Pocos eventos en la vida religiosa mundial poseen la mística y la gravedad de un cónclave papal; sin embargo, el proceso permanece envuelto en malentendidos y mitos dramáticos. George Weigel, distinguido miembro del Centro de Ética y Políticas Públicas de Washington, D. C., y aclamado biógrafo del papa Juan Pablo II, ofrece un análisis excepcional y perspicaz de las intrincadas y a menudo malinterpretadas variables que influyen en la elección de un nuevo papa.
En un artículo extenso publicado el sábado 26 de abril en The Wall Street Journal , Weigel enfatiza que el cónclave no es simplemente una cuestión de ritual y secretismo, sino un momento en el que están en juego cuestiones fundamentales sobre el futuro del catolicismo. Desde el Concilio Vaticano II en la década de 1960, la Iglesia ha estado dividida por dos visiones en pugna: una que ve al Concilio como un mandato para adaptar o incluso abandonar verdades arraigadas, y otra —lo que Weigel denomina “ortodoxia dinámica”— que busca presentar las enseñanzas antiguas de nuevas maneras sin comprometer su sustancia. Esta tensión subyacente será un factor decisivo a medida que los cardenales se reúnan para elegir al próximo obispo de Roma, una decisión que moldeará la dirección de la Iglesia en los años venideros.
La mecánica del cónclave en sí es mucho más compleja de lo que sugiere la imagen popular. Solo los cardenales menores de 80 años pueden votar, y antes del inicio del cónclave, todos los cardenales participan en “Congregaciones Generales” formales para debatir el estado de la Iglesia y las cualidades necesarias en un nuevo papa. Paralelamente, se celebran reuniones informales, conocidas como prattiche (ejercicios), donde se mantienen conversaciones francas y se forjan alianzas durante comidas y reuniones privadas. Estas prattiche pueden ser decisivas para distinguir a los contendientes serios de los favoritos de los medios, y las filtraciones de estas sesiones suelen alimentar la especulación en los días previos al cónclave.
Cuando se inaugura oficialmente el cónclave, los cardenales electores son aislados, privados de toda comunicación con el exterior y sometidos a rigurosas medidas de seguridad, incluyendo interferencias electrónicas para evitar escuchas clandestinas. El proceso de votación es metódico y puede resultar tedioso, con hasta cuatro votaciones diarias hasta alcanzar una mayoría de dos tercios. Las papeletas se queman después de cada sesión, y la famosa fumata blanca anuncia la elección de un nuevo papa.
“Durante el cónclave”, explica Weigel, “los cardenales electores, privados de celulares, computadoras y contacto con el exterior, se recluyen en la Casa de Santa Marta, la casa de huéspedes del Vaticano construida en 1996. Sus habitaciones, más bien sencillas, se parecen poco a las suites con paredes de mármol que aparecen en la película ‘Cónclave’, aunque el comedor es algo más agradable de lo que sugiere la película. La comida es adecuada y el vino es fácil de conseguir, pero no hay bar, así que los cardenales prudentes que buscan alimentarse con los mejores productos de Kentucky o de las Tierras Altas de Escocia traen sus propias provisiones”.
“Los cardenales”, explica también Weigel, “son llevados en autobús a la Capilla Sixtina para votar cada día, pero algunos prefieren caminar, lo que les permite tener conversaciones más privadas que durante las comidas que comparten”.
Contrariamente al mito de que un papa en funciones puede garantizar la elección de su sucesor al designar a la mayoría de los electores, Weigel señala precedentes históricos que desafían esta suposición. Los cónclaves anteriores han demostrado repetidamente que, incluso cuando los designados por un papa dominan el electorado, el resultado puede ser impredecible, condicionado por alianzas cambiantes, dinámicas psicológicas e incluso eventos impactantes como muertes o renuncias inesperadas.
Esta imprevisibilidad se ve acentuada por la extraordinaria diversidad del Colegio Cardenalicio moderno. El electorado actual es el más numeroso y globalmente representativo de la historia, con un número significativo de cardenales de África, Asia y Latinoamérica, y una presencia italiana reducida. Por primera vez, participarán cardenales de países como Singapur, Mongolia y Ruanda, mientras que algunos centros católicos tradicionales no tendrán representación alguna. Esta diversidad complica la formación de bloques electorales y dificulta que los cardenales —muchos de los cuales apenas se conocen debido a las escasas reuniones bajo el papado de Francisco— se unan en torno a un único candidato.
Weigel también destaca el impacto de las amplias divisiones eclesiales y culturales, en particular el contraste entre la Iglesia alemana, en decadencia y progresista, y las comunidades ortodoxas, en rápido crecimiento, del África subsahariana. La Iglesia alemana, defensora de lo que Weigel denomina “Nuevo Modelo de Catolicismo”, ha experimentado un marcado descenso en la práctica religiosa a pesar de su riqueza e influencia social, mientras que el catolicismo africano, arraigado en la Ortodoxia Dinámica, está en pleno auge. Las tensiones entre estos modelos influirán inevitablemente en las deliberaciones, mientras los cardenales debaten si la Iglesia debe adaptarse a la modernidad o buscar transformarla con verdades perdurables.
En definitiva, el análisis de Weigel revela que la elección de un papa está determinada por una red de variables teológicas, culturales y personales que desafían cualquier predicción fácil. El cónclave es menos una convención política que un microambiente psicológico y espiritual único, donde la tradición, la convicción y la impredecible interacción de personalidades convergen para determinar el futuro de la comunidad cristiana más grande del mundo.