Hace unos días informamos acerca de las desafortunadas declaraciones sobre la eutanasia de monseñor Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida del Vaticano. Hoy compartimos y recomendamos la opinión del doctor José María Simón Castellví, voz autorizada en la materia, quien afirma sin titubeos que “la eutanasia no es humana. Es diabólica. Asistir a un suicidio no es digno de un profesional sanitario ni de nadie”.
El doctor José María Simón Castellví no solo es miembro de las Reales Academias de Medicina de Cataluña y Europea de Doctores, sino que integró el Consejo Pontificio para los Agentes Sanitarios (que dio origen la Pontificia Academia para la Vida), y fue presidente de la Federación Internacional de las Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC). Pero, por sobre esos títulos y responsabilidades, el doctor Simón Castellví es un católico que busca que, por el bien de las almas, se conozcan el auténtico drama de la eutanasia y las consecuencias que las posturas neutrales y legalistas tienen en la expansión de la cultura de la muerte.
En declaraciones a Voto Católico, el doctor José María Simón sostuvo que “los miembros de la Iglesia peregrinante sobre esta tierra deberíamos dar al público lo que hemos recibido: una Cultura de la Vida que viene de Dios con unas reglas bastante claras y con la consiguiente colaboración que se nos solicita. Dios quiere contar con nosotros. Debemos dar luz y buen ejemplo. Nunca escándalo o mal ejemplo”.
En medio de discursos sentimentalistas e hijos del consenso con la arremetida relativista, Simón enarbola la bandera de la caridad, pero no elude la abyección de las posturas eutanásicas: “En el caso del final de la vida sobre esta tierra”, dice el doctor, “los cristianos estamos por la buena Medicina y los buenos rezos. Por unos cuidados paliativos de calidad y con una ayuda a la persona humana en todas sus facetas. La eutanasia no es humana. Es diabólica. Asistir a un suicidio no es digno de un profesional sanitario ni de nadie”.
En alusión a la realidad italiana, sobre la cual se dijo y desdijo el arzobispo Paglia, José María Simón afirma que “Italia aún puede mantener, incluso legalmente, bajo control la eutanasia y el suicidio de enfermos buscando la eutanasia cero. Se debe poner todo el empeño en ello”. No hay atisbo de ambigüedad cuando Simón habla de esta abyecta práctica. “Proponer despenalizar el suicidio asistido me recuerda (y retumba en mi mente) lo que ha sucedido en España con el aborto provocado”. Simón se refiere, por supuesto, a los años en que personas bienintencionadas “decían estar en contra del aborto, pero abogaban por su despenalización en algunos casos muy extremos”.
“Por el efecto de la pendiente deslizante”, continúa, “y sin contar nunca con la buena obstetricia, todos los casos se llegaron a considerar extremos y no punibles. De hecho, apenas se pueden contar con los dedos los casos que han ido a juicio después de cientos de miles de abortos provocados (sin contar con los farmacológicos). Es un delito que nunca se ha perseguido”.
Para un hombre enterado como el doctor Simón, la historia ya es conocida: “Con la eutanasia ha sucedido lo mismo en los Países Bajos. La eutanasia se aplica, se comunica y basta. Si se ha hecho erróneamente, nada legal sucede. Por comodidad muchos casos ya ni se comunican. Ahora estamos en una situación en la que se aplican eutanasias a niños, enfermos mentales o en personas sanas con “vida plena ya cumplida”. Todo esto no es ni cristiano ni humano”.
Según Simón, los profesionales sanitarios como él deben ofrecer soluciones sanitarias no letales; “los juristas deben proteger mejor con leyes la vida y la maternidad; los filósofos deben continuar diciendo que la eutanasia mata la libertad (supuesta acción libre que hará que la persona nunca más ejerza acciones libres); los periodistas deben mostrar información veraz sobre el final de la vida; y los clérigos deben ofrecer esperanza, sacramentos y buena doctrina. La sabiduría y la bondad deben triunfar sobre la ignorancia y la maldad”.
Muchas gracias, doctor Simón.