El próximo 13 de septiembre, la Plaza de San Pedro en el Vaticano se convertirá en escenario de un mega concierto bajo el lema “Gracia para el mundo”, en el marco de la clausura del Encuentro Mundial sobre la Fraternidad Humana 2025, organizado por la Fundación Fratelli Tutti. El evento contará con la participación de Andrea Bocelli, quien co-dirigirá el espectáculo junto a Pharrell Williams, y será transmitido por Disney+, Hulu y ABC News Live.
El programa busca unir música y reflexión social, con artistas como John Legend, Teddy Swims, Jelly Roll, BamBam, Angélique Kidjo y de manera especial, la colombiana Karol G, invitada —según el Cardenal Mauro Gambetti— por ser una voz latinoamericana con “relevante labor social con mujeres y niños”. La actividad se complementará con mesas redondas sobre educación, justicia, medio ambiente e inteligencia artificial.
Hasta aquí, todo podría sonar como un intento de diálogo cultural y apertura internacional. Sin embargo, al mirar con cuidado, el problema salta a la vista.
¿De verdad alguien consideró el contenido de las letras de Karol G antes de invitarla a cantar frente a la Basílica de San Pedro? No hablamos solo de un estilo musical —que puede gustar o no—, sino de canciones cargadas de vulgaridad y sexualización explícita. ¿Eso es lo que se quiere proyectar como mensaje de fraternidad en el corazón de la cristiandad?
Peor aún, se anuncia la presencia de artistas como el rapero tailandés BamBam, cuyas letras y estilo tampoco tienen nada que ver con el espíritu de oración, recogimiento o dignidad que debería caracterizar un espacio sagrado como la Plaza de San Pedro.
Y lo más desconcertante: Andrea Bocelli, un tenor católico practicante, de profunda espiritualidad y reconocido por interpretar música sacra, compartirá escenario con intérpretes cuya producción artística contradice abiertamente los valores de la Iglesia. Es como si la fe quedara reducida a un espectáculo, mezclada indiscriminadamente con todo tipo de mensajes, incluso los que denigran la dignidad humana y promueven la cosificación sexual.
¿De qué sirve hablar de fraternidad humana si se tolera la banalización del cuerpo, del amor y de la mujer, precisamente en el lugar donde debería resonar la verdad del Evangelio?
On September 13th, I will have the honor of co-directing with @Pharrell Williams, ‘Grace for the World’: the closing concert of the 3rd World Meeting on Human Fraternity, within the Vatican Jubilee celebrations.
— Andrea Bocelli (@AndreaBocelli) August 27, 2025
Broadcasted live worldwide on @DisneyPlus, @hulu and @ABCNewsLive pic.twitter.com/DF2KtyCuHm
La Plaza de San Pedro no es un estadio, no es un festival de verano, ni una tarima cualquiera. Es un espacio sagrado, testigo de la sangre de los mártires, donde la fe se ha defendido durante siglos frente a las ideologías del mundo. Permitir que se convierta en escenario de canciones vulgares es un acto de banalización y falta de respeto a los católicos de todo el mundo.
El Papa León XIV ha hablado de devolver a la Iglesia a Cristo, evitando idolatrías modernas. Sin embargo, lo que veremos el 13 de septiembre parece ir en dirección opuesta: un espectáculo que diluye lo sagrado en lo profano y confunde a los fieles.
Si la fraternidad humana se construye sobre la verdad, no puede cimentarse en incoherencias. La Iglesia está llamada a dialogar con el mundo, sí, pero sin ceder su identidad. No puede abrazar lo vulgar y lo banal en nombre de la inclusión, porque entonces pierde su voz profética.
La verdadera fraternidad no necesita reguetón para ser auténtica, necesita Cristo en el centro.
Esto no es un simple concierto. Es un intento de profanar con vulgaridad el corazón mismo de nuestra Iglesia. No podemos acostumbrarnos a que la fe sea reducida a espectáculo, ni aceptar que la Plaza de San Pedro se convierta en escenario de letras que ofenden la dignidad humana y contradicen el Evangelio.
Los mártires que dieron su vida en Roma no murieron para que el reguetón se impusiera en el altar de Pedro. Murieron para que Cristo fuera adorado, y solo Cristo.
Por eso, hoy más que nunca, levantemos la voz. Rechacemos este atropello. Defendamos la sacralidad de la Iglesia. Porque si nos callamos, si miramos a otro lado, seremos cómplices de la banalización de nuestra fe.
El 13 de septiembre, mientras otros aplaudan, los católicos auténticos debemos recordar: San Pedro no se rinde al mundo. El mundo debe rendirse a Cristo.