Desde su retorno a la Casa Blanca, el presidente Donald J. Trump ha dejado claro que la prioridad es el interés nacional. En línea con su política de “Estados Unidos primero”, más de 70 países ya han tocado la puerta de su administración con el objetivo de evitar la imposición de aranceles que podrían afectar gravemente sus economías. Así lo revela un informe interno del Departamento de Comercio, que confirma el alcance y la efectividad del liderazgo económico de Trump a nivel global.
La estrategia no es nueva. Durante su primera presidencia, Trump transformó por completo el panorama del comercio internacional, imponiendo tarifas a países que se beneficiaban de un acceso privilegiado al mercado estadounidense sin ofrecer reciprocidad. Esta vez, sin embargo, el efecto es más inmediato: naciones de todo el mundo saben que la administración Trump no se andará con rodeos. Si quieren comerciar con EE.UU., deben sentarse a negociar condiciones justas.
Este fenómeno expone el contraste entre el liderazgo fuerte de Trump y el entreguismo de administraciones pasadas que pusieron los intereses globalistas por encima de la clase trabajadora estadounidense. Hoy, el mensaje es claro: nadie se aprovecha de Estados Unidos sin consecuencias.
Mientras organismos multilaterales y tecnócratas de Bruselas o Pekín observan con incomodidad este giro soberanista, los hechos hablan por sí solos. Trump no ha tenido que amenazar para obtener resultados; le basta con ocupar la Oficina Oval. El respeto —y el miedo económico— que infunde su política es la prueba más contundente de su eficacia.
El tablero global ha cambiado. Y los países que quieren evitar sanciones ya lo entendieron: con Trump, se negocia o se paga.