Suecia da un giro histórico al penalizar la compra de contenido sexual digital, como el de OnlyFans, cuestionando la supuesta libertad en la autoexplotación del cuerpo. A la luz de Santo Tomás de Aquino y Byung-Chul Han, este artículo reflexiona sobre deseo, dignidad y el culto moderno al yo como mercancía.
Por: Horacio Giusto
En un gesto que evoca tanto la moralidad racional escolástica de Santo Tomás de Aquino, como la crítica cultural al consumismo posmoderno de Byung-Chul Han, el Parlamento sueco ha aprobado una ley que limita severamente el uso de plataformas como OnlyFans, marcando un hito en la legislación europea contemporánea sobre los intercambios sexuales digitales.
Según anotició Infobae: “Plataformas como OnlyFans, en las que se realizan intercambios económicos por contenido exclusivo, en la mayoría de ocasiones de carácter sexual, se han extendido por gran parte de los países europeos y Estados Unidos, así como por otros lugares del mundo. Entendido por diversos organismos y asociaciones como una nueva forma de prostitución y explotación, trasladando estas prácticas al ámbito digital, se han solicitado regulaciones, medidas e incluso la prohibición de estos servicios. Este martes 20 de mayo, el Parlamento de Suecia aprobó una ley que limita de forma severa el uso de OnlyFans, así como otras plataformas en líneas que cumplen con la misma función. La medida, que entrará en vigor a partir del 1 de julio, ilegaliza la compra remota de estos actos sexuales, en los que no hay un contacto físico. La medida es la primera de estas características que se realiza en Europa, pese a que ya en otros países como Arabia Saudita o Turquía la plataforma estaba completamente prohibida”.
La medida, que entrará en vigor el 1 de julio, ilegaliza la compra remota de actos sexuales sin contacto físico, centrando su mira no sobre quien ofrece el cuerpo en la pantalla, sino sobre quien, desde la sombra de la privacidad digital, consume. Esto en cuanto que se entiende que es una forma de dominio y explotación de la sexualidad ya que, según los postulados, el demandante que posea la capacidad económica podría disponer de la voluntad sexual de la oferente.
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Este tipo de contrataciones son reflejos de tiempos en que el alma moderna ha sido despojada de su capacidad contemplativa, entregada al vértigo del rendimiento y la exposición como denuncia bien Byung Chul Han. En este sentido, plataformas como OnlyFans no son solo mercados de imágenes corporales, sino templos de una nueva idolatría; una idolatría al consumismo lujurioso. Es un mercado en la que el “yo” se ha convertido en mercancía; un exceso de “yo” en el que uno mismo se auto explota bajo la apariencia de empoderamiento. Allí, el eros ha sido trocado por una voluntad de consumo que no busca ni conocimiento ni comunión, sino satisfacción inmediata y personalizada. El cuerpo, que en la tradición cristiana es templo del Espíritu, se convierte aquí en una superficie transaccional, en un pixel erotizado al servicio de una demanda fragmentaria.
La ley sueca no solo limita una práctica, sino que lanza una pregunta radical a nuestra civilización digitalizada: ¿qué significa desear en esta era?
Como ha señalado Han, hemos abandonado la negatividad necesaria del misterio, del pudor, de la distancia. Hoy todo debe mostrarse, todo debe estar disponible, todo debe ser rentable. En esa lógica, incluso la intimidad es absorbida por la economía de la atención, transformada en un producto más dentro del supermercado de la autoexplotación voluntaria.
Pero Suecia, al penalizar al comprador y no a la persona que ofrece su imagen, sigue el modelo nórdico iniciado en 1999, que reconoce que la verdadera violencia del sistema no está solo en el acto, sino en la estructura que lo fomenta y estimula. La explotación no siempre se ejerce con látigo, a veces se presenta bajo la forma de libertad: “elige mostrarte”, “elige cobrar”, “elige emprenderte a ti misma”. Así, el sujeto se convierte en su propio opresor, creyéndose libre mientras se aliena en la compulsión de producir deseo y satisfacción para otros.
Obviamente que una medida administrativa no es suficiente para restaurar la dignidad de la persona. Conviene recordar que para Santo Tomás de Aquino, la dignidad humana proviene de la naturaleza racional del ser humano, lo cual lo diferencia de todas las demás criaturas. Esta racionalidad incluye el intelecto y la voluntad, facultades que permiten al hombre actuar por sí mismo, sin depender de otro para obrar, lo cual sería esclavitud. Así, la libertad es una consecuencia directa de su naturaleza racional y representa un aspecto esencial de su dignidad. Solo el ser humano, dotado de razón, puede ser causa de sus propios actos y, por tanto, libre en sentido pleno.
A partir de su racionalidad, el hombre tiene la capacidad de conocer la verdad y orientar su vida en función de ella. La verdad, en el pensamiento tomista, es la adecuación entre la realidad y el entendimiento humano. Esta facultad intelectual permite al ser humano identificar sus fines más elevados: conocer y amar. El obrar libremente hacia estos fines constituye la expresión más plena de su dignidad. De este modo, el ejercicio de la libertad y la inteligencia para alcanzar el bien no solo confirma la naturaleza superior del ser humano, sino que también le permite vivir conforme a su propósito más profundo.
Finalmente, la dignidad humana, en la filosofía de Tomás de Aquino, tiene una doble dimensión: natural y moral. La dignidad natural se basa en la racionalidad compartida por todos los seres humanos, mientras que la dignidad moral se desarrolla a través del ejercicio virtuoso de sus actos. El ser humano, aunque no puede cambiar su esencia, sí puede perfeccionarse moralmente a través de sus acciones. La calidad moral del obrar humano, por tanto, eleva su dignidad: cuanto más virtuosa es la conducta, mayor es la realización de su dignidad moral y social. Así, la libertad y la virtud se convierten en los pilares del desarrollo pleno de la persona.
Santo Tomás de Aquino nos recordaría que la ley, aunque necesaria, no alcanza a sanar la herida profunda del alma ya que sólo la virtud puede ordenar el deseo hacia el bien. Y Han nos advertiría que, en una sociedad donde el espectáculo sustituye a la experiencia, ni siquiera la ley escapa a la lógica del escándalo y la visibilidad.
Así, esta decisión del parlamento sueco no debe leerse únicamente como una intervención política, sino como un signo de los tiempos. Hoy hay una grieta en el progresismo europeo, por un lado, se promueve el empoderamiento femenino y su plena liberación sexual, por otro lado, se halla el problema respecto a que liberación no es lo mismo que la libertad. Tal vez sea esto una pausa necesaria para pensar la forma en que deseamos, mostramos y usamos nuestros cuerpos. Y quizás, en esa contemplación, descubramos que la verdadera libertad no reside en el poder de venderse, sino en la posibilidad de no necesitar hacerlo.