El popular “Pater Góngora” hace referencia a un tema bastante controversial que pocos logran comprender desde lo que enseña la mismísima Iglesia Católica. Aquí lo explica como para que entienda hasta el más bárbaro.
Por: P. Juan Manuel Góngora
Estos días asistimos a un debate que gira entorno a la cuestión de la justicia social, el cual puede ser útil de cara a la reflexión -tan denostada en tiempos de última hora, rápida caducidad y fácil olvido- para una mayor comprensión de lo que supone la actividad socioeconómica de una sociedad ligada a la custodia de la dignidad de la persona. La noción de justicia social, a parte de no ser unívoca desde su origen (el primer autor en mencionarla fue Luigi Taparelli S.J.). Ha sufrido un desgaste al igual que todo concepto atrapado desde la filosofía del lenguaje por los discursos ideologizados del materialismo, que por su propias limitaciones siempre tienden al reduccionismo. Se vacía de contenido mediante sofismas e incorpora una serie de connotaciones políticas que desvirtúan el sentido genuino del término.
Con el objetivo de no sucumbir al marasmo de dimes y diretes campante en “X – Twitter”, personalmente creo adecuado señalar un elemento previo sin el cual la justicia aplicada en cualquier disciplina queda desfigurada, y ello es el orden. Cuando Santo Tomás de Aquino se refiere a los preceptos de justicia responde lo siguiente: «Las materias referentes al bien común se deben establecer de modo diverso según la diversa condición de los hombres. Esa es la razón por la que no debieron ser incluidas entre los preceptos del decálogo, sino entre los judiciales». Es decir, lo que respecta a la justicia, como virtud cardinal, está enfocado hacia los principios evidentes a la conciencia moral sintetizados en los Diez Mandamientos. Un peldaño, la justicia, sirve para subir en una escalera que nos conduce a un destino: la restauración del estado de santidad y justicia perdido por la desobediencia.
Nos hemos malacostumbrado a despachar asuntos excusando que son muy complejos, que tal cosa requiere de no sé qué otra y mientras tanto el conformismo abunda. Frente a esto es clave situarnos en lo esencial: «el acto propio de la justicia no es otra cosa que dar a cada uno lo suyo» afirma el santo doctor. La equidad es lo virtuoso, la igualdad es el vicio. De ahí que la justicia es tal, pese a nuestras imperfecciones fruto del pecado, en tanto en cuanto esté ordenada al fin suyo: velar por la integridad y dignidad del ser humano, reconociendo al hombre en el centro y a Dios en lo alto. Por esto es clave entender que la Doctrina Social de la Iglesia no está sometida a ningún estado, corriente de pensamiento, partido o colectivo; sino que se desarrolla en cada momento histórico, teniendo como fundamento la ley natural iluminada por el orden sobrenatural de la revelación y la gracia que perfeccionan la naturaleza.
Todo se presenta tan complicado hasta que volvemos la mirada a la realidad de nuestros hogares, lo vivido y recibido en el seno de la familia, gracias a Dios. Si gastas más de lo que tienes, si vives por encima de las posibilidades reales, si no diferencias la posesión de un bien de su uso, si no ahorras en la medida de lo posible o no estás preparado ante imprevistos,… La cosa acaba mal. Apliquemos pues la virtud de la prudencia frente a la negligencia, recuperando así el orden de justicia. En conclusión, por mucho que se le adhiera el calificativo “social” a cualquier sustantivo, únicamente servirá para embelesar al personal o confundir a incautos si no se concreta en la claridad de propuestas, respetando la libertad orientada al bien que Dios nos ha concedido, que estén ordenadas al orden, valga la redundancia. Sin ello vano es el esfuerzo, falsas las premisas, erróneas las conclusiones y ruinosas las consecuencias.