En contraste con las firmes certezas de la fe, la ambigüedad es como un avión de combate furtivo. El peligro suele pasar desapercibido hasta que es demasiado tarde. De hecho, las ambigüedades silencian incluso a eclesiásticos sobrios para no ser acusados de «odiosos» y «criticones». El Padre Jerry J. Pokorsky hace una dura crítica en Catholic World Report que merece ser analizada.
San Pablo nos recuerda que «quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor» (1 Co 13,13). El sacramento de la Penitencia es un sacramento de misericordia. Al servicio del amor, los sacerdotes ayudan a los penitentes a identificar sus faltas predominantes y a ir eliminándolas con el tiempo.
Un sacerdote se sienta en el confesionario con la conciencia de las palabras de Jesús. ¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano, siete veces? «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,22). Dios se sirve también del Sacramento de la Penitencia para recordar al sacerdote sus propios pecados. Es benéfico para el sacerdote conocer y profesar la diferencia entre el bien y el mal. El Padre Javier Olivera Ravasi lo explica claramente en este vídeo.
La enseñanza de las Escrituras es inequívoca. La falta de arrepentimiento por los pecados cometidos en Sodoma y Gomorra encendieron la ira de Dios, que destruyó las ciudades con fuego y azufre. Jesús advierte contra el adulterio y la lujuria con toda claridad: «Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón» (Mt 5,27-28). San Pablo es inclusivo con sus exclusiones celestiales: «No os hagáis ilusiones: los inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios» (1 Co 6,9-10).
En 1975, el papa Pablo VI escribía en Evangelii nuntiandi: «Será también una señal de amor el esfuerzo desplegado para transmitir a los cristianos certezas sólidas basadas en la palabra de Dios, y no dudas o incertidumbres nacidas de una erudición mal asimilada. Los fieles tienen necesidad de esas certezas en su vida cristiana; tienen derecho a ellas en cuanto hijos de Dios que, poniéndose en sus brazos, se abandonan totalmente a las exigencias del amor».
En contraste con las firmes certezas de la fe, la ambigüedad es como un avión de combate furtivo. El peligro suele pasar desapercibido hasta que es demasiado tarde. De hecho, las ambigüedades silencian incluso a eclesiásticos sobrios para no ser acusados de «odiosos» y «criticones». En 1986, el entonces cardenal Joseph Ratzinger desenmascaró esta técnica. Identificó esta ambigüedad como una herramienta de la agenda gay: «Un estudio atento de las declaraciones públicas y de las actividades que promueven esos programas revela una calculada ambigüedad, a través de la cual [los que promueven un cambio en la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad] buscan confundir a los pastores y a los fieles. […] Algunos grupos suelen incluso calificar como ‘católicas’ a sus organizaciones o a las personas a quienes intentan dirigirse, pero en realidad no defienden ni promueven la enseñanza del Magisterio, por el contrario, a veces lo atacan abiertamente. Aunque sus miembros reivindiquen que quieren conformar su vida con la enseñanza de Jesús, de hecho abandonan la enseñanza de su Iglesia».
Sin embargo, el cardenal designado Fernández -el nuevo guardián de la ortodoxia católica en el Vaticano- no es ambiguo sobre el arte de besar: «El beso penetrante es cuando chupas y sorbes con los labios. El beso penetrante es cuando metes la lengua. Cuidado con los dientes». En su defensa, el cardenal designado explicó que su primer libro iba dirigido, bueno, a adolescentes y citaba muchas de sus descripciones de los besos. ¿Qué obispo emitiría una «carta de buena reputación» para un sacerdote que habla así a los niños? Un doble rasero impresionante.
Se ha convertido en algo común referirse a la Iglesia sinodal. Ha llevado décadas, pero la batalla está ahora a la vista de todos. Necesitamos la Iglesia católica y una vuelta al llamamiento del papa VI a la claridad con caridad.
Las ambigüedades no se mantendrán. «Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público» (Lc 8,17).
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Foto: karl-fredrickson/unsplash