El 25 de julio de 2025, la Santa Sede firmó en Bakú un acuerdo con Azerbaiyán para fomentar el diálogo interreligioso y la cooperación en materia de educación religiosa. Sin embargo, el gesto ha suscitado fuertes críticas, en especial por las acusaciones de limpieza étnica contra los cristianos armenios tras la ofensiva azerbaiyana de 2023 en Nagorno Karabaj, que forzó el éxodo de la población y la destrucción de iglesias y cementerios.
Para muchos armenios, este acercamiento del Vaticano resulta incomprensible. Señalan la conocida “diplomacia del caviar”, con la que Bakú habría buscado influir en instituciones extranjeras mediante donaciones culturales y económicas. No faltan ejemplos, como ha sido la Fundación Heydar Aliyev, dirigida por la primera dama azerbaiyana que ha financiado restauraciones de catacumbas, estatuas y manuscritos en el Vaticano. Algunos críticos hablan incluso de un “blanqueo eclesiástico” destinado a silenciar objeciones morales frente a las acciones de Azerbaiyán.
No es la primera vez que Roma busca tender puentes con Bakú. Ya en 2011 se había firmado un acuerdo diplomático de base. El cardenal George Koovakad, prefecto del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso, defendió el nuevo documento como un instrumento para promover la libertad religiosa y favorecer la convivencia entre cristianos y musulmanes, así como la cooperación en temas globales como el medio ambiente o la inteligencia artificial.
Pero las críticas se multiplican. El obispo armenio Vicken Aykazian denunció la influencia de los aportes financieros en la diplomacia vaticana. Más de 300 académicos también acusaron a Roma de “complicidad” en el borrado cultural del patrimonio armenio, sobre todo tras una polémica conferencia en la Gregoriana que minimizó la presencia histórica armenia en el Cáucaso. Ciertamente, la Santa Sede suele mantener relaciones con regímenes discutidos con el fin de proteger la misión de la Iglesia allí donde está amenazada. Sin embargo, este gesto hacia Azerbaiyán difícilmente disipará la impresión de que el Vaticano arriesga su credibilidad