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Familia, el que pregunta no se equivoca. La inquietud que expresé sobre con quién debemos hacer alianzas no busca confundir, sino clarificar. Nuestro compromiso no es con cualquier bandera, partido o ideología pasajera. Nuestro compromiso es y siempre será con Dios, con la vida, con la familia y con nuestra patria.
El que pregunta no se equivoca.
— Eduardo Verástegui (@EVerastegui) September 19, 2025
La pregunta que hice sobre con quién hacer alianzas fue simplemente para saber con quién quisieran ver trabajando en unidad al movimiento provida Viva México.
Mi compromiso es, y seguirá siendo, con Dios, la vida, la familia y nuestra patria.…
Hispanoamérica ya no soporta más minimalismo moral ni promesas vacías de los mismos de siempre que dicen defender la libertad, pero en realidad ha servido para desarraigar a los pueblos de su fe, fragmentar a las familias y entregarnos atados a organismos supranacionales. Lo que necesitamos son valores sólidos, principios no negociables, catolicismo vivo, soberanía y sentido común para defender más y de mejor manera la dignidad de nuestras naciones.
Algunos se preguntan por qué decidimos traer a México un evento como CPAC. La respuesta es clara: porque la batalla cultural no se gana en silencio ni en soledad. Hispanoamérica necesita unirse y articularse con quienes compartimos principios innegociables. La defensa de la vida desde la concepción hasta su fin natural, el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educar a nuestros hijos, el respeto a la propiedad privada y la construcción de un Estado justo que sirva al pueblo y no a los mismos de siempre.
CPAC México no es un espectáculo, sino un punto de encuentro donde reafirmamos que la verdadera unidad no se construye sobre la mentira ni el relativismo, sino sobre la verdad. Y esa verdad está enraizada en Dios y en los valores cristianos que dieron forma a nuestras naciones. Eso hay que defenderlo, decirlo y, de ser necesario, hasta gritarlo. Como he dicho en anteriores columnas: México no nació laico, nació cristiano.
Por eso insisto en que la batalla es triple: cultural, política y, sobre todo, espiritual. No basta con ganar elecciones si perdemos las almas o si ponemos sobre la mesa nuestros principios como tarjetas intercambiables. No sirve conquistar escaños si nos rendimos al adoctrinamiento woke que intoxica escuelas y universidades. De nada servirán curules comprados u obtenidos a base de tratos por debajo de la mesa. Si queremos transformar a nuestras naciones, primero debemos transformar corazones, familias y comunidades.
La cultura hoy es el campo de batalla donde se libra el futuro de nuestros hijos. Ahí se decide si seguirán siendo libres o esclavos de una ideología de género que confunde identidades; si aprenderán la verdad o la manipulación en sus aulas; si aprenderán la verdadera historia de México o la farsa que les cuenta el Estado; si vivirán en sociedades con sentido común o sometidas al caos del ”todo se vale”. Y la dimensión espiritual es aún más profunda: se trata de la salvación de nuestras almas. De nada sirve llegar “lejos” si no caminamos hacia la santidad. Un buen amigo me dijo una vez, tenemos que demostrar que podemos llegar lejos sin andar chueco.
Hay una causa que me desvela tanto dentro como fuera de la política: el combate a la trata de personas. Este crimen abominable, que convierte a seres humanos en mercancía, es la consecuencia extrema de un mundo que perdió de vista la dignidad de la vida. No podemos llamarnos defensores de la familia, de los niños o de la patria si no enfrentamos este flagelo con toda la fuerza que tengamos.
La trata es de las heridas más brutales del minimalismo moral que ve al ser humano como un recurso, no como un hijo de Dios. Por eso, luchar contra la trata es también luchar por la soberanía de nuestros pueblos y por la protección de quienes más sufren. Y lo haré desde la política, desde la cultura o desde donde Dios me ponga, porque es una batalla irrenunciable.
Nuestro camino no es el del pragmatismo político que se conforma con sumar fuerzas aunque esas fuerzas nieguen la verdad. El camino es más difícil: paciencia, oración, coherencia y valentía. Pero es el único que conduce a una Hispanoamérica fuerte, soberana y fiel a sus raíces.
La pregunta sobre con quién debemos aliarnos tiene una respuesta simple: con todo aquel que esté dispuesto a defender los principios no negociables. Y a quienes pretendan disfrazar de conservadurismo un proyecto woke, les decimos con claridad que no hay alianza posible.
Sigamos rezando y luchando, porque nuestro destino no es llegar por llegar; es llegar con Dios, con la verdad y con la mirada puesta en el cielo.
¡Viva México y viva Hispanoamérica unida en valores sólidos!