Las advertencias sobre la creciente influencia del Partido Comunista Chino (PCCh) en Estados Unidos ya no se limitan a asuntos geopolíticos o militares. Si antes la preocupación estaba en las compras de tierras estratégicas, las “comisarías” ilegales del régimen en suelo norteamericano o el uso de plataformas digitales como TikTok, hoy la amenaza parece haberse colado en el corazón mismo de los hogares: los dispositivos domésticos.
El fiscal general de Florida, James Uthmeier, emitió esta semana una citación judicial contra Lorex Corp, empresa conocida por fabricar cámaras de seguridad, timbres inteligentes y vigilabebés. La medida busca esclarecer si los productos que la compañía comercializa en EE.UU. están vinculados con Dahua Technology, gigante tecnológico chino acusado de colaborar con el ejército del PCCh y sancionado por su participación en violaciones de derechos humanos contra la minoría uigur.
Aunque Dahua compró Lorex en 2018 y luego la vendió a la taiwanesa Skywatch, Uthmeier sostiene que persiste una cadena de importaciones sospechosa: “Lorex Corporation está importando millones de dispositivos de Dahua, controlada por el PCCh, que ha sido prohibida en Estados Unidos por abusos contra los derechos humanos y riesgos para la seguridad nacional”. La inquietud es clara: si estos equipos se usan en casas y oficinas estadounidenses, podrían convertirse en caballos de Troya para espiar y vulnerar datos privados.
El caso Lorex no es aislado. Según el Centro Nacional de Contrainteligencia y Seguridad (NCSC), los servicios de inteligencia chinos llevan años perfeccionando métodos para penetrar en la estructura política y social de Estados Unidos. Entre sus tácticas figuran:
Incluso el Departamento de Estado emitió alertas para evitar que diplomáticos estadounidenses en China mantengan relaciones sentimentales con ciudadanos de ese país, advirtiendo que tales vínculos podrían ser explotados con fines de inteligencia.
Los analistas coinciden en que el espionaje chino no es improvisado, sino una estrategia de Estado. Nigel Inkster, exdirector del MI6 británico, advierte que el régimen utiliza enormes cantidades de datos extranjeros para entrenar modelos de inteligencia artificial, desarrollar biotecnología y hasta programas de guerra biológica. Esto significa que información aparentemente banal —como patrones de consumo, grabaciones de cámaras domésticas o datos médicos— puede convertirse en materia prima para proyectos estratégicos de Pekín.
De hecho, se calcula que existen comisarías encubiertas chinas en más de 50 países, cuya función no sería atender trámites burocráticos, como aseguran las autoridades de Pekín, sino vigilar y reprimir a la diáspora crítica del régimen.
La secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, fue tajante en su audiencia de confirmación: las campañas de ciberespionaje del Partido Comunista Chino son “extremadamente peligrosas” y representan un desafío directo a la seguridad de Estados Unidos.
El temor de que hasta un monitor para bebés pueda convertirse en una ventana para el PCCh hacia los hogares estadounidenses es la muestra más clara de hasta dónde puede llegar la sofisticación de estas prácticas.
La guerra por la información ya no se libra únicamente en los despachos de Washington o en las bases militares del Pacífico. Hoy se juega también en los dispositivos conectados de cada familia, recordando que el enemigo, literalmente, puede estar en casa.