¿Qué virtudes debe encarnar verdaderamente un Papa? En tiempos de confusión, el Vicario de Cristo necesita más que carisma o habilidad política: requiere una vida virtuosa al estilo de Santo Tomás de Aquino. Este artículo profundiza en las virtudes fundamentales —caridad, prudencia, justicia, fortaleza y templanza— que deben guiar al sucesor de Pedro en su misión espiritual y pastoral. Un enfoque tomista para comprender el corazón del pontificado.
Por: Horacio Giusto
Ciertamente que la figura del Papa, en tanto Sumo Pontífice y Vicario de Cristo en la Tierra, exige un escrutinio filosófico y teológico de la más alta rigurosidad. En este sentido conviene hoy día centrarse en aquellas virtudes mínimas y necesarias que se espera del hombre que ocupe la Cátedra de San Pedro. Desde la perspectiva de Santo Tomás de Aquino, el ejercicio del ministerio petrino requiere un conjunto de virtudes que no sólo respondan a la excelencia moral individual, sino que también permitan al pontífice gobernar con sabiduría la Iglesia universal.
Así pues, el Obispo de Roma debe ordenarse a lo que bien se explica en la mayor obra de Santo Tomás, al decir: “para el estado de perfección se requiere una obligación perpetua para con todo lo referente a la perfección, acompañada de cierta solemnidad. Ambas condiciones se dan en los religiosos y en los obispos. En efecto, los religiosos se obligan a privarse de cosas terrenas de las que podrían hacer uso legítimamente, para dedicarse más libremente a Dios, lo cual constituye la perfección de la vida presente. Por eso dice Dionisio en VI De Eccles. Hierarch., hablando de los religiosos: Unos los llaman terapeutas, es decir, siervos, por estar consagrados al servicio y culto de Dios; otros los llaman monjes, por la vida indivisible y singular que los une con las santas envolturas, es decir, contemplaciones, de lo invisible, a la unidad deiforme y a la perfección divina digna de ser amada. La obligación de éstos también tiene lugar con cierta solemnidad de profesión y bendición. Por eso añade Dionisio en la misma obra: Por ello, al concederles la santa ley una gracia perfecta, los honra con una vocación santificadora. De igual modo, también los obispos se obligan a las cosas tocantes a la perfección al asumir el oficio pastoral, que lleva consigo el que el pastor dé su vida por las ovejas, como se dice en Jn 10,11. Por eso dice el Apóstol en 1 Tim 6,12: Has hecho una buena confesión ante muchos testigos, es decir, en tu ordenación, como comenta la Glosa. Se da también solemnidad de consagración junto con la profesión predicha, según lo que se dice en 2 Tim 1,6: Que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de las manos, que la Glosa interpreta como gracia episcopal. Y Dionisio dice, en V De Eccles. Hierarch., que el sumo sacerdote, esto es, el obispo, recibe en su ordenación las Santas Escrituras, que se le colocan sobre la cabeza, para significar que recibe la plenitud del sacerdocio jerárquico, y que él es no sólo el que ilumina todo cuanto pertenece a las palabras y acciones santas, sino que las transmite a los demás.”[1]
No es posible, pues, comprender cabalmente el ser y la función del Papa sin remitirnos a la doctrina de las virtudes, tal como se encuentra expuesta en la Summa Theologiae.
En la doctrina tomista, la caridad (caritas) no es una virtud entre otras, sino la forma de todas ellas, su principio unificador y vivificante. Santo Tomás en Suma teológica – II-IIae c. 184 Artículo 1: ¿Se mide la perfección cristiana, sobre todo, por la caridad? afirma que “Se considera que una cosa es perfecta cuando alcanza el fin propio, que es su última perfección. Ahora bien: la caridad es la que nos une a Dios, que es el fin último de la mente humana, ya que el que permanece en caridad permanece en Dios y Dios en él, como se dice en 1 Jn 4,16. Por tanto, la perfección cristiana consiste principalmente en la caridad.”; por ello la caridad es la primera virtud necesaria. La caridad es definida como “la virtud teologal infundida por Dios en la voluntad, por la que amamos a Dios por sí mismo sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo por Dios.”[2]; por ello, caridad es para el católico un amor sobrenatural por lo que todo se dirige para el Padre.
La segunda virtud fundamental, en tanto que el Papa es regidor de la Iglesia, es la prudencia; una virtud entendida como la recta razón en el obrar, la cual es indispensable en todo gobernante. Pero en el caso del Papa, cuya autoridad abarca a la Iglesia entera siendo ésta el cuerpo místico de Cristo, la prudencia debe alcanzar un grado superior. La prudencia es “una virtud especial infundida por Dios en el entendimiento práctico para el recto gobierno de nuestras acciones particulares en orden al fin sobrenatural.”[3]
Santo Tomás expone de manera clara: “Como escribe San Isidoro en el libro Etymol.: Prudente significa como ver a lo lejos; es ciertamente perspicaz y prevé a través de la incertidumbre de los sucesos. Ahora bien, la visión pertenece no a la facultad apetitiva, sino a la cognoscitiva. Es, pues, evidente que la prudencia pertenece directamente a la facultad cognoscitiva. No pertenece a la facultad sensitiva, ya que con ésta se conoce solamente lo que está presente y aparece a los sentidos, mientras que conocer el futuro a través del presente o del pasado, que es lo propio de la prudencia, concierne propiamente al entendimiento, puesto que se hace por deducción. Por consiguiente, la prudencia radica propiamente en el entendimiento.”[4] El Papa prudente no es el que simplemente evita el error, sino el que, entre múltiples bienes posibles, elige aquel que más conviene a la edificación del Cuerpo Místico de Cristo. Esto requiere discernimiento espiritual, conocimiento profundo de la doctrina, inteligencia sobre la realidad eclesial, y una firmeza que no excluye la mansedumbre en el servicio.
En consecuencia, la justicia se vuelve más que necesaria. La Justicia es “hábito sobrenatural que inclina constante y perpetuamente a la voluntad a dar a cada uno lo que le pertenece estrictamente… Es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que es debido… Dicho en otras palabras, nos lleva a dar cada uno lo suyo lo que le corresponde, a lo que tiene derecho.”[5]; se observa cómo esta virtud consiste en dar a cada cual lo que le corresponde conforme al derecho propio. En el caso del Papa, esta virtud adquiere una dimensión teológica: debe administrar los sacramentos, la doctrina y la disciplina eclesiástica conforme a la justicia divina. No se trata de una equidad meramente humana, sino de una fidelidad a la misión recibida de Cristo: “pero yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos.” (Lc. 22,32). El pontífice justo no favorece parcialidades ideológicas, ni impone cargas indebidas, sino que regula la vida eclesial según la verdad revelada; es el administrador prudente y justo del depósito de la Fe. En tiempos de confusión, la justicia papal se convierte en garante de la fe de los simples y en refugio contra la arbitrariedad de los impíos.
No puede haber verdadero gobierno sin dominio de sí. La fortaleza y la templanza son virtudes que preservan al Papa del miedo y de la concupiscencia, respectivamente. El pontífice necesita fortaleza para resistir las presiones del mundo, las persecuciones y las críticas inevitables. Como enseña Tomás, “el término fortaleza puede tomarse en dos sentidos. Primero, en cuanto supone una firmeza de ánimo en abstracto. Si la entendemos así, es virtud general o más bien condición de toda virtud, ya que, según el Filósofo, en II Ethic., para la virtud se exige obrar firme y constantemente. En una segunda acepción puede entenderse la fortaleza en cuanto implica una firmeza de ánimo para afrontar y rechazar los peligros en los cuales es sumamente difícil mantener la firmeza. De ahí el que Tulio diga en Rhetorica que se considera fortaleza el aguantar los peligros y el soportar los trabajos. Es en este sentido como se cita la fortaleza como virtud especial, porque tiene materia determinada.”[6]; El Papa tiene la misión de custodiar y proclamar la fe cristiana en un mundo que a menudo se opone o tergiversa los valores evangélicos. La fortaleza le permite mantenerse firme en la verdad, incluso cuando esta es impopular o provoca rechazo, persecución o incomprensión; es fundamental un Papa que exponga la fortaleza propia de todo mártir. Gobernar la Iglesia implica tomar decisiones que pueden ser dolorosas o controversiales: enfrentar el abuso de poder, reformar estructuras internas, disciplinar comportamientos desviados, o intervenir en cuestiones morales y sociales delicadas, por lo tanto, no es posible un Papa débil o tibio.
La templanza, “En el lenguaje humano, algunos nombres comunes se suelen usar para designar por antonomasia los objetos más importantes dentro del conjunto definido por ellos; así, el nombre ciudad designa por antonomasia a Roma. De igual modo, el nombre templanza admite una doble acepción. En primer lugar, según su acepción más común. Y así, la templanza no es una virtud especial, sino general; indica, en efecto, una cierta moderación o atemperación impuesta por la razón a los actos humanos y a los movimientos pasionales, es decir, algo común a toda virtud moral. Sin embargo, la noción de templanza es distinta de la de fortaleza, incluso considerando ambas como virtudes generales; pues la templanza aparta al hombre de aquello que le atrae en contra de la razón, y la fortaleza, en cambio, le anima a soportar y afrontar la lucha contra lo que le lleva a rehuir el bien de la razón. Pero si consideramos la templanza por antonomasia, como lo que pone freno al deseo de lo que atrae al hombre con más fuerza, entonces sí es una virtud especial, que tiene una materia especial, igual que la fortaleza.”[7]; La templanza es una virtud cardinal que consiste en moderar los apetitos y deseos, guiándolos según la razón. En el caso del Papa, que no solo es líder espiritual de la Iglesia Católica, sino también una figura de influencia moral y política a nivel global, la templanza es indispensable por varias razones. El Papa está expuesto a un gran poder, reconocimiento y presión. La templanza le permite ejercer un dominio sobre sus impulsos, evitando decisiones impulsivas, actitudes autoritarias o favoritismos. Así, actúa desde la reflexión y la prudencia, no desde el capricho o la emoción. Como modelo de vida cristiana, el Papa debe encarnar las virtudes que predica; por ello la templanza lo ayuda a vivir con sencillez, humildad y moderación, mostrando coherencia entre sus palabras y sus actos. Esto refuerza su credibilidad ante los fieles y el mundo.
Desde la visión propia de la escolástica, el Papa ideal no es un político astuto, ni un reformador audaz sin rumbo teológico, sino un hombre virtuoso cuyo gobierno es expresión de una vida interior conforme a la ley divina. La caridad, la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, junto con la humildad y la obediencia, forman el retrato moral del Vicario de Cristo. Siendo la cabeza visible del Cuerpo Místico, su santidad no es opcional, sino esencial al buen ejercicio de su ministerio. En última instancia, como enseña Santo Tomás, la autoridad se justifica por su orden al bien común: en el caso del Papa, ese bien no es otro que la salvación de las almas.
[1] Suma teológica – Parte II-IIae – Cuestión 184 El estado de perfección en común
[2] Rvdo. P. Royo Marín Teología de la perfección cristiana; Ed. BAC. Pág. 510
[3] Ibídem. Pág. 540
[4] Suma teológica – II-IIae c. 47 La prudencia en sí misma
[5] Ibídem. Pág. 553
[6] Suma teológica – II-IIae c. 123 La fortaleza
[7] Suma teológica – II-IIae c. 141 La templanza