Esa es la opinión de Megan Gannon, quien en una reflexiva columna hace un llamado a respetar la dignidad de la persona. Las leyes, los medios, los médicos y la sociedad en general, dice Megan, deben tratar a las personas con discapacidad a la medida de su dignidad, respetándolas y protegiéndolas. Debemos remediar esa falta de apoyo y amor que lleva a que algunas personas quieran morir. Megan nació con parálisis cerebral.
En una columna publicada en Newsweek, Megan Gannon cuenta que “el suicidio asistido se está extendiendo por Estados Unidos como una opción moral y legal. Actualmente es legal en 10 estados, y Vermont está presionando para convertirse en el segundo estado en eliminar su requisito de residencia, lo que permitiría a personas de todo el país recibir recetas de suicidio asistido en Vermont. Los legisladores estatales que legalizan el suicidio asistido suelen hacerlo en nombre de la protección de los discapacitados y los enfermos crónicos. Sin embargo, muchos discapacitados vemos la creciente prevalencia de esta práctica como una amenaza para nuestras propias vidas”.
“Contrariamente a la creencia popular”, señala Gannon, “la gente no comete suicidio asistido debido a un dolor insoportable. Las cinco razones principales por las que las personas deciden poner fin a sus vidas son la pérdida de autonomía, la disminución de la capacidad de participar en actividades que hacen la vida agradable, la pérdida de dignidad, convertirse en una carga para la familia, los amigos y los cuidadores, y la pérdida de control de las funciones corporales. Temiendo que estas cargas sean demasiado pesadas, la gente busca una salida”.
“Son problemas a los que personas como yo nos enfrentamos cada día”, revela la autora.
“Como mujer que he vivido toda mi vida con graves deficiencias físicas debidas a la parálisis cerebral, siempre he tenido que depender de otros para recibir asistencia total en todas las actividades de la vida diaria, incluidos todos los cuidados personales que necesito para ser una persona funcional”, continúa.
“A lo largo de mis años escolares”, recuerda Gannon, “la Ley de Educación de Personas con Discapacidad de 1975 exigió adaptaciones que me permitieron alcanzar el éxito académico. La Ley de Estadounidenses con Discapacidades de 1992 también desempeñó un papel inconmensurable a la hora de facilitarme el acceso a la comunidad. Una silla de ruedas eléctrica, una furgoneta equipada para minusválidos y la tecnología de asistencia que mi familia, amigos y terapeutas trabajaron conmigo para descubrir, modificar y utilizar me han proporcionado una independencia y una autonomía que de otro modo nunca habría tenido. El seguro médico me proporcionó cobertura financiera para muchos de estos artículos, lo que alivió la carga económica de mi discapacidad”.
“Aunque tengo la suerte de que mi diagnóstico es estable, comprendo los temores y las preocupaciones de los enfermos terminales que se plantean el suicidio asistido. Mi familia ha hecho innumerables sacrificios para cuidarme. Todo, desde los horarios diarios hasta los planes de jubilación de mis padres, pasando por las vacaciones familiares, se ha visto afectado por mi discapacidad. Comprendo perfectamente la sensación de ser una carga para los demás”, agrega su reflexión.
“Mi grave deficiencia del habla contribuye a que tema que tanto mi identidad como la autonomía que he luchado por conseguir me sean arrebatadas cuando nuevas personas me cuiden en el futuro. Tampoco es irrealista temer que mi vida se considere menos merecedora de recursos económicos y/o médicos a causa de mi discapacidad”, dice Gannon.
De ahí que la autora subraye que “empatizo sinceramente con cualquiera que solicite medicamentos para el suicidio asistido. Pero no podemos permitir que el suicidio sea la solución a las luchas y los miedos”.
“En lugar de eso, tenemos que solucionar la falta de apoyo y amor que conduce a esta trágica decisión”, concluye Gannon.
“En lugar de impulsar la legislación sobre el suicidio asistido, los estadounidenses deberían proporcionar a las personas con un diagnóstico terminal los medios para aceptar sus discapacidades, en lugar de intentar escapar de ellas. De este modo, no sólo se daría más poder a las personas con enfermedades terminales, sino que también se aliviarían los temores de personas como yo, que vivimos con discapacidades y nos preguntamos qué nos deparará el futuro en un país que se plantea el suicidio asistido”, nos dice la autora.
Megan Gannon se licenció en 1997 por la Universidad George Mason. Es autora de Santos especiales para gente especial. Nacida con parálisis cerebral, Megan ha perseverado a través de muchos obstáculos físicos, entre ellos la discapacidad del habla y la tetraplejia.
Puede leer la columna completa en inglés aquí.