Por: Beatriz Madan
Varios líderes católicos y activistas pro-vida han manifestado su rechazo a la nueva orden ejecutiva de Donald Trump que amplía el acceso a la fecundación in vitro (FIV), calificándola de “trágica” y sin duda, contraria a los principios pro-vida.
La medida responde a una promesa de campaña que exigiría a las compañías de seguros cubrir la FIV, un proceso que implica fecundar muchos embriones para solo implantar uno, dos o cuantos señale la pareja que contrata el servicio; para que el gobierno federal asumiera ese costo.
Aunque Trump presenta esta orden ejecutiva como una herramienta para facilitar la información a las familias, los críticos sostienen que es, en realidad, una catástrofe para la dignidad de la vida humana.
Lila Rose, presidenta de Live Action y una destacada defensora provida, comentó: “La FIV NO es pro-vida”. Señaló que solo 7% de los embriones concebidos mediante este proceso sobreviven, mientras que el resto, aproximadamente 93%, son descartados, almacenados indefinidamente en congeladores, o utilizados en experimentación científica.
Los informes recientes advierten que el plan de Trump podría provocar la destrucción de 2.4 millones de embriones, el doble del número de niños que mueren por aborto cada año en Estados Unidos.
El obispo Joseph Strickland también se pronunció rápidamente, declarando en redes sociales: “El presidente Trump definitivamente necesita conocer la oscura verdad sobre la FIV. Cada niño que sobrevive representa a muchos que murieron. La FIV es anti-vida, es otro intento de jugar a ser Dios”.
Como proclama la USCCB: “La industria de la FIV trata a los seres humanos como productos y congela o mata a millones de niños que no son seleccionados para ser transferidos a un útero o que no sobreviven. La orden ejecutiva del martes que promueve la FIV es, por lo tanto, fatalmente defectuosa y contrasta de manera lamentable con las prometedoras acciones pro vida de la Administración el mes pasado”.
La Iglesia Católica ha condenado y seguirá condenando el uso de la fecundación in vitro, como se establece claramente en el Catecismo de la Iglesia Católica, que la considera “moralmente inaceptable”.