El Papa Francisco defendió la importancia del Sínodo sobre la sinodalidad en una amplia entrevista con la agencia de noticias argentina TELAM esta semana, diciendo que las enseñanzas de la Iglesia deben cambiar manteniendo la coherencia con el magisterio existente.
“Desde el Concilio Vaticano II, Juan XXIII tenía una percepción muy clara: la Iglesia tiene que cambiar. Pablo VI estuvo de acuerdo, al igual que los Papas sucesivos. No se trata sólo de cambiar formas, se trata de un cambio de crecimiento, a favor de la dignidad de las personas. Ésa es la progresión teológica, de la teología moral y de todas las ciencias eclesiásticas, incluso en la interpretación de las Escrituras, que han progresado según los sentimientos de la Iglesia”, afirmó el Papa.
“La ruptura no es buena”, continuó. “O progresamos a través del desarrollo o las cosas no salen bien. La ruptura te deja fuera de la savia del desarrollo. Me gusta la imagen de un árbol y sus raíces. Las raíces reciben la humedad del suelo y la llevan hacia arriba, a través del tronco”.
“Cuando te separas de eso, terminas seco, sin tradiciones: tradición en el buen sentido de la palabra. Todos tenemos tradiciones, una familia, todos nacimos dentro de la cultura de un país, de una cultura política. Todos tenemos una tradición de la que asumir la responsabilidad”.
El Papa destacó que el progreso “es necesario y la Iglesia tiene que incorporar estas novedades con una conversación seria desde el punto de vista humano. El pensador griego Publius Terentius Afer dice: ‘Nada humano me es ajeno’”.
“La Iglesia tiene en sus manos lo humano. Dios se hizo hombre, no una teoría filosófica. La humanidad es algo consagrado por Dios. Es decir, todo lo humano debe ser asumido y el progreso debe ser humano, en armonía con la humanidad”.
El Papa Francisco le dijo al entrevistador que “en los años 60, a los holandeses se les ocurrió la palabra ‘rapidez’, que significa mucho más que aceleración. Pues bien, en el contexto de la rapidez del conocimiento científico, la Iglesia debe prestar mucha atención y tener sus pensadores dispuestos al diálogo. Y lo subrayo: hay que dialogar con el conocimiento científico. La Iglesia debe dialogar con todos, pero siendo consciente de su identidad. No de una identidad prestada”.
“La Iglesia, a través del diálogo”, explicó, “ha cambiado en muchos sentidos. Incluso en cuestiones culturales. Un teólogo del siglo IV decía que los cambios en la Iglesia deben cumplir tres condiciones para ser reales: consolidarse, crecer y ennoblecerse a lo largo de los años. Es una definición muy inspiradora de Vicente de Lérins. La Iglesia tiene que cambiar. Pensemos en los modos en que ha cambiado desde el Concilio hasta ahora y en el modo en que debe seguir cambiando sus modos, en el modo de proponer una verdad inmutable”.
“Es decir, la revelación de Jesucristo no cambia, los dogmas de la Iglesia no cambian, crecen y se ennoblecen como la savia de un árbol. La persona que no sigue este camino, sigue un camino que da pasos hacia atrás, un camino que se cierra sobre sí mismo. Los cambios en la Iglesia se producen dentro de este flujo identitario de la Iglesia. Y tiene que seguir cambiando a lo largo del camino, a medida que se van superando los desafíos. Por eso el núcleo del cambio es fundamentalmente pastoral, sin retractarse de la esencia de la Iglesia”.