Incendios en edificios gubernamentales provocados por los manifestantes en NepalAFP.
Nepal vive una de sus crisis políticas más profundas en décadas. Las protestas lideradas principalmente por jóvenes de la Generación Z estallaron en repudio a una controvertida decisión gubernamental: el bloqueo de redes sociales clave como Facebook, Instagram, WhatsApp, YouTube y X, que fueron bloqueadas por no cumplir requisitos de registro—una medida que según muchos era una forma velada de censura.
La movilización comenzó el 8 de septiembre como veintena concentraciones en áreas como el Parlamento y plazas céntricas, organizadas sin liderazgo formal; buscaban frenar la opacidad y abusos políticos. La violencia escaló rápidamente; las fuerzas del orden emplearon gases lacrimógenos, balas de goma e incluso fuego real, dejando al menos 19 personas muertas y más de 300 heridas solo en el primer día.
A pesar de que el gobierno levantó el bloqueo el 9 de septiembre, el estallido ya no se detuvo allí. Centenares de manifestantes tomaron el Parlamento, el complejo gubernamental del Singha Durbar, la Corte Suprema, la residencia del presidente, la residencia del primer ministro, y hasta sedes de partidos políticos entre ellas la del UML y el Congreso Nepalí.
Además, se denunció que algunos manifestantes consiguieron armas de los agentes encargados de la protección y las usaron o exhibieron en las barricadas.
Ante la presión y el caos generalizado, el primer ministro K.P. Sharma Oli, en el poder desde julio de 2024, anunció su renuncia el 9 de septiembre de 2025, con el objetivo de facilitar una solución política constitucional. Ministros como el de Interior Ramesh Lekhak y el de Agricultura también presentaron su renuncia en señal de responsabilidad moral.
Estas protestas reflejan una insatisfacción crónica: corrupción endémica, nepotismo visible, falta de oportunidades laborales (la juventud sufre un desempleo superior al 20 %) y una élite política desconectada de las necesidades reales del país.
Algunas voces emergentes como la del alcalde de Katmandú, el rapero convertido en político Balendra Shah, han ganado visibilidad como símbolos de cambio, representando las demandas de una juventud que ya no está dispuesta a esperar.
La reacción global ha sido firme: organismos como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, la ONU y la UE han condenado el uso desproporcionado de la fuerza y exigido investigaciones independientes y diálogo político en paz.
Mientras tanto, la tensión geopolítica también crece: tanto India como China, con intereses estratégicos en Nepal, observen con cautela los eventos en desarrollo.
Más que una lucha por plataformas digitales, estas protestas son una lucha moral que demanda transparencia, rendición de cuentas y un sistema político renovado. El fuego en los edificios gubernamentales puede verse simbólicamente como la quema de viejas estructuras, aunque el costo humano y material ha sido alto.
Este momento podría marcar un punto de inflexión. La Generación Z ha demostrado que su voz vale y puede generar cambios reales. El camino hacia una Nepal más democrática y justa dependerá ahora del diálogo, las reformas y la voluntad política de no repetir los errores del pasado.