El 23 de junio de 2025, el expresidente Donald J. Trump anunció a través de su red Truth Social un alto al fuego total entre Israel e Irán. Según sus propias palabras, se trataba de un acuerdo “completo y total”, dividido en fases de 12 y 24 horas, al final del cual se declararía oficialmente el fin de la “Guerra de los 12 Días”. Sin embargo, este anuncio no vino acompañado de una confirmación formal por parte de Irán ni de Israel. De hecho, un alto funcionario iraní, citado por Al Jazeera y Reuters, negó rotundamente haber recibido propuesta alguna en esos términos, calificando la declaración de Trump como una “cortina de humo” destinada a justificar ataques previos sobre infraestructura crítica en territorio iraní.
Este contraste entre lo anunciado y lo real obliga a una lectura más profunda y crítica. ¿Estamos ante un auténtico acto de desescalada diplomática o frente a una operación cuidadosamente construida por intereses transnacionales para redefinir el tablero político y geoestratégico de Medio Oriente?
En pleno año electoral, Donald Trump se proyecta nuevamente como líder de paz internacional, al estilo de los Acuerdos de Abraham de 2020. La declaración del cese al fuego fue comunicada con pomposidad y en un lenguaje que recuerda más a una declaración de victoria que a un anuncio diplomático consensuado. La estrategia parece clara: capitalizar la tensión entre Israel e Irán para consolidar su imagen como el único líder capaz de evitar una guerra regional de proporciones catastróficas. Esta narrativa, que apela al nacionalismo estadounidense y a la idea del orden fuerte, podría ser clave para captar a votantes indecisos o escépticos ante el actual gobierno.
El periódico británico The Guardian ha señalado en sus análisis recientes que la “imprevisibilidad de Trump” se ha convertido en un eje central de la política exterior de EE.UU., generando una diplomacia que funciona más por presión y gestualidad que por consensos institucionales formales.
Medios como Reuters y Axios han revelado que Qatar habría cumplido un rol esencial como canal de diálogo informal entre Irán y EE.UU. Se habla de una conversación directa entre Trump y el emir Tamim bin Hamad Al Thani, quien habría intermediado para transmitir garantías a Teherán a cambio de una reducción de la escalada. Esta mediación habría permitido que los ataques contra objetivos estadounidenses —como la base aérea de Al-Udeid, también en Qatar— se realizaran de forma calibrada, sin víctimas, en lo que muchos analistas interpretan como una señal encubierta de voluntad de desescalada.
Esta dinámica refuerza la hipótesis de que el conflicto no fue espontáneo, sino administrado con precisión: ni una guerra total, ni una paz genuina, sino una demostración de fuerza cuidadosamente contenida para cumplir objetivos puntuales.
Benjamin Netanyahu atraviesa una de las etapas más difíciles de su carrera política. Las protestas internas, los cuestionamientos internacionales por la situación en Gaza y sus problemas legales personales han erosionado su popularidad. En ese contexto, una breve guerra con Irán ofrece una válvula de escape perfecta:
Como apuntan diversos analistas de Haaretz, el gobierno israelí ha empleado tácticas similares en el pasado para encuadrar la política de seguridad como una extensión del mandato político. En esta ocasión, los ataques a instalaciones nucleares iraníes —si bien no confirmados oficialmente— fueron presentados en medios occidentales como logros estratégicos que debilitan significativamente la capacidad atómica de Teherán.
Desde el punto de vista iraní, aceptar una tregua temporal —aunque no reconocida públicamente en los términos de Trump— permite preservar su posición estratégica sin comprometer la narrativa de resistencia. Los daños sufridos por sus instalaciones nucleares son graves, pero no irreparables. Al aceptar una reducción de tensiones, Irán gana tiempo para rearmarse, reconstruir y evaluar sus próximas jugadas diplomáticas.
Además, evita una confrontación directa con EE.UU., lo cual hubiera sido costoso, especialmente tras las sanciones reactivadas por la administración Trump en los últimos meses. Irán también podría estar utilizando esta pausa para reforzar alianzas regionales con Rusia, China y otros actores del eje antioccidental.
Algunos analistas más escépticos señalan que la “Guerra de los 12 Días” pudo haber funcionado como un ensayo de crisis para:
En este sentido, la guerra se transforma en una herramienta política transnacional que permite “administrar el caos” sin cruzar el umbral de la destrucción masiva.
El cese al fuego anunciado por Trump plantea más preguntas que respuestas. Su unilateralidad, su falta de confirmación por parte de los actores involucrados y su lenguaje teatral invitan a pensar que estamos más frente a una estrategia de comunicación que ante una verdadera solución diplomática.
El conflicto ha servido para reposicionar a Trump, reforzar al gobierno israelí, contener a Irán sin humillarlo públicamente y testear la capacidad de la comunidad internacional de aceptar, e incluso celebrar, una crisis bélicamente escenificada.
La pregunta de fondo sigue siendo: ¿quién gana cuando las guerras duran exactamente lo necesario para cambiar el rumbo político de una región… o de una campaña electoral?