El anuncio de un alto el fuego entre Irán e Israel por parte de Donald Trump ha generado más dudas que certezas. Sin confirmación oficial y con una guerra aún caliente, el gesto presidencial parece más una jugada propagandística que un verdadero avance hacia la paz. Este análisis cuestiona las motivaciones detrás del anuncio, el rol del sionismo moderno y la necesidad de una paz cimentada en la justicia, no en la apariencia.
Por: Horacio Giusto
El 23 de junio de 2025, Donald Trump anunció en su plataforma un “alto el fuego total” de 12 horas entre Irán e Israel, con fases progresivas a 24 horas; tal como explica Jorge Álvarez: “Después de casi dos semanas de ataques cruzados, bombardeos sobre las instalaciones nucleares iraníes, lanzamiento de misiles en el corazón de Teherán y serias amenazas de venganza, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha anunciado en un mensaje publicado en redes sociales que Irán e Israel habrían alcanzado un acuerdo de “alto el fuego total” que durará doce horas, que se iniciará seis horas después del anuncio, tal y como ha señalado el republicano en Truth Social. Pero no será una simple tregua en Oriente Medio, porque el inquilino de la Casa Blanca ha asegurado que, si todo transcurre según lo previsto, al finalizar ese periodo, “la guerra se dará por terminada””. Aunque ni Israel ni Irán confirmaron oficialmente el acuerdo, la declaración de Trump generó una atención generalizada de la prensa internacional; de hecho, Un portavoz del ejército israelí se negó a hacer comentarios al ser contactado por el Times. Este momento plantea interrogantes sobre la legitimidad del mensaje, el uso propagandístico, y las bases morales que sustentan el sionismo contemporáneo.
El conflicto estalló tras misiles iraníes en represalia a ataques militares israelíes y estadounidenses contra instalaciones nucleares en Irán, incluyendo Natanz y Fordow. El enfrentamiento, denominado “guerra de 12 días”, contó con bombardeos intensivos, evacuaciones civiles y daños colaterales significativos. A la fecha, no se registran heridos entre fuerzas estadounidenses, aunque se documentan bajas civiles en Irán que hacen a las aproximadamente 250 bajas totales entre esta potencia e Israel. Sin embargo, el alcance de los daños todavía es imposible de evaluar, indicó el director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Rafael Grossi. No obstante, el canciller iraní, Abás Araqchi, señaló que Irán está “preparado para responder de nuevo” a cualquier ataque estadounidense.
El presidente se atribuyó el logro de una tregua “completa y total”, destacando que Irán inició la pausa antes que Israel; esto ciertamente se pone en duda. La supuesta imparcialidad de Trump queda en vilo tras las recientes declaraciones del Coronel Douglas Macgregor que dijo: “Creo que hay que creer lo que dicen estas personas. No me sorprende, sobre todo considerando las enormes cantidades de dinero que la comunidad sionista ha invertido en la campaña de Trump”.
Al momento, se remarca una vez más, no existe confirmación diplomática externa. Esta atribución propia aparece como parte de una estrategia del “art of the deal” político, donde la apariencia de mediador se convierte en una narrativa mediática. Desde una perspectiva católica, es esencial preguntarse si tal promoción suple o distorsiona el compromiso moral cristiano con la verdad y la justicia. No son pocos quienes consideran que Estados Unidos no tiene el poder militar real, ni las arcas públicas totalmente ordenas, que le permita ingresar a un conflicto bélico mundial que tendría como partícipe a naciones como Rusia y eventualmente China.
La neutralidad en contextos de guerra, evitando tomar partido en causa internacional sin discernir entre agresor y víctima, hubiera sido lo óptimo para Estados Unidos, más cuando supuestamente Trump había tomado distancia de Benjamin Netanyahu luego de que saliera a la luz la intervención del Mossad en la CIA. La asunción del papel de “pacificador” sin intervención estructural puede convertirse en una forma de complicidad velada, máxime luego de que mediaran negociaciones entre EEUU e Irán y al tiempo fuera atacada de manera inesperada esta última potencia.
El sionismo moderno, en su relación con Israel, se ha fortalecido en base a la idea de una nación elegida por Dios. Si bien esto es legítimo para ciertos pensadores afines al judaísmo justificados en una suerte de conciencia nacional, el discurso político que envuelve la expansión territorial o la legitimidad de acciones militares puede derivar en un desbordamiento internacional. Lo cierto es que la sacralización del Estado corre el riesgo de opacar el valor de la justicia internacional, el bien común y la soberanía de lo pueblos.
El anuncio unilateral –y no ratificado– de un alto el fuego deja de lado la reflexión de fondo sobre la justicia, memoria y reconocimiento del sufrimiento civil en regiones como Gaza. En términos católicos, la paz no se impone de arriba, ni se negocia por apariencia; se construye mediante una honestidad que a todas luces no se ha dado en el plano internacional.
Este alto el fuego anunciado por Trump, a título personal de quien suscribe estas palabras, opera como un artefacto comunicacional más que un pacto genuino. Se advierte cómo el sionismo puede instrumentalizar la fe como justificación de acciones militares o expandir su narrativa sobre la base del derecho divino, y con ello legitimar lo que son crímenes de guerras y ataques desleales. No se trata de negar el derecho de un judío a existir, sino de recordar que tal derecho no debe confundirse con la geopolítica que opera recurrentemente con acciones propias del Deep State, tal como sucedió con Kennedy.
En los próximos días se sabrá si realmente esto es un cese al fuego real, o sólo una parafernalia más que oculta cómo las élites del mundo se burlan de la credulidad de los simples mortales.