En pleno siglo XXI, la tentación eugenésica resurge disfrazada de progreso y compasión. Mientras los avances médicos deberían servir para proteger la vida, hoy se utilizan para erradicar sistemáticamente a los niños con síndrome de Down antes de nacer. Este artículo denuncia esta nueva forma de exterminio prenatal, cuestiona la ética de una sociedad que descarta a los más vulnerables y reafirma la dignidad inalienable de toda vida humana.
Por: Horacio Giusto
Desde tiempos inmemoriales emergen ideologías que, disfrazadas de progreso, no son sino la repetición del más antiguo desprecio por la vida vulnerable. Lo que antaño fue defendido bajo el nombre de “pureza racial”, hoy se alza bajo el emblema seductor de la “calidad de vida”. Pero el corazón que late detrás de ambos impulsos es el mismo, es el deseo de eliminar al débil para comodidad del fuerte. En nuestros días, esta tentación toma forma en una eugenesia sigilosa pero no menos brutal; se trata de la eliminación sistemática de los niños con síndrome de Down desde el vientre materno.
Un estudio del año 2013 nos revela lo que hace tiempo exponía el sector ProVida. Se trata de que las personas con síndrome de Down, a pesar de sus desafíos, son en su gran mayoría personas profundamente felices. Casi el 99 % se declara feliz con su vida; al 96 % les gusta su apariencia; al 97 % les gusta quiénes son. ¿Y no es esto —la alegría, el contento, la autoaceptación— lo que tanto anhelamos en medio de una sociedad que se ahoga en depresiones, suicidios, soledad y angustia existencial?
Sin embargo, estos mismos seres humanos —felices, dignos, irrepetibles— están siendo cazados antes de ver la luz del sol. En nombre de la compasión, de la prevención del sufrimiento, del supuesto bienestar de los padres, se los elimina sistemáticamente. ¿Qué compasión es esta que mata? ¿Qué justicia es esta que mide el valor de un ser humano por su conformidad a un estándar arbitrario de “normalidad”?
En Islandia, apenas nacen niños con síndrome de Down. En Escocia, en un lapso de tres años, los abortos por este diagnóstico aumentaron en un 82%. Estas cifras revelan una ingeniería social silenciosa y letal, donde no se busca curar la discapacidad, sino erradicar al discapacitado. La tecnología prenatal se convierte aquí en bisturí ideológico, instrumento de una eugenesia moderna que selecciona quién merece vivir y quién debe morir. De hecho se nos dice que “La eugenesia es la creencia refutada de que la reproducción selectiva de ciertos rasgos humanos hereditarios puede mejorar la “aptitud” de generaciones futuras. Para los partidarios de la eugenesia, la “aptitud” corresponde a una visión reducida la humanidad y la sociedad que surge directamente de ideologías y prácticas de racismo, colonialismo, capacitismo e imperialismo científico”. También se va a explicar que a fines del siglo XIX, el inglés Francis Galton acuñó el término eugenesia (del griego “buen nacer”) para designar el campo de conocimiento interesado en el estudio de las leyes de la herencia humana y de los métodos para mejorar la descendencia. Galton concibió la eugenesia como el camino para garantizar la selección artificial de rasgos psicofísicos deseables en los seres humanos con el fin de estimular la reproducción de personas sanas física y mentalmente, y limitar la de aquéllas consideradas de calidad “inferior”.
Hoy se ve la secuela de ese pensamiento. LifeSiteNews informa: “Cada pocos años, surge una historia desagradable sobre el genocidio prenatal oculto y continuo de personas con síndrome de Down. En 2017, se supo que el síndrome de Down prácticamente había desaparecido en Islandia. En 2019, solo nacieron 18 niños con síndrome de Down. En Noruega, a principios de este año, padres se manifestaron contra la presión para abortar bebés con diagnóstico de síndrome de Down. Esta semana, un nuevo informe indicó que Escocia ha experimentado un drástico aumento de abortos con diagnóstico de síndrome de Down, con cifras gubernamentales que muestran un incremento del 82 % desde 2021. En 2024, se abortaron 60 niños no nacidos con síndrome de Down; en 2021, fueron 33. OSV News señaló que este aumento también representa un incremento del 15 % con respecto a los 52 abortos de bebés no nacidos con síndrome de Down realizados en 2023, según las estadísticas publicadas por Salud Pública de Escocia”.
Lynn Murray, portavoz del grupo Don’t Screen Us Out, levanta su voz como profeta en el desierto, denunciando esta tendencia inhumana. “A los padres se les ofrece el aborto como una solución obvia”, afirma. Es decir, el mensaje no es de acogida, sino de descarte. El hospital, que debería ser lugar de sanación y esperanza, se transforma en tribunal que dicta sentencia de muerte a los inocentes por la sola razón de su condición genética.
La legislación en el Reino Unido permite abortar hasta las 24 semanas, pero si el diagnóstico es de síndrome de Down, el crimen prenatal puede perpetrarse hasta el momento del parto. ¿No clama esto al cielo por justicia? ¿Qué nos dice de una civilización que considera legal despedazar a un ser humano con discapacidad hasta su último aliento intrauterino?
Téngase, por más redundante que parezaca, el dato que nos dice lo siguiente: “Desde que se introdujeron las pruebas de detección prenatal en Islandia a principios de la década de 2000, la gran mayoría de las mujeres (cerca del 100 por ciento) que obtuvieron un resultado positivo en la prueba del síndrome de Down interrumpieron su embarazo. Si bien las pruebas son opcionales, el gobierno establece que todas las futuras madres deben estar informadas sobre la disponibilidad de pruebas de detección, que revelan la probabilidad de que un niño nazca con síndrome de Down. Entre el 80 % y el 85 % de las embarazadas optan por hacerse la prueba de detección prenatal, según el Hospital Universitario Landspitali de Reikiavik”.
Como católicos, no podemos callar. Cada ser humano es imagen de Dios, incluso cuando el mundo no lo reconoce como tal. No hay existencia que esté de más. No hay vida humana que sea un error. El vientre materno debe ser el santuario primero, no el campo de exterminio moderno. Defender a los niños con síndrome de Down es defender la humanidad misma contra su desfiguración moral.
Charlotte Helen Fien lo dijo con la claridad de los inocentes: “El útero materno es el lugar más peligroso para un bebé con síndrome de Down. La única manera de cambiar la percepción que la sociedad tiene de nosotros es formar parte de nuestra comunidad, ir a las mismas escuelas que los demás niños, no quedar relegados”.
El sistema pretende que se elimine el sufrimiento eliminando al que sufre. Por ello se vuelve necesaria que las personas entiendan simplemente es un cromosoma extra; para el amor hay razones, para el mal hay excusas. Cada uno sabrá si ver en ese cromosoma una razón para el amor más puro o la excusa para abortar.