El Vaticano publicó esta semana un documento que aborda la compleja relación entre la inteligencia humana y la inteligencia artificial (IA), instando a la reflexión sobre esta “nueva y significativa fase en el compromiso de la humanidad con la tecnología”.
Escrita por los prefectos Víctor Manuel Card. Fernández y José Card. Tolentino de Mendonça, junto con Mons. Armando Matteo y Mons. Paul Tighe, la nota fue aprobada por el Papa y ordenada para ser publicada el 28 de enero, día de la festividad del Doctor de la Iglesia Santo Tomás de Aquino.
El documento busca diferenciar entre inteligencia humana y artificial, presentar la comprensión cristiana de la inteligencia y ofrecer pautas para garantizar que el desarrollo de la IA defienda la dignidad humana y promueva el bien común.
La reflexión también aborda consideraciones sobre el impacto de la IA en la sociedad, las relaciones humanas, la economía y el trabajo, la atención médica, la educación, la desinformación y las falsificaciones profundas, la privacidad y la vigilancia, las preocupaciones sobre el cambio climático, la guerra y las relaciones de las personas humanas con Dios.
Los autores advierten sobre el desarrollo y el uso de la inteligencia artificial, en particular en el contexto del deseo de Dios de que la humanidad crezca en conocimiento e innove en las ciencias, la tecnología, las artes y más allá. Señalan que la capacidad de la IA para imitar la inteligencia humana plantea cuestiones éticas sobre la verdad, la responsabilidad y la seguridad, y tiene implicaciones significativas.
“Mientras la IA avanza rápidamente hacia logros aún mayores, es de vital importancia considerar sus implicaciones antropológicas y éticas”, escribieron los autores. “Esto implica no solo mitigar los riesgos y prevenir los daños, sino también garantizar que sus aplicaciones se utilicen para promover el progreso humano y el bien común”.
Los autores también aclararon la distinción entre inteligencia artificial y humana, escribiendo: “En el caso de los humanos, la inteligencia es una facultad que pertenece a la persona en su totalidad, mientras que en el contexto de la IA, la ‘inteligencia’ se entiende funcionalmente, a menudo con la presunción de que las actividades características de la mente humana pueden descomponerse en pasos digitalizados que las máquinas pueden replicar”.
Además, escribieron más tarde: “Las características avanzadas de la IA le otorgan capacidades sofisticadas para realizar tareas , pero no la capacidad de pensar . Esta distinción es de importancia crucial, ya que la forma en que se define la “inteligencia” inevitablemente determina cómo entendemos la relación entre el pensamiento humano y esta tecnología”.
Los autores también destacaron la importancia de la educación para formar a las personas de manera integral. Citando el Concilio Vaticano II, los autores reiteraron que la verdadera educación va más allá de impartir conocimientos; busca desarrollar los aspectos intelectuales, culturales y espirituales de la persona, fomentando la vida y las relaciones comunitarias.
Si bien la IA puede mejorar la educación al brindar apoyo y recursos personalizados, plantea desafíos, como una mayor dependencia de la tecnología y una disminución de las habilidades de resolución de problemas independientes. Los autores advirtieron que el uso excesivo de la IA podría conducir a un aprendizaje superficial y a una falta de pensamiento crítico.
En lugar de entrenar a los jóvenes para acumular información y producir respuestas rápidas usando IA, la educación debería enfatizar “el uso responsable de la libertad para enfrentar los problemas con sentido común e inteligencia”, escribieron los autores.
En el segmento final, titulado “La IA y nuestra relación con Dios”, el documento volvió a la distinción fundamental entre los humanos y la inteligencia artificial, señalando que, a pesar de todo el ingenio con el que fue creada, la IA representa solo “un pálido reflejo de la humanidad”.
“En cambio –continúan los autores– el hombre, ‘con su vida interior, trasciende todo el universo material; experimenta esta interioridad profunda cuando entra en su propio corazón, donde Dios, que sondea el corazón, lo espera y donde él decide su propio destino ante Dios’”.
Los autores pidieron un aumento de la “responsabilidad, de los valores y de la conciencia humana” en respuesta a los avances tecnológicos, y alentaron a considerar la cuestión “de si en el contexto de este progreso el hombre, como hombre, se está volviendo verdaderamente mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, especialmente a los más necesitados y a los más débiles, y más dispuesto a dar y a ayudar a todos”.
Los autores advirtieron contra la posibilidad de culpar a las máquinas por los problemas sociales y afirmaron que sólo los humanos pueden asumir la responsabilidad moral y que abordar los desafíos tecnológicos requiere crecimiento espiritual.
Además, pidieron una renovada apreciación de la experiencia humana en medio del rápido ritmo de la digitalización, advirtiendo contra el “reduccionismo digital” que pasa por alto los aspectos no cuantificables de la vida.
“La vasta extensión del conocimiento del mundo es hoy accesible de maneras que habrían llenado de asombro a generaciones pasadas”, escribieron los autores. “Sin embargo, para garantizar que los avances en el conocimiento no se vuelvan estériles desde el punto de vista humano o espiritual, uno debe ir más allá de la mera acumulación de datos y esforzarse por alcanzar la verdadera sabiduría”.
Los autores concluyeron que la verdadera sabiduría es esencial para abordar los profundos desafíos éticos que plantea la IA, y la verdadera perfección no se mide solo por el conocimiento de una persona, sino por la profundidad de su caridad.