Por: Horacio Giusto
En la actualidad, la masculinidad atraviesa una profunda crisis de identidad, especialmente con el auge del “deconstruccionismo”. A partir de aquí, usando como material de base la lectura de “Tu identidad sí importa”, es posible rescatar algunas nociones fundamentales sobre lo que es ser un verdadero hombre, y hacer la comparativa con el modelo provisto por San José en la tradición católica.
Las antiguas referencias masculinas se han debilitado y los nuevos discursos muchas veces generan más confusión que dirección. En medio de este panorama cultural y discursivo tan incierto, se vuelve urgente y vital volver a valorizar qué significa ser hombre. Esta búsqueda no debe partir de imposiciones culturales caducas ni de los extremos del relativismo moderno, sino de una integración sana y equilibrada de las dimensiones esenciales del hombre. Aquí es interesante ver cómo el máster en psicología y teólogo juan j. Varela Álvarez presenta cinco facetas como pilares de una masculinidad correcta: guerrero, sacerdote, rey, amante y amigo. Y en esta búsqueda de plenitud masculina, San José emerge como un modelo insoslayable: silencioso pero firme, presente pero no dominante, protector pero tierno. Un hombre completo.
La faz guerrera del hombre no es una inclinación a la violencia sin sentido, buscando validar el propio ego en la conquista, sino un llamado a la valentía en el servicio y la protección. En un mundo que ridiculiza la fuerza masculina o la caricaturiza como toxicidad, redescubrir al guerrero es vital. El hombre que de la tierra vino busca la conquista; allí es que en el vicio buscará conquistar cuerpos para su satisfacción personal, en la virtud buscará conquistar almas para Dios. En un plano más humano, el guerrero sano es aquel que protege, que lucha por el bien, que pone su fuerza al servicio del otro, que ofrenda su vida al bien mayor. San José es un guerrero, no con espadas ni escudos (aunque sí hay relatos respectos a cómo con su báculo defendió en a una niña en una peregrinación), sino con firmeza interior. Protegió a María y al niño Jesús, huyó a Egipto guiado por la voz de Dios, enfrentó el miedo.
con la acción propia de quien es cabeza de familia. El verdadero hombre no evade la responsabilidad, no se esconde en la pasividad ni se pierde en la autocomplacencia. Como San José, quien es capaz de actuar con resolución y ser pilar en la tribulación, hoy más que nunca, el mundo necesita hombres dispuestos a luchar por la Familia y la Fe.
Todo hombre está llamado a ser sacerdote de su hogar, a ser mediador entre lo humano y lo divino, a ser el nexo entre lo natural y lo sobrenatural. Esta faz sacerdotal no requiere una ordenación canónica, sino una disposición interior: asumir que su vida tiene un valor trascendente, que es guía espiritual para los suyos, que es quien dirige la Iglesia doméstica.
San José es ese sacerdote silencioso, prudente y abnegado. No habla en los Evangelios, pero su vida entera es una oda a la sagrada liturgia. Enseñó a Jesús a orar, a trabajar, a vivir como hijo de Dios. Fue custodio del Verbo encarnado; mientras Cristo nos llama a ser como él, Dios llamó a San José a ser como el padre. El hombre sacerdotal ora, bendice y guía. Tiene la capacidad de elevar la vida cotidiana a un acto de ofrenda, y desde ahí enseña a amar a Dios sin palabras, sino con el ejemplo.
El rey no es el tirano ni el déspota, sino la justicia en persona. La verdadera realeza masculina se ejerce desde el servicio, como Cristo que siendo verdadero rey sirve lavando los pies a sus apóstoles. El hombre está llamado a liderar no por dominio sobre el orden terrenal, sino por sabiduría, responsabilidad y caridad. La autoridad masculina no se impone, se gana desde la Justicia, la Prudencia, la Templanza y la Fortaleza.
San José fue el rey de una casa muy particular: Dios mismo habitaba bajo su techo. Y, sin embargo, fue él quien tomó decisiones, quien sostuvo con trabajo el hogar de Nazaret y quien fungió como cabeza de familia. Su liderazgo no fue autoritario, sino tierno, presente y comprometido. Ser rey hoy es asumir el peso de las decisiones, ser firme sin ser duro, justo sin ser frío, fuerte sin perder la ternura hacia los suyos.
Ser hombre también implica saber amar más allá de la carne y las pasiones. Se trata de poder conducir un deseo ordenado, una afectividad madura, un amor que no consume al otro, sino que se ofrece. El amante auténtico no teme la dulzura del trato ni la docilidad del corazón, no se esconde en el sarcasmo ni en la distancia emocional; el buen amante ama con el corazón y con el cuerpo, pero también con la voluntad y la inteligencia como principales potencias del alma.
José amó a María con un amor casto y lleno de entrega. Su castidad no fue negación del amor, sino su forma más elevada. En él se ve que el amor no necesita del erotismo desbordado para ser pleno. El hombre amante es aquel que sabe abrazar, escuchar, cuidar. Que no teme ser vulnerable, porque entiende que en esa apertura se juega la verdadera intimidad que va más allá del contacto físico.
Finalmente, el hombre está llamado a ser amigo: un compañero de vida. En un mundo que idolatra la autosuficiencia y el narcisismo, validar la amistad es validarr la humanidad. El hombre no debe aislarse, ni encerrarse en la autoexplotación, ni rechazar la mirada del prójimo. Necesita comunidad porque es ante todo un animal político que para desarrollarse necesita del otro, más aún, en el desarrollo de la virtud.
San José fue amigo de María, compañero de un destino divino, apoyo silencioso y constante, sacrificado y fiel, caritativo y virtuoso. Su figura nos recuerda que no estamos hechos para la soledad radical propia de los ángeles caídos, sino para el vínculo que Dios mismo previó en el génesis. El hombre amigo es aquel que sabe estar, no solo para resolver un conflicto o solucionar un problema, sino para acompañar en el crecimiento propio de la vida. La masculinidad encuentra su plenitud cuando se hace vínculo, cuando sabe recibir y no solo dar.
Estas cinco dimensiones no son compartimentos estancos, sino expresiones integradas de una misma vocación: la de ser hombre en plenitud. En la faz guerrera se forja el coraje; en la sacerdotal, la trascendencia; en la regia, el servicio; en la amante, la ternura; en la amistosa, la comunión. Ser hombre no es cumplir con un estereotipo, es buscar la santidad cómo máxima participación de la virtud querida por Dios. Frente a un mundo que multiplica los narcisistas y eternos adolescentes, incapaces de asumir su identidad y responsabilidad, mirar a San José es mirar un camino posible. No es un modelo de perfección idealista, sino de humanidad vivida con Fe, Esperanza y Caridad. Ver su figura es una tarea urgente si queremos realzar una cultura en la que prevalezca una masculinidad sana.