Por: P. Padre Eduardo Hayen Cuarón
“[La Iglesia] Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo” (Hch 9,31). La fidelidad a Dios y el crecimiento en número de católicos es directamente proporcional. Mientras se mantenga la fidelidad a la doctrina, a la moral, a la liturgia y a la caridad, las parroquias estarán florecientes.
Al contrario, donde se proponen novedades y errores doctrinales, extravagancias en la moral –sobre todo en la moral sexual y familiar– rarezas litúrgicas… ahí la Iglesia empieza su declive y la gente pierde su entusiasmo.
Sólo observa aquellas diócesis progresistas y mira cuántas parroquias están cerrando, fíjate en el número de vocaciones sacerdotales y religiosas, cuántos matrimonios y exequias se celebran por la Iglesia, el número de bautismos… el panorama es desolador. Y para colmo, los prelados y sacerdotes de estas iglesias se proponen como modelo y guía para la Iglesia universal. No nos dejemos seducir por sus propuestas.
Mira, por el contrario, a las iglesias de África: aunque en muchas de ellas hay persecución, el entusiasmo y la alegría se desbordan, y las vocaciones se multiplican. Nunca ha sido la persecución motivo de desánimo para los católicos, sino la tibieza y la relajación que se proponen como camino de salvación.