Un soldado estadounidense escribió esta carta después de haber asistido a la Santa Misa. Sin embargo, él no sabía que estaría ante la presencia de uno de los tantos milagros del Padre Pío. Se honra la memoria de este excepcional santo el 23 de Septiembre y desde este testimonio, podemos recordar su paso por este mundo.
“La Misa del Padre Pío” empieza la sentida carta. “Fuimos a misa en febrero de 1945. Él [Padre Pío] tenía 58 años, en ese momento. El fotógrafo del escuadrón estaba con nosotros y tomó varias durante la misa”.
“Fuimos a la capilla del Monasterio Capuchino, en lo alto de las montañas, viendo el adriático azul. Podíamos ver el altar y el milagro de las manos sangrantes, durante la Santa Misa”, escribe el soldado, “realmente no era de ‘este mundo’; y parecía estarse transfigurando a un ser celestial, ofreciendo el sacrificio sublime a Dios con todas sus fuerzas, abandonándose en Cristo. Parecía el mismo cristo cuando se volteó y nos miró con las manos sangrantes”.
“A pesar de que la misa fue casi de dos horas, no había cansancio o intranquilidad, solo el sentimiento de estar con una persona muy cercana a Dios”, continúa el soldado. “Luego de la misa nos reunimos alrededor del Padre Pío para la adoración de sus manos. Nos comunicamos, en cierto modo, ya que hablaba poco inglés. Verlo y estar en su presencia, fue lo más conmovedor que me ha pasado en la vida”.
No es extraño que este soldado se haya emocionado al ver al Padre Pío, muchas personas encontraban impactante estar cerca de él. A propósito de su festividad, hablemos un poco de lo que lo hacen un tanto tan trascendental para la historia del catolicismo.
Durante cincuenta años el Padre Pío cargó con los estigmas. El sacerdote franciscano llevaba las mismas heridas que Cristo en sus manos, pies y costado. Desde 1918 hasta poco antes de su muerte en 1968, experimentó los estigmas. A pesar de haber sido examinado varias veces, no hubo una explicación adecuada para las heridas. “Los estigmas no eran heridas o lesiones normales: no sanaban. Esto no se debió a ninguna condición médica, ya que había sido operado dos veces (una para reparar una hernia y otra para extirpar un quiste del cuello) y los cortes sanaron con las cicatrices habituales. En la década de 1950, le extrajeron sangre por otras razones médicas y sus análisis de sangre fueron completamente normales. Lo único anormal de su sangre era el fragante aroma que acompañaba al que emanaba de sus estigmas”.
En 1919, en San Giovanni Rotondo, un niño de catorce años experimentó una curación milagrosa. Cuando sólo tenía cuatro años contrajo tifus. El tifus provocó que la espalda del niño se deformara. Una vez que se confesó al Padre Pío, el sacerdote lo tocó con las manos. Cuando el niño se levantó, la deformidad de su espalda había desaparecido.
También en 1919, un caballero de Foggia, Italia, vino al Padre Pío. El señor tenía sesenta y dos años y caminaba no con uno, sino con dos bastones. Sufrió una terrible caída desde un carruaje, caída que le rompió ambas piernas. Como los médicos no podían ayudarlo, dependió de esos dos bastones como apoyo. Un día después de confesarse al Padre Pío, el fraile le dijo: “¡Levántate y vete! Tienes que tirar estos bastones”. El hombre cumplió la orden y comenzó a caminar solo. Como este, tuvo por lo menos 6 milagros más de curaciones milagrosas. Algunas personas le agradecían sus oraciones y el Padre Pío siempre decía “¡No tienes que agradecerme a mí, pero tienes que agradecer a Dios!”.
Varios pilotos de la aviación anglo-estadounidenses de varias nacionalidades y religiones diversas que durante la Segunda guerra Mundial, después del 8 de septiembre de 1943, se encontraban en la zona de Bari para llevar a cabo misiones en territorio italiano, fueron testigos de un hecho fuera de lo normal. En el cumplimiento de sus obligaciones algunos aviadores pasaron por la zona de Gargano, cerca de San Giovanni Rotondo, vieron a un monje en el cielo que les prohibía lanzar bombas en el lugar.
Todos estábamos muertos de curiosidad por saber el resultado de la operación, así que cuando la escuadra regresó inmediatamente fuimos a ver al general que atónito contó cómo, apenas llegado al lugar, él y sus pilotos vieron en el cielo la figura de un monje con las manos en alto, las bombas se desengancharon solas cayendo en un bosque y los aviones dieron la vuelta sin ninguna intervención de los pilotos».
Todos se preguntaban quién era ese fantasma al que los aviones obedecían, alguien le dijo al general que en San Giovanni Rotondo había un fraile con estigmas, considerado un santo por la gente y que tal vez podría ser él el autor de estos acontecimientos.
El general dijo que quería ir a comprobarlo apenas fuera posible, y cuando la guerra terminó es lo primero que hizo. Acompañado de algunos pilotos, fue al convento de los capuchinos. Al cruzar el umbral de la sacristía, se encontró frente a varios monjes; entre los que inmediatamente reconoció al que había parado sus aviones.
El Padre Pío se acercó a él y, poniendo una mano sobre su hombro, le dijo: «¿Así que tú eras el que quería matarnos a todos?”. El general se arrodilló delante del Padre Pío. El capuchino le había hablado, como de costumbre, en dialecto de Benevento, pero el general estaba convencido de que el monje le había hablado en Inglés. Los dos se hicieron amigos y el general, que era protestante, se convirtió al catolicismo».
¿Qué frase de San Pío te gusta más? ¿Le tienes devoción a este santo?
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Foto: mateus-campos-felipe/unsplash