Aunque ambos representan sectores de la nueva derecha, las recientes tensiones entre Donald Trump y Elon Musk revelan dos visiones profundamente distintas sobre el orden político, la prudencia y el bien común. A la luz de la doctrina social de la Iglesia, esta nota analiza por qué un católico podría ver con mejores ojos la postura de Trump frente a la inestabilidad provocada por Musk.
Por: Horacio Giusto
Para poner en contexto la presente nota, debe entenderse lo que ha sido el enfrentamiento entre dos grandes referentes internacionales de lo que, actualmente, se llama “nueva derecha”. Donald Trump y Elon Musk pasaron de socios y aliados políticos a críticos acérrimos en cuestión de semanas; Musk, quien aportó cientos de millones a la campaña de Trump en 2024, fue nombrado jefe de la “Department of Government Efficiency” (DOGE) dentro de su administración. Sin embargo, tras salir de ese rol a fines de mayo de 2025, Musk criticó duramente el “One Big Beautiful Bill”, la ley de gasto y recortes fiscales de Trump, calificándola de “abominación repugnante” por el aumento del déficit y la eliminación de subsidios a los autos eléctricos.
En razón de ello, el 7 de junio de 2025, Trump advirtió a Musk que enfrentaría “consecuencias muy graves” si financiaba a candidatos demócratas, agregando que ya no había posibilidad de reconciliación. Nuevamente, todo tiene un punto de inflexión cuando Musk criticó duramente el proyecto de ley fiscal de Trump, donde aquella frase de “abominación repugnante” se respaldó en las amenazas de cancelación de contratos federales. Además y consecuencia de esta pelea, Musk publicó y luego borró un tweet que insinuaba que Trump estaba vinculado con Jeffrey Epstein, lo cual intensificó aún más el conflicto.
Esto ha generado que muchos adherentes a la derecha no sepan cómo posicionarse, tanto por Trump como por Musk. Conviene pues recordar que existe un orden natural que orienta al bien común y a las autoridades legítimas. El Catecismo exhorta a “2239 Deber de los ciudadanos es cooperar con la autoridad civil al bien de la sociedad en espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad política”; ello siempre que no contradiga la ley moral. En virtud de dello, Musk, al atacar públicamente y sugerir conspiraciones severas sin pruebas, representa una actitud que desestabiliza el respeto institucional como la estabilidad política. En cambio, Trump, a pesar de su lenguaje duro, apela a la legitimidad del cargo presidencial y a la unidad del cuerpo político frente al bien común.
Siguiendo tal línea, se ve cómo Santo Tomás de Aquino sostiene que el fin de la autoridad política es promover el bien común. Trump defiende una política de reducción del gasto público, eliminación de subsidios a energías verdes —planteadas ideológicamente— y recorte del déficit, presentándolo como defensa de los recursos nacionales. Musk, por otro lado, propuso recortes aún más agresivos, lo cual precede a retirarse de su rol en el Departamento de Eficiencia, amenazando desorden y volatilidad económica, pero mientras sostenía que debía haber contratos con sus autos eléctricos, mostrando así lo que es a todas luces una pretensión corporativista (capital privado protegido políticamente dentro del mercado). Desde el tomismo, el plan de Trump, aunque imperfecto, busca un equilibrio entre austeridad y orden, mientras que la propuesta de Musk puede interpretarse como utópica e imprudente, tal como la ideología tecno-libertaria pretende.
La prudencia —una de las cuatros virtudes cardinales— implica moderación y medida. Trump, pese a su estilo confrontativo, busca mantener la cohesión del Partido Republicano junto al bien público (ej. defensa del border policy y equilibrio fiscal). En cambio, Musk actúa desde la provocación, borrando tuits explosivos, promoviendo confrontación ideológica, generando inestabilidad política; esto choca con la prudencia tomista, que valora el orden y la rectitud sobre el escándalo, pero además, la honestidad que implica hablar siempre con pruebas y sustento de lo que se dice.
Para el realista la ética se halla basada en la jerarquía natural; dado el estado actual de las cosas, el gobernante —legítimamente elegido— es portador de autoridad para legislar y dirigir. Trump, como presidente reelecto, actúa institucionalmente al diseñar leyes fiscales y asignar subsidios. Musk, ciudadano privado, rompe roles al amenazar con financiar opositores y cuestionar la legitimidad desde afuera, algo que parece romper el orden natural del sistema político. Además, los intereses de Musk no representan las pretensiones soberanas de la nación americana, a diferencia de Trump que levantado banderas propias del nacionalismo con políticas públicas soberanistas.
Un católico no desconoce lo que es la dinámica del pecado y la necesidad de arrepentimiento. Trump, aun con su tono áspero, ha ofrecido posibilidades de diálogo previo; cuando Musk negó su acusación sobre Epstein, la puerta a una reconciliación quedó abierta. Musk, al borrar sus tweets, reconoce que puede haber exagerado. Sin embargo, su postura pública no contiene reconocimiento de falta de prudencia ni petición de perdón, lo cual, desde la lógica de la ética cristiana, limita la posibilidad de reconstruir lazos. Trump, en esa tensión, se muestra más solidario con el perdón frente al orden que Musk ha perturbado.
Un católico convencido podría inclinase hacia Trump, no por simpatía personal, sino por un juicio racional: preservar la autoridad legítima, el bien común, la soberanía nacional y la prudencia moral, es la vía que más se adhiere a la ley natural y a lo que Dios ha dispuesto.