El reciente viaje del presidente francés Emmanuel Macron a Vietnam ha generado revuelo en redes sociales debido a un video viral que muestra a su esposa, Brigitte Macron, aparentemente empujándolo en el rostro al descender del avión presidencial.
El incidente, captado por cámaras de la agencia Associated Press, muestra a Brigitte Macron colocando ambas manos en la cara de su esposo justo antes de que la pareja baje las escaleras del avión. El gesto fue interpretado por algunos como una bofetada, lo que desató especulaciones sobre una posible disputa marital.
Sin embargo, el presidente Macron aclaró que se trató de una broma entre ellos, afirmando: “Estábamos bromeando con mi esposa, como lo hacemos a menudo”. Añadió que la reacción exagerada al video es “una especie de catástrofe geoplanetaria” y pidió a todos que “se calmen”. Inicialmente, el Elíseo sugirió que el video podría ser una manipulación basada en inteligencia artificial, pero posteriormente confirmó su autenticidad, describiéndolo como un momento de “complicidad” y “broma” entre la pareja.
No creo, legalmente es solo una riña entre hombres
— DANANN (@DanannOficial) May 26, 2025
Este episodio se suma a una serie de teorías conspirativas y desinformación que han rodeado a la pareja presidencial francesa en los últimos años, incluyendo acusaciones infundadas sobre el consumo de drogas por parte de Macron y rumores sobre la “identidad de género” de Brigitte Macron, a la que hizo referencia Emmanuel Danann en X (antes Twitter).
La relación entre Emmanuel y Brigitte Macron ha sido objeto de atención mediática desde sus inicios, debido a la diferencia de edad de 24 años entre ellos y al hecho de que se conocieron cuando ella era su profesora de teatro en la escuela secundaria.
A pesar de la controversia generada por el video, la pareja continúa con su agenda oficial en el sudeste asiático, con visitas programadas a Indonesia y Singapur.
El reciente episodio protagonizado por Brigitte Macron, tomando como cierto que sí es mujer, ha reavivado una discusión profunda y necesaria: ¿por qué cuando una mujer agrede a un hombre en público, la reacción social no solo es de indiferencia, sino a veces de burla o incluso aplauso?
Mientras que un acto similar protagonizado por un hombre sería considerado inaceptable, tóxico o hasta criminal, lo ocurrido con la pareja presidencial francesa ha sido convertido en meme, chiste y hasta una muestra de “complicidad conyugal”, según palabras del propio Elíseo. ¿Qué pasaría si los roles se invirtieran? La respuesta es obvia: habría titulares internacionales denunciando violencia de género, abuso de poder y machismo. Sin embargo, el hecho de que ella haya sido la agresora permite que la escena se minimice o hasta se justifique.
Vivimos en una sociedad que ha adoptado una estructura ginocéntrica: una visión del mundo donde la mujer es el centro de referencia moral, social y política. Este fenómeno no es nuevo, pero se ha exacerbado por décadas de ideología de género, políticas identitarias y una narrativa mediática que presenta a la mujer como víctima universal y al hombre como presunto culpable por defecto.
En este contexto, la violencia que una mujer pueda ejercer sobre un hombre es minimizada, ridiculizada o invisibilizada. Cuando no se le excusa, se le celebra. Las redes sociales están repletas de videos virales en los que mujeres abofetean, empujan o humillan a hombres en público, sin que se genere un rechazo colectivo. En cambio, esos mismos actos suelen ser recibidos con risas, aplausos o justificaciones basadas en supuestas provocaciones previas.
La narrativa pública actual no solo tolera esta asimetría, sino que la refuerza con marcos legales, campañas institucionales y medios de comunicación que evitan a toda costa el reconocimiento de la violencia femenina. Organismos internacionales y políticas públicas están casi exclusivamente centrados en la protección de la mujer, negando que la violencia pueda ir en sentido inverso o que el hombre también pueda ser víctima en contextos domésticos, laborales o afectivos.
El caso de Brigitte y Emmanuel Macron puede parecer anecdótico, incluso trivial, pero es revelador. Es una muestra más de cómo las figuras públicas reproducen inconscientemente un sistema que justifica o minimiza la agresión femenina, mientras mantienen el discurso oficial de “igualdad” y “no violencia”.
Lo preocupante no es el incidente en sí, sino la incapacidad de la sociedad para reconocer la doble vara con la que se mide la violencia. Si realmente queremos construir una cultura de respeto mutuo, debemos abandonar los dogmas del victimismo ideológico y aceptar una verdad incómoda: la violencia no tiene género y cuando la justificación depende del sexo del agresor, hemos dejado de hablar de justicia y empezamos a hablar de ideología.