En tiempos en los que la catequesis de la falda se pone más farisea que nunca, Horacio Giusto aclara para VotoCatólico qué es realmente la modestia y cómo la ropa muchas veces, por más que recatada, no es necesariamente símbolo de santidad.
Por: Horacio Giusto
Hoy corresponde hablar brevemente y aclarar algunos puntos sobre la “modestia”, una virtud ordinaria derivada de la virtud cardinal de la templanza.
Partiendo del anhelo natural de felicidad que habita en el ser humano, Santo Tomás de Aquino enseña que sólo Dios, como Bien absoluto, puede colmar plenamente dicho deseo. En este horizonte teleológico, las virtudes morales cardinales aparecen como hábitos que ordenan las facultades humanas hacia su fin último, perfeccionando al individuo tanto en su dimensión personal como social. Allí aparece la templanza como una de las virtudes cardinales.
Resumidamente la templanza modera el uso de los placeres sensibles, particularmente aquellos vinculados a la conservación del individuo y de la especie —la comida y la sexualidad—, sometiéndolos al juicio de la recta razón. En efecto, el placer es un efecto natural y legítimo que sigue a la satisfacción de un deseo, pero su intensidad puede llegar a oscurecer el fin propio del acto, conduciendo al desorden; de allí que la sexualidad tan necesaria y buena para la procreación puede ser causa de vicios atroces cuando ingresa al mercado digital, por ejemplo.
Por tanto, la templanza cumple una doble función: positiva, al permitir el goce ordenado del placer conforme a la razón; y negativa, al refrenar los impulsos desmedidos. El desorden puede manifestarse tanto por exceso (intemperancia), como por defecto (insensibilidad). San Agustín advierte que la concesión reiterada al placer genera hábito, y éste, necesidad. No obstante, el rechazo absoluto del placer también constituye un vicio, al desconocer su valor natural; tal es así que incluso la eutrapelia es una virtud propicia para la santidad o que es legítimo el uso de la sexualidad dentro del matrimonio para calmar la concupiscencia de la carne. Asimismo, el desorden puede provenir de la inadecuación de las circunstancias, como en el caso de la infidelidad conyugal o la desatención de restricciones médicas impuestas por la prudencia. En ambos casos, el acto pierde su moralidad por la ruptura del orden racional y teleológico. En síntesis, la templanza es el hábito por el cual el ser humano se autodomina y ordena sus pasiones sensibles, no por represión instintiva, sino por imperio de la razón. Sólo así, obrando según su naturaleza racional, puede el hombre alcanzar la verdadera felicidad.
En un apartado, Royo Marín explica, en virtud de lo antes expuesto, lo siguiente: “La modestia es una virtud derivada de la templanza que se inclina al individuo a comportarse en sus movimientos internos y externos y en su vestido de acuerdo con los justos límites de su estado en la vida y la posición en la sociedad. (Santo Tomás, Summa , II-II, q. 160)
La modestia es una virtud por la cual se observa el decoro apropiado en sus gestos y movimientos corporales, en sus posturas y en su forma de vestir.
En el asunto de la modestia, es necesario atender especialmente a dos consideraciones: la dignidad de cada persona y de los que están en su compañía.
La modestia corporal tiene gran importancia tanto para el individuo como para la sociedad. Por lo general, una persona es juzgada por lo externo, y por esta razón cualquier movimiento excesivo, mirando, miradas indiscretas o cualesquiera otros movimientos incontrolados se interpreta generalmente como signos de un interior desordenado y rebelde. Con buena razón no recomiendan San Agustín en su Regla que los individuos deben tener especial cuidado para observar la modestia exterior de conducta para que no se escandalizan sus vecinos. Y, leemos en la Sagrada Escritura: «Uno puede decir como es un hombre por su apariencia; un hombre sabio se reconoce como tal al verlo por primera vez. La vestimenta de un hombre, su risa abundante y su modo de andar proclama lo que es «(Ecl 19: 25-26).
Los vicios opuestos a la modestia de conducta son afectaciones y rusticidad o grosería. En cuanto a la modestia en el vestir, Santo Tomás afirma que cualquier pecado que se plantea en este asunto se debe a algo desordenado por parte de la persona a la vista de las circunstancias particulares. (Santo Tomás, Summa , II-II, q. 169, a. 1) Esta falta de moderación puede ser debido a una falta de conformidad con las costumbres de las personas con las que uno vive, o a un apego excesivo y preocupación en lo que respecta a prendas de vestir y adornos personales. Se puede llegar a ser excesiva debido a la vanidad, la sensualidad o interés excesivo en la ropa de uno. También puede suceder que uno puede pecar contra el pudor en la ropa por ser deficientes en la preocupación por la propia vestimenta personal, por ejemplo, si uno fuera a ser irrazonablemente negligente de acuerdo con este estado de vida, o estaban encaminada a atraer la atención por su falta de interés en su manera de vestir ( ibid a. 2).”
Es preciso remarcar, a riesgo de ser redundante, lo que enseña Santo Tomás: “Es evidente, por otra parte, que el refrenar los placeres del tacto presenta una dificultad especial, por lo cual todos consideraron distintas a la templanza y la moderación. Pero, además, Cicerón consideró que había un bien especial en la moderación de las penas, y por eso apartó también la clemencia de la modestia, dando a la modestia todos los demás objetos que habían de ser moderados.
Parece que éstos son cuatro. Uno es el movimiento del ánimo hacia alguna excelencia, al que modera la humildad. El segundo es el deseo de las cosas del conocimiento, que es moderado por la estudiosidad y que se opone a la curiosidad. El tercero se refiere a los movimientos y las acciones corporales, tratando de que se hagan con decencia y honestidad tanto cuando se trata de obrar con seriedad como en el juego. El cuarto se refiere al ornato externo, como vestidos y objetos similares. Pero para cuidar de algunos de ellos pusieron otros algunas virtudes especiales: Andrónico puso la mansedumbre, la simplicidad, la humildad y otras semejantes, de las cuales hablamos antes (q.143). Aristóteles puso también la eutrapelia, cuya materia son los deleites del juego. Todas ellas están comprendidas bajo la modestia según Cicerón. Conforme a esto, la modestia no sólo se ocupa de las acciones exteriores, sino también de las interiores”.
Pero sobre todo esto ya escrito, conviene realizar una serie de aclaraciones sobre la modestia, especialmente para no caer en excesivos rigorismos fariseos que desvirtúan la virtud. La modestia, según la enseñanza cristiana, no se limita únicamente a la vestimenta, sino que abarca la intención del corazón y la actitud con la que se actúa. No es la prenda en sí la que determina la modestia, sino el propósito y la disposición interior con la que se lleva. Como señala San Alfonso María de Ligorio, si una mujer se viste según las costumbres locales, sin la intención de incitar a la lujuria ni complacerse en provocar tales pensamientos, no incurre en pecado. Explica que “Una mujer piensa que algunas personas en general se escandalizarán por ella, pero no cree que alguien en particular se escandalice por ella, y no tiene la intención de incitar a la lujuria, ni estaría complacida por su lujuria (aunque ella estaría contenta de ser elogiada por ser hermosa), entonces no está obligada a abstenerse de la ornamentación, incluso la ornamentación superflua, como el maquillaje o descubrir sus senos si esa es la costumbre local, y no sería un pecado mortal para ella realizar esto. Sin embargo, es un pecado mortal si el descubrimiento de los senos o la ornamentación eran vergonzosos en sí mismos y estaban dirigidos a provocar lujuria” (Teología moral, Libro 2, Tratado 3, Sobre la caridad, Capítulo 2. 55).
Por eso es importante, una vez más, entender que es fácil ser moralista en redes sociales, y difícil tener moral. Hay casuística que nos permite entender que, en determinadas situaciones, no puede decirse “eso es pecado” y salir a hacer un escarnio público desde el postureo moral. Veamos pues algunos ejemplos:
Es importante recordar que la modestia es una virtud que refleja la humildad y el respeto hacia uno mismo y hacia los demás. No se trata de seguir reglas estrictas sobre la vestimenta, sino de cultivar un corazón puro y una intención recta en todas nuestras acciones; no pocas veces se entra en un perverso juego de vestirse (disfrazarse en cierto sentido) modestamente para cautivar a personas que se mueven en ámbitos más conservadores. Por ello es importante reconocer el propio corazón interno antes que la ropa externa, sin detrimento de la objetividad del pecado en sí.