia de una amenaza directa, el chantaje suele jugar con una combinación de poder informativo y presión psicológica, lo cual introduce una dimensión especialmente problemática en torno a la voluntad; la víctima no actúa libremente, sino bajo una forma de constricción encubierta ya que, por diferentes razones, debe resguardar su honor e imagen del escarnio público. Esto de hecho cobra especial relevancia en tiempos actuales con el auge de la comunicación digital y la viralización de noticias morbosos que invaden la intimidad de la persona.
Incluso, desde la filosofía política, el chantaje refleja un desequilibrio de poder ya que quien posee información sensible, o capacidad de daño, impone su voluntad sobre otro. Este acto, aunque a menudo disimulado bajo un lenguaje aparentemente negociador, en realidad niega el principio de autonomía del individuo afectado.
Véase la gravedad del chantaje que incluso la ética deontológica, especialmente en la formulación kantiana que marca el pensamiento occidental secularizado, el chantaje es inmoral porque instrumentaliza al otro. Kant sostiene que los seres humanos deben ser tratados como fines en sí mismos, nunca como medios para un fin. El chantajista, al amenazar con revelar información o causar un perjuicio si no se cumplen sus condiciones, trata al otro como un medio para obtener algo: dinero, silencio, poder o cualquier otro beneficio. Esta violación del imperativo categórico pone de manifiesto la raíz de su inmoralidad, incluso para tesis inmanentistas. Además, en términos kantianos, una máxima como “chantajear para beneficio propio” no puede universalizarse sin generar contradicciones prácticas. Si todos actuaran así, la confianza y la posibilidad misma de relaciones interpersonales auténticas desaparecerían, haciendo inviable la coexistencia moral.
Aún, siendo uno ateo, por ejemplo, y construyendo una moral desde una perspectiva utilitarista, el chantaje es inviable. Para el utilitarismo, que evalúa la moralidad en función de las consecuencias, reprueba al chantajista porque su acción produce beneficios (para sí mismo), no se compensa con los daños emocionales, psicológicos y sociales que inflige a la víctima y, en extensión, a la sociedad. El chantaje genera miedo, desconfianza y desigualdad, efectos que disminuyen el bienestar general. Incluso si en ciertos casos el chantaje pudiera evitar un daño mayor (por ejemplo, extorsionar a alguien para que no cometa un crimen), el medio utilizado —la amenaza— se basa en un principio negativo y desestabilizador que tiende a erosionar las bases éticas de la convivencia social.
En ese sentido, puede verse que aun en un marco contractualista, como el propuesto por filósofos como John Rawls o Thomas Scanlon, los principios morales surgen de un acuerdo hipotético entre individuos racionales que buscan condiciones justas de cooperación. El chantaje viola ese acuerdo al introducir una asimetría moral porque una de las partes impone su voluntad aprovechándose de una vulnerabilidad de la otra. Así, el chantaje no podría ser aceptado como parte de un “contrato moral” entre personas iguales en dignidad y derechos.
Además, el chantaje socava la confianza necesaria para mantener una sociedad justa. La amenaza de divulgación o daño, especialmente cuando se basa en información privada o confidencial, constituye una transgresión de normas implícitas de respeto mutuo que todo contrato social requiere.
Pero peor aún es el chantaje cuando proviene del seno católico. La moral católica se fundamenta en principios revelados por la doctrina cristiana, expresados en las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Esta ética está centrada en el respeto a la dignidad de la persona humana, la caridad, la justicia, y la verdad. Desde esta visión, el chantaje no solo constituye un pecado moralmente grave, sino que se opone frontalmente a los mandamientos divinos y a las virtudes cristianas.
La enseñanza central de la moral católica es que todo ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27), y por tanto posee una dignidad intrínseca e inviolable. El chantaje contradice este principio al menospreciar al otro, tratándolo por su pecado el cual lo aprisiona y tuerce su voluntad; nuevamente, en el pecado de la infidelidad, quien chantajea se vale de un mal para satisfacer sus deseos de ciertas formas de vida a cambio de no exponer al pecador. Esto es incompatible con el mandamiento del amor al prójimo, tal como lo enseña Jesucristo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39). Ciertamente es un pecado contra la caridad. La caridad, entendida no solo como amor, sino como amor activo al bien del otro por Dios, es la virtud teologal que da forma a toda la vida moral cristiana. El chantaje es un acto de manipulación que busca dominar la voluntad ajena a través del miedo, lo cual contradice el amor auténtico, que es paciente, bondadoso, no envidioso, no jactancioso ni orgulloso, y que no se comporta indebidamente.
En la moral católica, la justicia es la virtud cardinal que consiste en dar al otro lo que le es debido. El chantaje vulnera la justicia en múltiples niveles: niega la libertad de la persona chantajeada, obtiene un beneficio indebido, y muchas veces se apoya en amenazas que dañan la honra o la intimidad. Además, puede implicar actos ilícitos (por ejemplo, obtener dinero mediante coacción), lo que lo convierte en una forma de robo o extorsión, también condenada por la doctrina cristiana (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2409 – Toda forma de tomar o retener injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga las disposiciones de la ley civil, es contraria al séptimo mandamiento.).
Además, el chantaje suele apoyarse en la manipulación de la verdad o en su uso malicioso. Incluso cuando se basa en hechos ciertos, la amenaza de divulgar verdades con la intención de causar daño o de obtener una ventaja injusta pervierte el propósito de la verdad, que según la moral cristiana está al servicio del bien común y del amor. San Pablo exhorta: “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros.” (Efesios 4:25). Usar la verdad como arma contradice esta enseñanza porque ya no prospera la unidad en el cuerpo místico de Cristo.
Se suma también el escándalo como consecuencia moral. El chantaje constituye un escándalo, es decir, una acción que induce a otros al pecado o que debilita su fe y confianza en el prójimo. Cuando quien practica el chantaje ocupa una posición de poder, autoridad o liderazgo, el daño moral se amplifica, provocando confusión moral y división. El escándalo es considerado un pecado grave, especialmente cuando implica abuso de autoridad o de confianza (cf. Catecismo, n. 2284 – El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo.). Así, si una persona que se dice católica apela al chantaje, su testimonio cristiano es ciertamente repudiable por donde se mire.
No debe dejarse de lado la responsabilidad del pecado en la intención y el daño. La doctrina moral católica enseña que el pecado depende tanto del acto en sí como de la intención y las consecuencias. El chantaje reúne los tres elementos de la malicia moral: el objeto del acto es injusto (coacción), la intención es egoísta (obtener un beneficio indebido), y las consecuencias suelen ser perjudiciales (daño a la libertad, la paz, la reputación, etc.). Por tanto, no puede justificarse moralmente bajo ninguna circunstancia. Sin embargo, no pocas veces encontramos a los presuntos defensores de la moral cristiana chantajeando a pobres diablos por sus pecados a cambio de mostrarse públicamente como pretensos ejemplos de santidad y conservadurismo.