Tras una semana bastante ajetreada en la que se ha resaltado hasta el cansancio que México “es un Estado Laico” cada que se ha hecho referencia al cristianismo, pero se ha ignorado olímpicamente cuando se hacen rituales paganos indigenistas; Eduardo Verástegui reflexiona sobre esta hipocresía en la política de su país.
El llamado Estado laico ha sido tema de debate en los últimos días en redes sociales. Es un concepto que, con el paso del tiempo, ha servido como pretexto para censurar, callar, amedrentar y desplazar a las personas de fe de la vida política de nuestros países. Siempre se apela a esta idea como si fuera un garante absoluto de libertad, pero en realidad ha sido la coartada perfecta para expulsar a Dios de la vida pública de los mexicanos. La intención ha sido siempre la misma, reducir la fe a un ámbito privado. “Si eres cristiano, enciérrate en tus cuatro paredes y ahí vive tu fe”, nos dicen. Como si la fe no fuera parte de la vida diaria. Como si un cristiano coherente no tuviera el deber de conducir cada aspecto de su existencia conforme a los principios, la doctrina y los mandamientos de su fe.
El concepto de Estado laico comenzó a tomar forma con la Revolución Francesa, origen de muchos de los males que hoy afectan nuestra cultura y nuestra estabilidad política. Y no es casualidad; entonces, como ahora, la persecución religiosa tomó formas brutales, siempre bajo consignas engañosas como “libertad, igualdad y fraternidad”. Bajo esos pretextos se decapitaron sacerdotes, se persiguió a los fieles y se buscó desligar al Estado de toda referencia a Dios. Y entendamos bien: no se trataba solo de separar a la Iglesia del poder civil, se trataba de sustituir a Dios por ideologías humanas, por el ateísmo, por la posmodernidad, por cualquier cosa. Porque quien no cree en Dios, termina creyendo en cualquier cosa.
Así, lo que comenzó como una consigna que pretendía separar a la Iglesia del Estado, terminó siendo un pretexto para separar a Dios, no solo del Gobierno, sino de la vida pública y política de las personas. Un ataque directo contra el catolicismo mismo, porque el católico, como dije antes, no está llamado a vivir su fe únicamente dentro de las paredes de un templo.
De la misma manera en que un soldado no tiene el deber de defender a su patria solo cuando la guerra toca a la puerta de su casa, el cristiano tiene la misión de dar testimonio de su fe en cada espacio de la vida: en la familia, en el trabajo, en la sociedad y también en la política.
¿Acaso la democracia no debería ser un sistema en el que las mayorías deciden respetando a las minorías? Y aunque eso no siempre ocurre, esa es otra discusión. En México, como lo he dicho en repetidas ocasiones, no vivimos en democracia; vivimos en partidocracia. La división de poderes no existe. Votamos, pero no elegimos. Y nuestros gobernantes consideran que la fe católica es un adorno bonito, útil solo para la foto durante las campañas políticas o como un mero elemento cultural.
>>> México: La partidocracia que hunde a un país por la avaricia de algunoS <<<
Los cristianos tenemos que despertar, tenemos que alzar la voz. México no nació laico, nació cristiano. Y es hora de recordarlo. https://t.co/KzKNcUwRLb
— Eduardo Verástegui (@EVerastegui) September 2, 2025
Algunos nos dicen que en política no se debe hablar de Dios, de la fe o de la moral objetiva. A los católicos nos indican que guardemos silencio cuando estamos en público. Sin embargo, nadie dice lo mismo cuando se llevan a cabo rituales o ceremonias indígenas en eventos oficiales del gobierno, tomas de protesta o eventos similares; ahí, cuando invocan poderes de deidades prehispánicas, no pasa nada. El llamado Estado laico parece haberse ido de sabático.
Los cristianos tenemos que despertar y alzar la voz, porque México no nació laico: nació católico. Desde la llegada de los primeros misioneros, la fe católica ha sido piedra angular de nuestra identidad y cultura. Nuestros pueblos, nuestras leyes, nuestras festividades y nuestra educación se construyeron bajo la luz del Evangelio. Separar a Dios de la vida pública no solo es contradecir la historia de nuestra nación, sino negar la fuente misma de los valores que sostienen a México como sociedad. Nos dicen que la Independencia de México inicia con el grito de un cura, que Morelos (un sacerdote) es un héroe, cuando en Los Sentimientos de la Nación declara que la fe católica debía ser la religión oficial sin tolerancia para otra; que Juárez (criado en la fe católica, aunque traidor) es el benemérito de las Américas. ¿Entonces? ¿Los wokes y los globalistas pueden legislar según sus creencias, pero los católicos no? El Estado laico no fue más que un invento del “quítate tú para ponerme yo”.
¿Y el Estado Laico que tanto piden?
— Uriel Esqueda (@urielesqueda4) September 4, 2025
El 1 de septiembre, la Suprema Corte inició actividades con un ritual indígena: copal, bastones de mando e invocaciones a Tonantzin y Quetzalcóatl. La Corte usó símbolos de fe para legitimar al poder político.
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Nos enseñaron que la religión debía quedar fuera del gobierno, como si nuestra fe estorbara a la justicia. Hicieron creerle a muchos que hablar de Dios en público era anticuado, divisivo y peligroso. Y así, poco a poco, nos robaron la voz, nos arrinconaron y entregaron el poder a ideologías sin alma. Ahora que queremos despertar, nos cuesta el triple de trabajo. El agua ya está a punto de hervir y tenemos que saltar. El laicismo no es neutralidad, es una trampa donde solo se nos permite hablar si renunciamos a nuestros principios. ¿Qué Estado democrático es este? Si la mayoría de los mexicanos somos católicos, la mayoría de nuestros gobernantes que se supone deberían representarnos, ¿no deberían serlo también?
Nos dicen que debería haber más homosexuales en política para que representen a las minorías conformadas por personas con esa orientación; nos dijeron que necesitábamos leyes de cuotas para que las mujeres de México estuvieran representadas; se ha hablado de cuotas mínimas para personas indígenas, para que tengan representación. ¿Y cuándo se habla de los católicos? No es que esté sugiriendo pedir cuotas o privilegios, sino que es absurdo el actuar de nuestros gobernantes. O bueno, quizá no es absurdo; entiendo que son los mismos de siempre y sabemos por qué lo hacen, pero es inconcebible en un país católico.
Los nuevos ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación realizaron una ceremonia donde invocaron el auxilio de deidades como Quetzalcóatl y Tonatzin. Levantaron los brazos, pronunciaron palabras de alabanza y formularon diversas peticiones, buscando ayuda, auxilio y guía. ¿Alguien los amenazó? ¿Alguien los censuró? ¿Alguien los cuestionó? Nadie.
El llamado Estado laico, en manos de este régimen, se ha vuelto un arma contra quienes defendemos la fe. Este gobierno no es laico; es anti-cristiano. Esa es la verdad, y eso es lo que debemos señalar, decir y, si es necesario, gritar. No es lo mismo laicismo que laicidad.
México no nació laico, nació cristiano. La gran mayoría de los mexicanos somos cristianos. ¿Acaso la democracia no debería ser un sistema donde las mayorías deciden, respetando siempre a las minorías? Y hasta eso que no siempre, pero esa es otra discusión.
— Eduardo Verástegui (@EVerastegui) September 2, 2025
No vivimos en… https://t.co/VDcqHIquzS
Estos ministros, designados por MORENA, servirán a MORENA y a los intereses del régimen. Y tengan por seguro que tendremos que defendernos de más de un ataque como católicos. Recientemente, vi un video de una de las nuevas ministras, Loretta Ortiz, en el que afirmaba sentirse orgullosa de haber fundado MORENA. Sí, familia, así como lo leen: una ministra de la Corte declarando abiertamente su vínculo con el partido que supuestamente debe garantizar justicia imparcial. Y, aun así, nos siguen hablando de separación de poderes, autonomía del Poder Judicial y demás mentiras.
En conclusión, el llamado Estado laico ha sido manipulado como un instrumento de control por un régimen que se proclama “neutral”, pero actúa con clara hostilidad hacia los principios cristianos. Mientras se permiten rituales y creencias ajenas a nuestra fe en actos públicos, se busca silenciar a los católicos y relegar nuestra voz en la vida política y social. México no nació laico; nació cristiano, y nuestra fe no puede ni debe ser confinada a cuatro paredes. Defenderla es defender la identidad de nuestra nación, la justicia y los valores que sostienen nuestra sociedad. Los católicos debemos alzar la voz, mantenernos firmes y recordar que la verdadera libertad se sostiene sobre la verdad, sobre Dios y sobre principios que nunca podrán ser neutralizados por ideologías pasajeras.