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Para los católicos, el Día del Trabajo no es sólo un fin de semana festivo; también es un recordatorio de que el trabajo honesto refleja la dignidad humana y que el descanso tiene un propósito sagrado.
El padre Joe Connelly, de la Iglesia Católica Guardian Angels en Oakdale, Minnesota, explicó que la festividad “ofrece una profunda oportunidad para reflexionar sobre las enseñanzas de la Iglesia sobre la santidad del trabajo, la dignidad humana y nuestro papel en la construcción de una sociedad justa”.
Señaló que el trabajo no es simplemente una cuestión de supervivencia, sino una manera de compartir la misión creativa de Dios.
“A través del trabajo, participamos en la creación de Dios, cooperando con su plan divino y contribuyendo al bien común”, escribió.
Señaló la enseñanza consistente de la Iglesia de que el trabajo está vinculado a la dignidad humana y la santificación, vista más claramente en Cristo mismo, quien trabajó como carpintero.
La encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII articuló esta conexión hace más de un siglo.
Citando el documento, el Padre Connelly escribió: «Solo con el trabajo de los trabajadores los Estados se enriquecen. Por lo tanto, la justicia exige que se velen cuidadosamente por los intereses de las clases trabajadoras… para que ellas mismas puedan compartir los beneficios que generan».
El padre Connelly también se basó en enseñanzas papales posteriores, señalando la insistencia del Papa Pío XI en Quadragesimo Anno en que los salarios justos y las condiciones humanas son cuestiones de justicia.
Más allá del salario y las condiciones laborales, los católicos están llamados a recordar el ritmo del trabajo y el descanso. El P. Connelly señaló la enseñanza del Catecismo de que los domingos y los días festivos son para la oración y la renovación, y no para nada que “obstaculice el culto debido a Dios, la alegría propia del Domingo del Señor, la realización de las obras de misericordia y el descanso apropiado de la mente y el cuerpo”.
Esa visión del trabajo santo y el descanso santo se encarna en la figura de San José. Como carpintero, proveyó a María y a Jesús con el trabajo de sus manos, demostrando que las tareas cotidianas pueden volverse extraordinarias cuando se ofrecen con fidelidad a Dios. Los Evangelios registran que Cristo mismo trabajó junto a José, aprendiendo su oficio antes de comenzar su ministerio público, un recordatorio perdurable de que el trabajo humano está entretejido en el plan de salvación de Dios.
Es por esta razón que la Iglesia lo honra bajo el título de San José Obrero, una festividad que el Papa Pío XII instituyó en 1955 para destacar la dignidad del trabajo. La fortaleza silenciosa de José sigue siendo un modelo para los trabajadores de hoy, especialmente para aquellos que encuentran la santidad en los deberes cotidianos y ocultos de la vida familiar y comunitaria.
“Con el espíritu de los santos que veían el trabajo como un camino hacia la santidad, oremos para que nuestras labores siempre agraden a Dios, que encontremos alegría y propósito en nuestro trabajo, y que contribuyamos a la construcción de una sociedad más justa y caritativa”, concluyó el P. Connelly. “Al descansar en este Día del Trabajo, que lo hagamos con el corazón lleno de gratitud, conscientes de nuestro llamado a servir a Dios y al prójimo a través del trabajo de nuestras manos”.